Escrito por: Karin Cruz T.
Se sufre ante la espera, ante la demora con respecto a la satisfacción, se sufre respecto al fracaso de la experiencia con el Otro, en definitiva; se sufre por la condición de ser seres mortales, sexuales y parlantes.
A un nivel el sufrimiento es, ante los rodeos metonímicos, ante el hueco, el mismo que moviliza el deseo. Ante la fractura del encuentro con el Otro, ante el fracaso intrínseco de la vida. Ante el principio de realidad.
Por Freud sabemos que el principio de realidad pone en sufrimiento al sujeto, porque propone un programa: poner en suspenso el deseo, obligándolo al desplazamiento por la cadena significante y continuar así. Por Lacan sabemos que ese suspenso del deseo es estructural.
Ahora, ese sufrimiento de la existencia es diferente al dolor del cuerpo.
El dolor al cual nos referimos es el que surge cuando no es posible trazar esos rodeos del deseo y entonces la pulsión se revela. Se revela en condición de trauma, y cuando esto ocurre, el cuerpo se pone en primera línea: es puro organismo. Cuando duele una muela, dice Freud, toda la actividad psíquica cabe en esa muela.
El problema del adicto es el dolor. Por esa razón utiliza como defensa la cancelación. «Cancelación tóxica del dolor»• en el cuerpo, del dolor de existir, parafraseando a Freud.
Allí donde el sujeto neurótico se ubica en la demanda dirigida al Otro en cualquiera de sus formas, el sujeto neurótico que ha instalado el dispositivo de una adicción, toma un atajo y recurre a los efectos de la sustancia en búsqueda de cancelar tóxicamente el dolor, porque su manifestación es que no sufre por vivir, sino que le duele existir.
Las sensaciones corporales no han podido ubicarse en el cuerpo, no se ha podido terminar de dibujar el mapa corporal, el Otro amenaza en el cuerpo, lo invade. Y ahora, cada continuidad rota con el Otro es notoriamente vivida en el cuerpo. Se desgaja algo del cuerpo en el circuito libidinal. Cuerpo informe. La salida: una ortopedia avasallante de entrega total al goce del Otro.
En el dolor del deseo, allí donde el neurótico habla y se dirige al Otro, el adicto se intoxica, con o en su acción cancelatoria.
Lo que sobreviene en palabras de los propios analizantes es poder salir del Otro imaginario, pero el mecanismo es a través de una nueva alienación.
Esa nueva anulación subjetiva tiene su correlato interno, un aliado, vestigio de una primera alienación, es el pedazo de sí que se pierde al obtener la mirada del Otro, transacción necesaria, pues no hay quien se humanice sin asistir a esa pérdida. No obstante, la protesta ante la fisura, porque se fractura el cuerpo, es determinante. El acto cancelatorio es una nueva anulación subjetiva, que redobla la función.
El tóxico aparte de cancelar el dolor, creando un circuito pulsional que modifica la economía libidinal, otorga la posibilidad de una fantasía inmediata, una pavorosa emergencia imaginaria, automática y de mínimo trabajo psíquico. El sujeto se pone por un instante al margen del dolor subjetivo, como respuesta ante la dificultad de ligar lo pulsional, dificultad que puede ser considerada clínicamente como un síntoma en lo real. Esta dificultad abre el camino a la cancelación tóxica como vía casi obligatoria para interponer una barrera química a la angustia.
Vehiculizado de esta manera lo pulsional no encuentra la mediación fantasmática de los relatos compartidos. Relatos que hacen lazo desde lo singular para conformar comunidad. Lo que se comparte es la idea de la pertenencia en la exclusión, es un sujeto al margen, pero en términos de deshecho.
En la adicción, lo comunitario está construido desde la identitaria necesidad de pertenencia y de reconocimiento de un Otro, borrando la heterogeneidad en una mimesis con el semejante y bajo la orden de Otro.
Lo importante es retomar la palabra, abriendo paso a la emergencia de la dimensión del tóxico en la palabra, pues el circuito está reorganizando la economía libidinal y ejerciendo su efecto en el discurso.
La adicción es un mecanismo que tapa un agujero subjetivo, que rellena. Este mecanismo encuentra un registro interno que hace de resorte, esa parte hipotecada de sí esencial en toda subjetivación, reflejo de la alienación inicial al Otro. Entonces, se redobla la dependencia. Duplicando la imagen.
Sujetos ahogados de vacío rellenado. Muy propio de esta época.
Dossier Psicoanálisis – Eje 3:Clínica
- Le Poulichet, S. (2005). “Toxicomanía y psicoanálisis. La narcosis del deseo”. Buenos Aires, Argentina. Amorrortu Editores.