El guerrero aplicado

Entre las obras de ficción que se escribieron sobre la Primera Guerra Mundial, El guerrero aplicado de Paulhan ocupa un lugar no diré especial, sino único.

Paulhan, anarquista cuando joven; militante de la resistencia durante la ocupación de Francia, hombre de valor probado, escribe una breve novela, en un estilo seco, voluntariamente despojado, en la cual el protagonista cumple las órdenes sin protestar, no muestra patriotismo , ni odio al enemigo, ni denuncia los horrores de la guerra.

Sin duda quería oponerse a la literatura edificante, fuera del signo que fuera. Pero esta explicación no basta; y tenemos, por añadidura, que despejar mucha hojarasca beata…

El guerrero aplicado ha sido alabado, pero ¿ se lo ha leído?

Se ha invocado vaya a saberse qué espíritu heideggeriano – la noción de “serenidad”, entre otras – e incluso una moral guerrera al estilo oriental: pongamos un samurai.

El relato transcurre en una atmósfera de lentitud y de pasividad; los soldados apiñados y los alemanes muy cerca, enfrente.

Transcribo un párrafo importante:

“No trabajábamos, casi tampoco hablábamos, los alemanes no debían saber que estábamos allí. Cada uno de nosotros se encontraba así entregado a sí mismo, aislado; en cuanto a mí, me sería difícil describir, por sus rasgos propios, la actitud de pensamiento en la que estaba ahora. Me impactaba sobre todo por la similitud con esos momentos en los que uno, sin angustia, sin ningún sentimiento que se pueda nombrar, se percibe solo separado de toda cosa exterior, sobre todo de eso que es acento, sonrisa, matiz de la palabra – aunque abandonando a otro plano y como rebajado a lo más ínfimo, La reflexión que en ese instante no pudimos evitar permanece como una obsesión para la memoria.

Me parecía entrar en un estado parecido, esta vez no por el juego de mi cuerpo o de mi alma, sino bajo la influencia y el peso de los hechos.

Esta miseria de cuerpos destrozados y de tierra que me rodeaba era tan completa que parecía torpe y como deseada.”¹

Una miseria torpe y como deseada. Sin angustia y sintiendo que estaba rebajado a lo más ínfimo. ¿Son razones para decir, como dice Lacan sibilinamente, que hay una “destitución subjetiva” comparable al fin de análisis? No es la primera vez en que un fin de análisis aparece bajo un manto guiñolesco; algo que sirve, en definitiva, para ocultar que no hay teoría posible del fin como tal. Al igual que en el ajedrez, están codificados los movimientos iniciales, pero los decisivos, esos que inclinan la partida hacia un fin ya inevitable, escapan por completo a la codificación.

En los momentos decisivos, sobre un fondo de mezcla inextricable de azar y de necesidad, se destaca el poder de la invención asimilable en este caso y con razón, a la gracia.

Esa gracia ha visitado a Paulhan escritor, en la misma medida en que se ausenta del agonista de su novela. Por lo demás, el dispositivo analítico y el literario pertenecen a géneros culturales diversos, aunque en un punto se encuentren: los mismos y reiterados hechos, siempre se enfocan de maneras distintas, historia por historia, caso por caso. Hablamos de literatura de guerra – suponiendo que semejante clasificación tenga algún rigor más allá de lo empírico – y pensamos en la venerable “La guerra y la paz”, pero también en “Sin novedad en el frente”, en “Adiós a las armas” y ( aunque sean menos los que produzcan esta asociación) en “Matadero Cinco” de Kurt Vonnegut.

Todas experiencias distintas de la muerte, la violencia y la angustia, porque las formas, las figuras, los empalmes, el léxico y la sintaxis, son distintos, tan distintos como el temor y el temblor que anima en cada caso al escritor y lo presionan en una dirección que está determinada como indeterminación a determinar.

El agonista de Paulhan se ha visto sumido en una masa, en el sentido freudiano de la expresión y, no obstante, le falta lo esencial: no hay líder en el cual todos depositen en común su yo. Por lo demás, no se pierde en la masa de carne y tierra; aunque se apelotone con los otros (“Avanzábamos inmersos en una extraña emoción de avidez y de reconocimiento;…”), se pierde en sí mismo. Sin embargo, ese sí mismo no posee ninguno de los rasgos del sí mismo; carece de angustia, se degrada en lo más ínfimo sin que experimente un goce masoquista; al parecer desea su pérdida, pero como carece de olvido, también carece de memoria. Por último, pero no último en importancia, en ningún momento accede a alguna clase de revelación.

(Para el amante de los desenlaces melodramáticos – casi todos nosotros, según la ocasión –la literatura de Paulhan es una literatura triste.)

En otro plano, la experiencia de lo ínfimo está transmitida por medios que no son ínfimos; lo que es advertible en la escena final, en que el encuentro con el alemán está relatado de manera monocorde, sin énfasis, pero al igual que un sueño o una pesadilla.

Quiero decir: Paulhan nos ha ofrecido, una vez más, sin humor exaltado, sin patetismo, una figura del alma perfectamente experimental; es decir, perfectamente irreal. Debería decir mejor: la torna irrealizable extrayéndole la vida, al igual que el caracol le extrae la clorofila a la planta hasta secarla.

No obstante, esta irrealidad alcanza una dimensión real en un punto que la literatura progresista, humanista, elude: detengámonos en el hombre que vuelve del frente no solo ausente de sí mismo, sino de los otros, cuya mano tendida desprecia porque nadie, ni él mismo, podría abarcar su extremo sufrimiento.

Es curioso que quienes han exaltado el poder desrealizador de la palabra, vean en estas escenas articuladas sin climax ni suspenso, una especie de cuadro realista.

(A veces el cuadro realista despunta en tal o cual detalle de un herido que se toma el vientre al mal caminar, arrastrándose casi, o en un soldado que muere. Sin embargo, la escena siguiente se ocupa de desbaratar lo esperado: el toque de la compasión o conmoción del lector.)

Aunque esté situado en un extremo diverso e incomparable con respecto a Sterne, aunque no practique el arte de la digresión ni de la desestructuración sintáctica y formal, sabe que la maquinaria debe funcionar y simultáneamente debe ser interrumpido su movimiento.

Lo extraño, lo incoherente, lo sospechoso, lo enigmático, lo que carece de sentido o tiene un sentido perfectamente trivial, son rasgos intolerables para el buen sentido artísticamente pedagógico.

1.- Paulhan, Jean, El guerrero aplicado, (traducción de Pascual, Perednik y Savino), Tres Haches, Buenos Aires, 1999, p 76/77.

Imprudencias Breve: Juan Ritvo

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