Escrito por: Daniel Merro Johnston
Jugábamos a las preguntas, frente a frente, como action ou vérité, verdad o consecuencia.
-¿Has mentido alguna vez a tu abuelo? -¿No respondes? Poooffff! Una bola de nieve contra mi pecho.
-¿Y tú, por qué tienes el pelo blanco? -¿Qué?…¿No lo sabes, abuelo? Pooffffff !
Allí estamos, mi abuelo Michael Stein y yo, Daniel, jugando en el jardín de la Villa «Les terrazes» en Vaucresson, alrededor de 1930. Cuando ya eran muy mayores los abuelos Michael y Sarah y su amiga Gabrielle de Monzie le habían encargaron esa casa a un jovencísimo Le Corbusier, quien imaginó una villa de las más singulares que yo haya conocido.
Algo casi inédito, híbrido, dos familias y una sala de exposición de arte, reunidas en una sola casa, con espacios propios y comunes mezclados, difusos, articulados genialmente por la mano de un maestro.
Un proyecto arriesgado…los Stein con Allan, mi padre, y Gabriele con su hija Paula, envueltos en pintura, escultura y arquitectura moderna.
Toda la familia estaba ligada al arte y la literatura. Gertrude Stein, la hermana de mi abuelo, quizá la mejor coleccionista de pintura moderna del París de principios de siglo XX tenía en su casa de Paris todos los días a Renoir, Cezanne o Toulouse Lautrec en sus pinturas pero también a Hemingway o Picasso en persona, tarde a tarde tomando el té.
Recuerdo que le pregunté: -¿Es verdad que te vas a América? Y antes de que pudiera responder, Poooffff !!!, le sacudí otra bola de nieve en el pecho.
Ahora sé que más vale una buena pregunta que busque las luces en el fondo de un río que mil respuestas como responsos para quienes ya no viven.
¿En qué cielo seguirán recordando mis abuelos Michael y Sarah el llanto desconsolado de su amigo Henri Matisse en 1935 cuando le confesaron que habían decidido volver a California y vender su casa, una de sus mejores obras de arte, a menos de 7 años de terminada?
Pero entonces…¿por qué, con más de 70 años y sin seguridad de quedarse en París habían encargado un proyecto a Le Corbusier? me preguntaba en ese momento. Ahora ya sé la respuesta del abuelo:
¿Si apoyamos la vanguardia en la pintura a principios del siglo, por qué no haríamos lo mismo con la arquitectura?
A mis 92, sigo preguntándome…¿estábamos seguros allá por 1965, mi hermana y yo cuando vendimos los últimos cuadros que nos quedaban de los abuelos…..creo que eran 38 de Picasso y 9 de Juan Gris?
Y en esa misma época ¿en qué pensaban esos desalmados, que por miles de años empujarán pesadas bolas de acero en el cuarto círculo del infierno, cuando descuartizaban mi fantástica Villa Stein para convertirla en 5 departamentos ridículos?
¿En qué momento de esta vida abandonamos las preguntas, dejamos que la niebla nos confunda, rompemos el hilo y desconectamos la emoción?
Columna: Dérives