Ética de lo imposible

«… casi todos quieren hacer pasar sus invenciones por palabra de Dios y que no pretenden otra cosa que, so pretexto de religión, forzar a los demás a que piensen como ellos.»

Así dice Spinoza, gran filósofo de la Ética. Me sirvo de él aquí para hablar de otro tipo de catequesis –como dice mi amiga Catherine-: la de la política. Como si se tratara de una fe, unos intentan convertir a otros a quienes consideran menos ilustrados o peor aún, menos inteligentes. Una conversión que se apoya en cifras interpretadas de cualquier manera, falacias, o incluso, aceptémoslo, argumentos correctos y hasta verdaderos. Pero nada de ética. Sólo ideas. Tomemos la cita del filósofo y sustituyamos ‘palabra de Dios’ por ‘certezas irrefutables’ –no por su contenido, claro está, sino por su forma-, y dejemos religión tal cual está, porque verdaderamente hace su función en esta reflexión. ¿A cuántas personas conocemos así? ¿Cuántas veces no hemos tomado ese lugar de misionero evangelizador sin darnos cuenta?

Cuando dos no comparten marco ético, una misma idea sobre ciertos aspectos del común, como son la justicia, el bien, la virtud, incluso la felicidad, el debate se vuelve inexorablemente un terreno a conquistar para el imperio de una u otra fe política. La ética es el sostén fundamental de la mirada. Cabría preguntarse si pueden existir diferentes éticas o si todo lo que no coincide con una definición particular de ética ha de quedar excluido de pertenecer a esta noción. ¿Justificar cierta falta de ética en ciertas situaciones porque pueda resultar lógico, o hasta necesario, no es acaso eso mismo, una falta de ética?

Cuando una dedica menos tiempo a evangelizar, obtiene más tiempo para pensar en su ética y poder así mirar al mundo a sabiendas de su propia limitación subjetiva. Aceptar los imposibles no significa abandonar su horizonte, o dejar de movilizarse por ellos para alcanzar algo en su dirección. Algunos confunden esto, explicándose así esta falta de ética, y apostando por ideas más posibles pero menos justas. Desde luego es más sencillo construir un mundo escandalosamente desigual e injusto que  apostar por los caminos pedregosos que conducen lejos de lo conocido. También resulta más fácil ser ortodoxo en los senderos lisos del ideal del bien propio que de la ética de lo común. El ser hablante está en falta, falla, es incompleto sin promesa alguna de completud, no hay manera, pero sí puede aceptando esto, no atropellar al otro constantemente por más que pueda justificarlo.

A colación de justificar, defender ideas, y predicar, tomemos de nuevo a Spinoza:

«Es sumamente raro que los hombres cuenten una cosa simplemente como ha sucedido, sin mezclar al relato nada de su propio juicio.»

A esto nada que añadir, que cada cual artificie su propia brújula.

 Escrito por: Marta García de Lucio