Escrito por: Zacarías Marco.
Quinto volteo
Nueve meses de mudez seguirán a la fatídica escena. Después, la ira tendrá la palabra para salir y ya no parará. Sirva o no sirva, no parará. Hoy, cumpliendo veintisiete años, escribe: “Puntúo con pesticida la tenia paterna lo que no solucionará nada”.
Pero antes de llegar a este presente Chloé relata el segundo acto de su vida, el que va de los nueve a los dieciocho años, del parricidio al fin del hospedaje en casa de sus tíos. Había pasado con los abuelos un año antes de que sus tíos se hicieran cargo de una niña reacia a todo funcionamiento comunitario. “Había crecido torcida. Ningún tutor incluso legal podría solucionar el problema.” Tampoco la lista de psicólogos y las medicaciones. Si los ansiolíticos y los antidepresivos son recibidos en bruto, otro tanto sucede con las palabras de los supuestos detentadores de un saber. Y así, cuando de rebote le llega la indicación de poseer un grano de locura, esto no puede sino reenviar al padre. Todo reenvía al padre. El grano de arena que hay que extirpar es literal: extirpar, extraer, vaciar el interior. Entonces olvida el método dejar de respirar por otro más activo: “Para separarse del padre qué debe cortarse tajantemente sin cortar todo el yo sin cortar todo el ser.”
Pero sólo el padre pudo conjugar en reflexivo el verbo matar con fortuna. Chloé, es cierto, coqueteará con él, añade capítulos a otra larga lista, la de sus intentos de suicidio, pero estos terminan indefectiblemente en lavativa de estómago. Un vaciado real de padre en el cuerpo. Una vía que no alcanza, y ninguna de estas listas logrará desarenar sus entrañas. Parece que Chloé sólo puede volver al mismo punto. Dar otra vuelta al reloj de arena. Es el tiempo padre, el tiempo roto que muestra la desarticulación del cuerpo y de la palabra.
El motor principal es la escritura, pero hay otro, a penas explícito, que impulsa el texto de Chloé. Es un motor abiertamente contestado, pero recurrente a lo largo de todo el libro. Unas veces desde el no sirve para nada, otras desde el reproche de la incomprensión profunda, alguna desde la violencia. Se trata del empuje del analista a que hable, a que recuerde, a que organice. No anunciado, infiltra el texto con sus exhortaciones. “Desarrolle masculló. Desarrolle sus relaciones con el exterior.” Y Chloé continúa, continúa relato, otra cosa no hace. Y no es cuestión de contarlo, nada sustituye la acción directa de su verbo. En sus dos modalidades extremas produce igualmente explosiones constantes. El exceso madre-padre estalla tanto en las frases sencillas y en los párrafos directos como en los brotados de todo tipo de gemas y rubíes.
Con las palabras diamante de la madre no se hila, no hay buena digestión posible. Por otra parte, la arena del padre no puede hacer de cemento para encadenar las palabras de la madre. Pero Chloé, Chloé como escritura, sí lo consigue, y por partida doble, ninguna de las dos modalidades que leemos es arena, por mucho exceso que destilen.
Un ejemplo del primero: “Los niños eran todos unos tontos los padres una raza que había que exterminar la vida una mierda total las niñas eran todas unas putas páseme el cigarro de marihuana Alexandre.”
Un ejemplo del segundo: “En la esclusa la glíptica oscura humecta las estampas a cada platero le tocan sus propias muertes amatistas.”
Hasta ahora casi todas las citas pertenecían al primer registro. Según avanza el libro avanza el segundo, y en la parte final amenaza con imponerse. “Los hombres con escudo damasquinan las riolitas y en el fondo de su cama los pulmones asmáticos siempre enloquecidos buscarán alguna corriente de florecitas.”
Entramos así en el tercer acto, la parte del libro que sigue al recuento de sus primeros novios, a la idealización del amor y al desembarque en la reivindicación feminista. ¿Cómo pensar los fracasos? Cada etapa es emprendida como la promesa de la ansiada salida, del fin del alma enarenada. Pero el círculo se sigue imponiendo y el cielo se voltea en frustración exigiendo para pasar página sacrificios constantes: amigos, amantes, ella misma. “Esa mañana se despertó con la firme voluntad de asesinar al primero que se le presentara enfrente. Pero puesto que las visitas a su cuarto de servicio eran escasas ella misma fue la elegida.”
Llegará también la asunción del error cometido, la arena siempre vuelve y se torna movediza, no hay novio ni pala que la disminuya. Le es preciso admitir que las mutaciones no detienen los retornos. Pero un irrefrenable e inalienable impulso de escritura empuja a un nombre fabricado con los textos de los escritores más amados: Chloé, tomado de Boris Vian; Delaume, tomado de Antonin Artaud.
Chloé Delaume no se detiene y tras una diatriba ferozmente antipsicoanalítica se adentra en el desgarrador último volteo del libro.
Columna: Locura y Escritura