Una inmensa colmena que zumba

En su libro sobre Proust – La paloma apuñalada – Pietro Citati dice que Proust no era un yo sino un lugar: “una inmensa colmena que zumba.”¹

Pero un lugar mudo, donde la sobreabundancia de ideas y de sensaciones jamás tiene acceso a la expresión definitiva.

Según Citati, Proust procedía como un pintor, por capas sucesivas, agregando matiz tras matiz, color tras color, en un estilo que denomina con una palabra francesa: fondu.

El término es un verdadero hallazgo, evoca el fundido encadenado del cine, la fondue de queso o de carne, mas también al valor cromático: los colores degradados.

La larga y oblonga frase proustiana, plena de encastres, explora con minucia las bellezas mundanas que para algunos – pienso en el Gide que lo leyó por vez primera – se limitaban a consagrar la frivolidad.

Pero allí, en la intimidad del objeto, Proust hace otra cosa con él: lo desgasta, lo degrada, lo descompone…

Si nos recuerda el océano de Balbec, que se despliega como un pavo real con sus plumas verdes y azules, ese azur puro y salino pierde la forma como la pierde la memoria; la mayor intensidad, queda sumida en la noche terrestre. Entonces, dice Proust, lo mejor de nuestra memoria queda fuera de nosotros, suspendido en un soplo lluvioso o en el olor encerrado en una pieza.

De pronto, afloran la oscuridad, la ceguera, el dolor, la punzada perversa; es la cadencia de la gracia que aflora demasiado temprano, demasiado tarde.

1.- Citati, Pietro, La colombe poignardée, Proust et la Recherche, Gallimard, Paris, 1997, p. 72.

Juan Ritvo: Imprudencias breves

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