Goethe y el demonismo

Es al final de Poesía y Verdad que Goethe caracteriza, cuando hace un balance de su vida, la dimensión demónica (Dämonische) que proviene del dáimon griego y no del diabolismo cristiano, aunque las intersecciones sean inevitables.

Transcribo el fragmento pertinente en la ajustada versión de Rosa Sala.

“Creyó reconocer en la naturaleza – dijo – tanto en la viva como en la inerte, tanto en la animada como en la inanimada, algo que solo se manifestaba mediante contradicciones y que por eso no podía ser retenido en ningún concepto y aún menos en una palabra. No era divino, pues parecía insensato; no era humano, pues carecía de entendimiento. No era diabólico, pues era benefactor; no era angelical, pues a menudo permitía reconocer cierto placer por la desgracia ajena. Se parecía al azar, pues no demostraba tener causa alguna; se parecía a la predestinación, pues hacía pensar en cierta coherencia. Todo lo que a nosotros nos parece limitado, para ello er penetrable. Parecía disponer arbitrariamente y a su antojo de los elementos necesarioss de nuestra existencia. Comprimía el tiempo y extendía el espacio. Solo en lo imposible parecía moverse a sus anchas mientras rechazaba desdeñosamente lo posible. A este ser que parecía abrirse paso entre todos los demás, segegrándolos y uniéndolos, di en llamarlo “demónico” siguiendo el ejemplo de los antiguos y de quienes habían percibido algo similar. Traté de salvarme de este ser terrible refugiándome, según mi costumbre, tras una imagen.” ¹

¿Se trata de ambigüedad o de ambivalencia? ¿O de la identificación de los contrarios?

Cualquiera de estas lecturas disuelve el demonismo y prepara el terreno para la vigencia del dualismo cristiano, el Alfarero Divino vs. el Adversario, dupla que somete a la alternancia, esta vez sí ambigua, de la confianza con la paranoia.

Pero en el demonismo los términos opuestos no están en el mismo rango. El primero de ellos – lo divino, pongamos por caso – se ofrece con la apariencia ( el demonismo se muestra por entero en el terreno de la apariencia) de una entidad reconocible; no obstante, un relámpago, un detalle, un destello, ocurrido en el instante de la sorpresa, revela de golpe algo insensato.

Una sonrisa malévola en una cara tierna o al revés, una sonrisa acogedora en el rostro del Tentador, muestran, con el golpe que producen, que el demonismo goetheano, es decir, el demonismo moderno, antes que un dispositivo de entidades, es un juego de apariencias temporalizadas: un destello inquietante, carente de contornos fijos, emerge en el seno de una entidad reconocible, perturbándola.

El demonismo es el paradigma de la perturbación.

Si prolongáramos este esquema en una constelación fija de conceptos, perderíamos su sentido, que no es otro que la descomposición de la forma en el instante mismo en que su composición se cristaliza. Un cierto estremecimiento relampagea en el seno de la armonía, o aparece un aspecto armónico allí donde no debería haberlo, allí donde la armonía semeja una burla cruel.

En Las afinidades electivas hay un clima de fatalidad que el relato no termina de absorber, como si hubiera un texto paralelo que de vez en cuando irrumpe, para retirarse levantando un murmullo de nada, un silencio espectral que cae sobre Charlotte cuando está en la barca con el capitán y siente el peso de la soledad y del abandono.

Es ese el momento demoníaco: al gestarse la cercanía erótica, una señal intermitente alcanza lo átomos del alma, atraviesa venas, vísceras y nervios, para alojarse allí donde el cuerpo presiente una desposesión sin límites.

(¿Cómo dejar de lado las visiones del espíritu evocadas por Lucrecio? En todas las direcciones erran los simulacros más sutiles que, al encontrarse en el aire, urden objetos que poseen la consistencia de la arena mientras hieren los ojos y queman como el fuego.)

1.- Goethe, J.W., Poesía y Verdad, Alba, Barcelona, 2010, p.812.

Juan Ritvo: Imprudencias Breves