Escrito por: Zacarías Marco
Sexto volteo
Las páginas finales nos deparan una sorpresa, el fruto de una metamorfosis que sacude la ficción. Chloé desciende al Hades.
Tras maldecir el instrumental psicoanalítico que la empuja a la introspección, Chloé acepta ese cáliz y se adentra en su infierno de heroína griega. Ulises bajaba al encuentro de Tiresias, cuyo consejo buscaba, y sabía que se encontraría allí con Aquiles y aquellos de cuya muerte sabía, pero encontrar a su madre fue una terrible sorpresa. Ella no había podido soportar su ausencia y se había dado muerte. Ulises, el héroe que no desfallece, aprende sobre sí mismo en su paso por el territorio oscuro, deviene otro y puede continuar su camino. ¿Qué hará Chloé? Al contrario que Ulises, ella sí sabe a quién se va a encontrar, su omnipresente padre, y aun así desciende. Se enfrenta cara a cara con lo que compone sus entrañas: “Padre mío mi maldito caos.” Cara a cara con lo que es el padre en ella: “Padre mío mi herida ruin.” Y aún más, cara a cara con lo terriblemente amado: “Padre mío hermosa carroña mía.”
Chloé mantiene el tipo frente a lo indecible, no otra cosa es el Hades, y va a su encuentro, al encuentro del grito que se aloja en su garganta. Ese grito es Papá. Que yerre el tiro con las dianas que elige poco importa, va de suyo y sus diatribas no debieran molestar mucho a nadie. Su asunto es la escritura, con la fuerza de su entrega. Es en ese nivel donde finalmente se la juega. Si esto estuviera premeditado sería un desastre. Parece que no lo está. Chloé ha aprendido sobre la arena con el pasar de las páginas. Lo había intentado todo, todo lo conocido, pero faltaba el descenso a lo imposible de uno mismo. Por eso termina provocando el encuentro con el padre en segunda persona: “Ya nadie te está buscando. No papá. Nadie. Estás muerto. Me escuchas.” Firmando un ejemplo supremo de cómo se desentierra enterrando.
Verdaderamente, no tenemos ante nosotros el volteo del reloj de arena, tenemos la escritura de ese volteo, una creación donde el cuerpo de un personaje de ficción puede alcanzar a vivir. Es con la escritura que “por fin esta noche tus dos sílabas pegan”, y juntando con masilla los granos de arena se nombra el destrozo de una filiación imposible, se nombra lo innombrable. Quién sabe si con ello la escritura haya realizado el reverso: deje ya de desenterrar enterrando y entierre desenterrando, nomine por fin desde lo innominado.
Columna: Locura y Escritura
Zacarías Marco (nombrar a los que escriben con el apellido, el amigo del café es Zacarías), no escribe crítica, hace lectura, no lee lo dicho, lee lo se dice. Esta saga se va a extrañar.
Hugo Savino
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