A modo de presentación ascienden las palabras bien encauzadas, algo rebeldes pues siguen un curso que no es el esperado, pero nunca fuera de la cuenca. Salmonean, van a morir al mismo lugar en el que nacieron una vez dejado su fruto allí. Un fruto en carne de un cuerpo que habla y se enreda en palabras y silencios. Son fieles al origen del que saben sin saber que lo saben. Lo olfatean, lo buscan y lo encuentran a menudo, y se bailan origen y palabras sin verse, pero se tocan, hondo y sin vuelta atrás. Y así, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… la repetición. Saltan entre silencio y silencio, pausas leves como gotas de agua, imprescindibles para la vida de las palabras, por ahí es que fluyen, juguetean pero sin perder el tiempo, se pierden pero una suerte de brújula imposible las orienta. Surcan… Con regocijo se dicen y no saben cuán desnudas están al buen ojo, a una vista fina. Perdieron sus escamas en algún momento en la escritura, que es una osada que despoja de ropajes y máscaras sin esperar consentimiento, mientras aquellas, por su parte, danzan presumidas obviando que dicen más de lo que quieren y no dicen del todo lo que pretenden decir. Se gozan a sí mismas. Y se divierten, claro que sí, no todo es tragedia en esta travesía río arriba.
En todo este decir, en todo este cursar-surcar –como ven también las letras juegan-, las palabras no se cansan, no se agotan, no se gastan. Siempre hay un decir hasta cuando no se dice, porque la palabra trasciende a su enunciación. Es una palabra encarnada, está, si se dice o no, anclada en las carnes, haciendo el ruido inevitable del propio regreso al punto original. ¡Ay las palabras! letras bien conexas que nos hacen trampas, nadan incapturables, apenas se las puede señalar por más que se nos presenten descaradas. Nos juegan y a sabiendas o ignorantes totales, nos dejamos jugar por ellas.
Arden las palabras en el agua, pueden combustionar espontáneamente allá donde se les antoje, no piden permiso, se presentan, generan sus afectos y se marchan para quizás retornar algún día. Son caprichosas y quien quiere hacerse maestro de las mismas ha de saber que no se dejan domeñar, así pongan el mejor de sus semblantes generando alguna suerte de fe en el atrevido. Ficción, no hay verdad más verdadera que la ficción de las palabras. Arden en el agua las palabras… ante su espectáculo el asombro del organismo que les da forma. Equívocos, saltos, olvidos, dobles sentidos, sentidos equívocamente únicos, auto-engaños, consuelo y desespero, ruido, silencio agotador… cómo nos envida el habla…
Y así, a bocados, emergen, vuelven al origen sin saberlo, se comen las cascadas a mordiscos para dejarse paso libre en el camino, nada les hace obstáculo, nadan, si una no puede sale otra en su lugar mientras aquella, la que permanece a la espera de ser dicha, habla en la lengua extranjera de un cuerpo que aún no la ha encontrado. Porque aunque no salga, la palabra que baila con el origen, no deja de hablar, se las ingenia para hacerse oír, llama a través de la piel esperando a que le den paso. ¡Qué palabras! Qué palabras…
Escrito por: Marta García de Lucio
Siento mi corazón convulsionado
al escuchar palabras sin sentido,
palabras inducidas, palabras inventadas
palabras que me hieren, sin aclararme nada.
Ah, las palabras.
Estupendo artículo, enhorabuena
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Gracias Elena, un hermoso poema el tuyo. Un abrazo
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Que pareja de cerebritos estáis hechos Cuanto valéis!!! Estas Palabras salen de mi corazón …Enhorabuena!!!!
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