Cuando el murmullo en vez de habitarnos retorna desde afuera (II)

El prefacio de Deleuze para “Le Schizo et les langues”, de Wolfson, fue publicado con el título de “Schizologie”, en 1970. El trabajo es reescrito años después, apareciendo como segundo capítulo de su último libro, “Crítica y clínica”, en 1992, bajo el título de “Louis Wolfson o el procedimiento”. Antes de entrar en las reveladoras diferencias entre uno y otro texto, que dan cuenta de dos momentos en el pensamiento de Deleuze, vamos a detenernos en aquellos aspectos comunes que constituyen el núcleo de su aportación decisiva. Se trata del análisis del procedimiento de escritura y la conclusión que extrae. Para entenderlo partiremos del estado de las cosas sobre el que se aplica. Es porque el campo de la significación no se encuentra organizado para atajar un murmullo que se impone, que se recurre a un procedimiento para tratar los fragmentos, el lenguaje hecho astillas. Aparentemente se trata de un desmenuzar la lengua en sus unidades sonoras, pero no, ésta es una percepción equivocada, pensada desde el que no es golpeado por los fragmentos, herido por las astillas, penetrado por las esquirlas de una lengua. Es ésta una percepción pensada desde una configuración donde el aparato simbólico actúa con más o menos éxito, donde el registro de la representación funciona separando cosa y palabra. Aquí estamos en otro campo, con otros resultados. La voz de la madre, dice Wolfson, debe ser detenida porque produce la insoportable vivencia de una vibración en las cavidades de su oído, como si éste fuera una prolongación del cuerpo de ella. Él no es, entonces, sino un mero objeto receptor, vibrátil. Y cada vez que esto ocurre triunfa ella sobre él, sobreviniendo un sentimiento de culpa aniquilador. Por eso, dice, ha de matar la lengua materna. ¿Cuál es su procedimiento? Taparse los oídos y emitir sonidos no es suficiente, tiene también que leer en voz alta un diccionario de lengua extranjera que llevará siempre consigo e intentar tratar el objeto voz de una manera “científica”, fonema a fonema. Wolfson introduce así una composición de saber que permita la sustitución de las “palabras” que dañan por otras que funcionen como equivalentes, construidas a partir de recortes de palabras de otras lenguas. Por lo tanto, lo que busca sustituir no es en realidad una palabra por un constructo lingüístico, sino una esquirla sonora, una pulsión mortífera, por un saber.

Veamos cómo lo entiende Deleuze. En los párrafos finales del texto de 1992 leemos que “todas las palabras cuentan una historia de amor, una historia de vida y saber”, pero esa historia no está designada ni significada por las palabras, es más bien lo que hay de “imposible” en el lenguaje, su afuera. El procedimiento lingüístico, inseparable de la psicosis, es el que establece de manera directa esta conexión, esta relación de amor entre vida y saber. El procedimiento, destrozando los significados, empuja al lenguaje a un límite. Traspasarlo significa acceder a las nuevas figuras, “atravesar como vencedor la sinrazón”. Pero Deleuze acaba constatando el fracaso de Wolfson al no saber traspasar ese límite, confinando sus figuras de saber y verdad a la prisión de su procedimiento psicótico.

Desgraciadamente, allí donde Deleuze coloca la palabra “vida” encontramos, en el caso de Wolfson, lo insoportable, el órgano desatado, lo real que hace invivible la vida. Por ello nos parece Deleuze portador de un optimismo difícil de entender. No todas las palabras cuentan esa historia de amor. Allí donde el saber no ha podido adquirir un mínimo de eficacia simbólica, queda una vida muy menguada, reducida a astillas y procedimientos de extracción.

Escrito por: Zacarías Marco