Es contundente empezar así, pero casi por un efecto inmediato, la propia palabra ‘bestia’ muestra lo que requeriría que múltiples palabras acudieran a la cita de una sintaxis de mayor extensión. ¡Sí! las palabras estremecen, conmocionan, enamoran, rabian y su mayor efecto excede a la semántica, no están hechas para sólo significar y comunicar. Quizás ese es su letal delito, se les cree y acoge como a un animal de carga, sin saberlas en su bestiario. Su efecto es su afecto, nos reconocemos en ellas y también nos extraviamos, nos dan simulacros con los cuáles nos identificamos. Nos sujetan pero su servicio no nos da el ser, es siempre uno que no llega a ser, y cuando lo es, una cierta hybris corroe.
¿Qué tanto pueden las palabras? Nos pueden, nos hablan, nos hacen. En ellas el cuerpo se teje en el soporte de una insustancial estancia. Es grave, una materia oscura como bien advierte la reciente astrofísica. Se puede tocar y sentir, de ello padecemos. La palabra es su pasión. Por eso, nuestras ilusiones se soportan de ellas, del sentido que precipitan. Aparece la palabra de amor, una promesa. Un vacío nos constituye, porque esas palabras, los discursos que las sostienen y nos otorgan vínculos, son discontinuas, un silencio radical las hace posible entre una y otra. Ese silencio las causa, no son sin esa oquedad.
Aquello entonces que no puede colmarse con ningún sentido, donde la palabra deja su inevitable agujero, su silencio, es el lugar donde comparecen las promesas. Una ilusión porvenir. De la escalera amorosa a la masa deseosa, no nos basta la gaseosa burbuja de quienes ofrecen un nuevo horizonte de sentido. La realidad se hace en ese campo de batalla, allí ocurre el antagonismo, sea o no éste agonista. Emerge la política. Es un tramado de discursos, las palabras advienen al lugar de las bestias indomables a la espera de una articulación que sosiegue la indignación. Aparecen de nuevo las palabras para colonizar esos imposibles silencios.
El escenario político hoy, en Europa, es una vez más la muestra de un bestiario. Las elecciones precipitan créditos y descréditos, las palabras se prestan para crear un posible nuevo mundo, ¡basta de lo viejo!, Podemos hacer algo diferente. La transparencia pública, la honradez es nuestro aval, nos dicen. Una vez más a la bestia se le cree un cuadrúpedo de cargas. Se desconoce que será su propio mensaje en forma invertida el que tendrán como verdadero auditor. La opinión pública es el propio decir de quienes hacen de su estandarte la honorabilidad, asumiendose en-trampa-rencia. ‘Lo que es igual no es trampa’ nos enseña un repetido refrán popular, y otro aún más contundente, ‘al que hierro mata a hierro muere’. En el mundo de la palabra, la vida quedó perdida, pero lo que es aún vida nos dice que el retorno de lo reprimido –oculto- hará su aparición y se impondrá. A veces, un retorno en lo real de un juego político que no deja grandes esperanzas.
Los medios de ¿comunicación? permitirán seguir durmiendo a quienes encuentran, en algunas palabras que denuncian o atinan, en nombrar al enemigo, que no es más que lo único necesario para constituirse en lo castado –que no es casta ni castrado-. Se puede no-poder, con ello podemos dejar de ser menos incautos para errar en una alternativa que sea, al menos, un leve despertar. ¿Podremos?
Escrito por: José Alberto Raymondi
Pues no tengo palabras Raymondi, me quito el sombrero maestro. fantástico
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Como siempre, es un lujo leerte, querido Raymondi, en este interesante artículo, sobre las palabras, te diré que a lo largo de mi vida y de mi experiencia, estas «pequeñas bestia», han sido mis amigas, pero tb mis enemigas. Cuando en medios de comunicación escucho a todos esos grandes demagogos, me enfado, porque tienen un arma tan poderosa, que me exaspera comprobar como la utilizan para llevar a las personas a su terreno, bien, me estoy liando, te diré que tu artículo me encanto y dejaré para ti estas tres palabras «I love you» maestro.
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