Una cuestión de hegemonía conceptual: puntuaciones para una política sin nombres

Nos encontramos en múltiples escenarios donde distintos nombres propios se hacen presentes para marcar, de alguna manera, la agenda noticiosa del día. No sólo en materia de opinión pública esta práctica se rige por ese tono, sino también en los ámbitos científicos y culturales se reproduce algo de esa tonalidad. Ahora, ¿qué concepciones rigen en las figuras que encarnan estas reproducciones, y si fuese el caso, en las innovaciones en los distintos escenarios donde aparecen los asuntos de actualidad en cada época? A la pregunta en pocas ocasiones se le otorga la relevancia que realmente tiene. Se debate poco de los conceptos que sostienen y producen realidades y criterios con los cuales actuar y posicionarse en esos ámbitos de la vida: lo público, la ciencia y la cultura, que no son sino instancias de una polis sujeta a las mentalidades predominantes. Vivimos sumergidos en los automatismos y regularidades que estas ‘mentalidades’ sostienen. En cada uno de los ámbitos e instancias que conforman nuestra existencia habitan conceptualizaciones que han sido producidas por figuras que tienen nombres pero del que se desconocen la articulación y practicas discursivas que soportan. Esto es lo que genera nuestra mentalidad[1]. Estamos durmiendo en esos conceptos.

Hay hegemonía conceptual. La vida transcurre en los entresijos de un suelo conceptual tan firme y resistente como una piedra. Lo curioso es que la materialidad de esa firmeza esta hecha de ideas, conceptos, formas reglamentadas de combinar y articular esas concepciones que conforman nuestro mundo. Un ejemplo: La sexualidad.[2] En el siglo XIX toma un relieve en la cultura que ha marcado toda su prevalencia en la vida –pública y privada- hasta nuestros días. Sus valoraciones, sus prácticas y normativizaciones para designar lo que puede ser o no permitido. Lo considerado normal o patológico no ha sido más que un debate conceptual que luego rige en las acciones y juicios. Las concepciones que han predominado en el siglo XIX, el XX y ahora en los inicios del XXI, son producto de la hegemonía de algún concepto acerca de la sexualidad. Qué se considera perversión sexual no es más que la consecuencia de lo que se establece en la definición conceptual de la misma. No es primero ciertas preferencias en la práctica sexual y luego su clasificación en un criterio de normalidad o patología. Es el criterio el que previamente ordena y hace existir ciertas caracterizaciones de las prácticas y preferencias. La hegemonía es del concepto. Ocurren rupturas en las mentalidades establecidas. El tiempo para que estas reconcepciones se hagan hegemónicas es incontable. La política se sostiene en este espacio conceptual. De ella se derivan prácticas y mutaciones que pueden o no alcanzarnos en el tiempo que vivimos. ¿Hasta dónde queremos llegar en el cambio de estas concepciones? ¿nos basta seguir la agenda de los nombres propios desconociendo su identidad conceptual? Quizás los nombres no sean más que el engañoso soporte de un imaginario que nos causa fascinación en su juego de espejismos, y lo real, lo que real-mente sostiene y genera ese supuesto dominio de las figuras visibles sea el entramado y articulación de lo simbólico, ese espacio conceptual in-visible pero presto a ser leído. Quizás podemos despertar.

Escrito por: José Alberto Raymondi

[1]Hábitos y automatismos que caracterizan el entendimiento de las representaciones colectivas de la gente.

[2] Davidson, A. (2004) La aparición de la sexualidad. Ed. Alpha Decay. Barcelona.

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