Si me intereso en la desesperación, es únicamente porque a veces me sucede que estoy desesperado. Sin embargo es muy raro que empiece así. Desde luego, de manera abstracta, pensar es, como toda actividad, algo bastante desesperado. Cuando se nos ocurre una idea, ella nos atrapa. No podemos impedir considerarla, e incluso utilizarla como una posibilidad.
Willem de Kooning
Hay bagatelas y bagatelas. Y está la literatura. Y por suerte hay algún escritor que cada tanto escribe. Todo el mundo sabe de literatura, los únicos que no saben nada de ella son los escritores, que escriben. La hacen. Hay artistas, hay arte, hay críticos, hay espectadores y lectores. Y está este libro. Un objeto, si lo sigo bien a Oliver Orme, entre otros objetos. Sobre la mesa. ¿Leer como empuje al robo? ¿Por qué no? Empiezo, en la desesperación. No me parece que La guitarra azul¹ tenga una clave tan paródica como dicen los críticos. Creo que es un facilismo verla así. Todos los personajes sufren el mordiscón de la angustia, las ganas de fuga de una vida aburrida o estancada, o que necesita un poco de movimiento. Es incierto. Necesitan introducir algo distinto en el cuadro un poco estático. Pero son muy melodramáticos, en el sentido de Willem De Kooning, y en lugar de recurrir a cierta clandestinidad se meten en el infierno de la vigilancia mutua. No hay psicología aquí, ni un pelo, ni una caca de paloma de realismo, así que uno desciende al abismo con el narrador – si se lo puede llamar así. Habla en primera persona, marcadamente. Entonces, para leerla, confío en lo que dice Céline: la tercera persona siempre miente. Le creo a Orme. Un poco de abismo, con Le déjeuner sur l´herbe como fondo paisajístico, o sonoro. Sonoro mejor. A Manet, que está en el eje de la novela, cuando le hablaban de influencias decía que tuvo muchas pero que cuando metía la mano en su bolsillo lo encontraba lleno de manos. Así que dejo de lado el hecho de que John Banville es irlandés. Y no hablemos de influencias. Hablemos de impedimentos. Banville escribe manet. Variaciones manet, saquea en la selva del pasado, ¿el ayer nace del hoy? Y así como la pintura no es la imagen, La guitarra azul tampoco es novela de caracteres. Es un saqueo. Basta con escuchar las citas. Las mujeres de Banville – las de esta novela – están ahí, tentadoras, brujas, exigentes, cómicas, perdidas o estragadas, enamoradas. Más para Don Juan que para Casanova. Tal vez no saben ser clandestinas. No saben, decididamente. Banville las desenrolla una por una. Como un pieza de encaje. Así que, ni atisbo de realismo. Cada una con su impedimento. Y los hombres, esas ruinas medio balzacianas, zánganos encásicos, que se buscan, y se dejan maternizar, trastabillan como Buster Keaton. Con un impermeable y un sombrero, y botas de lluvia, huyen. Aterrados. Ellas buscan los brazos de ellos y ellos se cuelan por las rendijas de la esperanza con la que sueñan. Y la sueñan definitiva. Ninguna contra-esperanza es la ruina, como lo demostró Nadezhda Mandelstam. Más melodrama, imposible. No justamente la rutina de la tercera persona: argumento, plot, desenlace, listo, a otra novela. Que será siempre la misma. El melodrama es artero, como la novela familiar, retórica de sentimientos, llorón, de granito. Hay que saber escribirlo o pintarlo en su opaca vulgaridad. En su comicidad. Solo como John Banville. Que salta fuera del cuadro y lo pinta. Tradujo Nuria Barrios. Fortuna, para Banville, para el lector.
¹John Banville, La guitarra azul, traducción de Nuria Barrios, Alfaguara, 2016.
Escrito por: Hugo Savino
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