El acontecimiento de la intimidad: un espacio para lo nuevo.

Lacan haciendo uso del término extimité, agregando el prefijo ‘ex’ (de extérieur, exterior) a la palabra francesa “intimité (intimidad), construye la noción de lo éxtimo[1]. Así, el neologismo resultante, expresa el modo en que el psicoanálisis cuestiona la oposición entre lo interno y lo externo. A partir de esta elaboración conceptual, Lacan, rompe con la dualidad de un espacio interior y exterior. Esta ruptura permite concebir en su propia espacialidad la noción de lo inconsciente. El supuesto centro del sujeto queda afuera, estamos ante un sujeto excéntrico. Pero, si aún así hubiese que ubicar algo en el orden de la reclamada mismidad, aquello que supuestamente nos constituye en esencia y nos hacer ser quienes somos aún ignorándolo; si ese fuese el mito al que nos adherimos para soñar con algún despertar o reencuentro de nuestra verdadera naturaleza y, finalmente, poder decir: ese soy yo; si en esa mentira habitamos, entonces, la extimidad es lo que viene al lugar del núcleo de nuestro ser. La mismidad está desplazada, tan desplazada que nunca ha existido excepto para tomar el estatuto y función que le corresponde: la de no ser ese centro, su espacialidad es otra y está descentrada.

 No se trata, por tanto, de una psicología de la interioridad que bajo ejercicios de introspección nos permitiría arribar al puerto de nuestra verdad más íntima. Esta intimidad es a razón de su más absoluta extranjería. Así, éxtimo no es lo contrario de íntimo. La extimidad está construida sobre la intimidad fracturada, diríamos que es uno de sus nombres. Donde se espera reconocer o encontrar lo más propio, allí comparece lo éxtimo. San Agustín, lo decía en términos de “lo más interior que lo más íntimo mío”. Eso es precisamente la extimidad, pues en ese lugar, en ese espacio se encuentra lo más ajeno y extraño a nosotros: lo inconsciente como la alteridad radical. Para San Agustín se trató de la alteridad divina, para nosotros de la alteridad significante que acontece en el cuerpo.

 Ahí donde no nos reconocemos allí somos. Sin que ese lugar sea el de una identidad oculta esperando a ser descubierta. Sólo tenemos acceso a ella, a su saber, por un acontecimiento. ¿De qué acontecimiento se trata? De lo heterogéneo, de la diferencia. Su rostro es el de la contingencia. En aquello que aparece y nos transforma, en ello está lo éxtimo. Se trata del encuentro. Así nos lo revela, por ejemplo, el amor. Enamorarse es un encuentro inesperado, contingente, pero una vez que ocurre, se nos muestra como necesario, como algo inevitable y que estaba predestinado en nuestra vida, era imposible que tal acontecimiento no tuviese lugar. Sin embargo, la predestinación no significa que nuestro destino estaba escrito previamente en un texto real. Lo real emerge en el acto mismo. Lo que de hecho asumimos como necesario sólo lo es en un tiempo posterior. Cuando ocurre el acto se nos revela la virtualidad de un texto que pudo no ser escrito, pero por efecto del acontecimiento comenzó a escribirse sin cesar. Estamos ante la paradoja de un movimiento real que retroactivamente cambia las coordenadas virtuales de un pasado que no es tal.  Si la espacialidad queda subvertida por la extimidad, la temporalidad de esta extimidad es la de un futuro anterior. “Lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser”[2]. En ese tiempo y en ese espacio se abre la posibilidad para lo nuevo en nuestra vida.

Escrito por: José Alberto Raymondi

[1] Lacan, J (2007) El seminario. Libro 7. Paidós. Buenos Aires.

[2] Lacan, J (1997) Escritos I. Siglo XXI. México.