Hace un par de años un psicoanalista conocido publicó un libro de poemas. Bastó el subtítulo (que ni siquiera lleva el propio libro, lo leí por ahí) para engancharme “33 modelo para amar”, lo busqué sin parar, hasta que lo encontré. Sólo después de haberlo en mis manos, se presentó cortésmente a mis ojos la letra que faltaba “33 modelo para armar”. Una “r” de diferencia. Una consonante que lo cambiaba todo dejándome suspendida en mi propio equívoco. Una lee lo que quiere, así es. Ni cuando leemos la misma oración mil veces, una deja de leer lo que quiere, sanciona el sentido como puede. Igual sucede en el amor. No hay amor sin equívoco, sin diferencia, sin ideales que, en una medida u otra, esclavizan a los amantes. Nos hablan del amor y nos empachan de las imágenes que representan sus virtudes, sus formas ideales, dejando de lado las caras complicadas del amor: sostenerlo en su falta, dejarlo ir cuando no es posible sostenerlo, arreglárselas con los fantasmas, aceptar la alteridad, etc.
El título del poemario para colmo es “No saber”. ¡Ajá! Y comienza con el siguiente poema:
“No sabe es Uno que no sabe
pero lleva tal silencio en el espanto de la frente
que parece haber estado a solas con el Amor”
El amor es un lugar de encuentro en el que no se puede hallar todo. Uno se encuentra con el otro, y ahí tienen que ver cómo se las apañan, especialmente después del primer momento de espejismo romántico. A ese encuentro cada uno concurre con su saco de fantasmas, miedos, fallas y cegueras. No sólo, es cierto, también llevan los amantes sus virtudes, su deseo, sus ganas… Pero no hay que desconocer que a ese lugar que es el amor, llegamos con cosas que ni siquiera sabemos que llevamos. Nadie sabe todo de sí, lo que sabemos apenas alcanza. Y sin embargo uno espera siempre que el otro sepa más de sí mismo, se haga cargo de más de lo que uno mismo es capaz de ver en sí.
El amor es perro también, nos mordisquea, a veces rico, otras nos deja malheridos. Estar a la altura del amor es muy difícil, saber hacer ante la herida del bocado profundo, también lo es. Saber quedarse y saber cuándo es mejor irse, y hacerse cargo de esa decisión es una tarea complicada; asumir la elección a veces lo es aún más. ¡Dejar ir! ¡Eso sí que es duro! Y de todo eso… nada sabemos. ¿Por qué se soportan parejas durante toda una vida? ¿De dónde les salen las excusas para quedarse? ¿Qué velan realmente esas excusas? ¿Por qué hay personas que no pueden sostener el amor? ¿Qué amor? ¿Cómo es que hay quienes dejan caer un amor calmo y generoso? ¿Por qué en ocasiones amor y deseo no pueden ir de la mano? ¿Cómo hacen quienes sí aman y desean al mismo objeto? Todas estas preguntas sólo pueden responderse caso a caso, y lo cierto es que es un saber que está en las sombras más profundas de cada cual. Nadie, por más años compartidos, conoce lo suficientemente bien al partenaire como para comprender sus motivaciones amorosas, pues probablemente ni él mismo sabe. Lo más que podemos hacer es ir desvelando algo de lo propio, de nuestro goce, de nuestra manera de amar, de nuestro deseo, y de cómo, de qué modo, buscamos ser amados. Y lo más probable es que descubramos, con tiempo, paciencia, y coraje, que el ideal que tenemos del amor –nuestro discurso, nuestras palabras sobre el deber ser del amor-, se corresponde poco con el impulso inconsciente que nos mueve a buscar un tipo de amor en particular. Uno lleva los fantasmas que le acechan al encuentro amoroso, y mientras nada sepa de aquellos, mientras más los ignore, más presentes se le harán.
Termino con otro poema de este libro, cuyo autor es Jorge Alemán[1]:
“Amor desesperado oculto creciendo bajo la piel ya es hora de poetizar tu próxima muerte.”
Escrito por: Marta García de Lucio
[1] No saber. Jorge Alemán, Demipage Services, S.L. 2008