Escrito por: Daniel Merro Johnston
Este sábado en Paris, una mañana de verano casi perfecta para hacer un paseo y visitar amigos. Mucho tiempo sin ver al brasileño y al suizo en la ciudad universitaria y a Ozenfant en su esquina. Salí del Metro en Porte d’Orléans, un poco lejos quizá pero quería llegar por arriba, por la Square de Montsouris, para sorprenderla. Quise ser Modiano pero fui Simenon. Llegué tarde y encontré a Ozenfant oscura, muerta, decapitada.
Una obra-clave del siglo, la maison-atelier Ozenfant, el más refinado texto de Le Corbusier de los años 1920 y la expresión más pura de los primeros modelos de casa-taller de la modernidad. Lo verdaderamente interesante era el taller de pintura de doble altura con la luz del cielo que lo inundaba todo desde un techo shed.
Hoy queda sólo el cuerpo sin cabeza. La mataron. Un analfabeto quitó el fantástico techo y lo cambió por una cubierta plana con barandillas ridículas.
¿Qué pasó, qué le hicieron, cómo pudieron? ¿No vivía bajo la protección de la Mairie? ¿Qué organización criminal consiguió su sentencia, su permis de construire?
¿Cuándo fue? Me da igual ayer que hace 50 años. Ya no está, ya no es igual.
Esperando que el autor material esté sudando en la cárcel con un calor de desgracia, volví lento, crucé la calle buscando el Pabellón Suizo de 1931 y el Pabellón Brasileño mucho más joven. Allí estaban en plena forma, estupendos, geniales, brillantes creaciones de Le Corbusier que disfrutan de excelente salud.
Han pasado cinco días. Respiro hondo pero su recuerdo es insoportable.
Espero un milagro. Si alguna vez ya sucedió, rezo para que Ozenfant que fue tan hermosa, también resucite.