Luis Thonis: el poema en el oído

Luis Thonis: el poema en el oído[1]

“El cuadro no es signo, sino cosa – sobre la cual vienen a hacerse y deshacerse los sentidos que uno le presta.” Pierre Soulages

No vienen avispas, arranquemos: lo cultural tiene el reflejo del borramiento – va a consenso. Presiona a oficio perdido. A lo conocido. No quiere saber que el poema, cada poema, si no rehace lo hecho, vuelve a inventar otro momento de la poesía. Basta con ver las revistas de lo cultural. La elección de sus poetas, de sus filósofos. Las casillas. Poeta aquí, filósofo allá, artista más acá, con su crítico especializado. Si es poeta, mejor alelado, si artista, mejor un tipo que se deje explicar a sí mismo y al mundo por Clement Greenberg. En lo posible que no sea Jorge Pirozzi – demasiado pintor, poco obediente, algo desacatado. Si es novelista, que sea un narrador, y que admire a John Cage, en lo posible, o que cite a Duchamp, el santón de las vanguardias de la obra escasa, y que tenga una pizca raymondrousseliana. Si reúne esas tres virtudes teologales, llega al paraíso de la estética. Luis Thonis es el inventor de sus poemas. Néstor Sánchez decía que Luis Thonis escribe poemas en los que sonaba un poeta – no un imitador de poemas, y yo agrego: singular. No una excepción. Singular. Porque Luis Thonis escribe con el lenguaje, no con el lenguaje de la poesía. No cultiva el mito de la modernidad, que tiene una pata en la casita del bosque. Thonis no detesta el presente. No hace lengua que le corresponde a la lengua. A diferencia de las excepciones, que sólo pueden imitar lo que se escribió, la poesía del consenso, el poema masticado y re-masticado. Con puntuación explicativa. A veces se le animan a Mallarmé. Van y le imitan los blancos. Y ya se creen camino al Libro. Thonis no es un poeta marginal, sólo es un poeta que no escribe poemas de la poesía. Punto. En el reino de los sordos.

Los poemas de Thonis están en movimiento. Son a contra oficialidad: “El poeta oficial de algo / tiene un olfato notable / para captar el talento / y contra él volverse / busca el color del tiempo sin mano de artista”. Y como sabe, en alguna línea de su libro, – Thonis es un compositor de la línea -, que hay una métrica social de la que hay que escapar, se arrima al “viejo judío de Odesa [que]/ discute con su nieto una novela: / Los hermanos Karamazov / es noche de parábolas quietas / y algas pardas / de pigmentos muy sensibilizados / un alga azul se reproduce / desde hace millones de años / desde el océano inicial.” La figura del océano inicial no es ningún origen – nadie más lejos de ese tren fantasma que Luis Thonis, esa figura lo hace funcionar, hacia el infinito en el que se lee a él mismo. Y no es algo tan obvio. Un verdadero poeta sabe leerse a sí mismo. Antes que nadie. Sus poemas machacan en lo incumplido. Y son una frase que nunca termina. No le tiene miedo al “viejo judío de Odesa”. Thonis escribe líneas que hacen un paisaje, la línea atrapa el momento, el dolor: “Uno de mis hijos murió / su belleza era asombrosa / renuncié a expresar mi dolor / un viento de muerte / desraizó el ciprés / no me asombraron sus pálidas hojas / sino que todavía / hubiera rosas en el mundo.” Ese ciprés desraizado hace la fuerza del tiempo que fue, del presente de una visión que Thonis tiene en el oído, y del futuro que ese presente lleva, todo ahí, en ese océano, sus poemas son un ruido de luz, vuelan, Thonis es un saltimbanqui que anota, registra, y compone sus visiones, que no sufre de la impostura página en blanco, y así entra “en el alba demasiado blanca / el tiempo llamado transición / un tiempo que amplia el tiempo / las formas sutiles de la percepción / como anunciando que el mundo no terminará.” Una travesía del poema que se clandestiniza en el oído, del que escribe y del que se anima a leer.

Escrito por: Hugo Savino

[1] Sobre el libro de Luis Thonis: No vienen avispas, Leviatán, 2012.