Roland Barthes sobre la escritura que produce la lectura

Escrito por: Zacarías Marco

En 1975, en un coloquio sobre escritura celebrado en Luchon, en los Pirineos franceses, Roland Barthes pronuncia una conferencia, la conferencia inaugural, sobre la lectura, éste es su título, aunque hacia donde apunte más exactamente sea hacia la escritura que produce la lectura. En el texto que redacta, y que se publicaría al año siguiente, podemos leer su hacer en pos de decantar un ordenamiento, al tiempo que se ve conducido a dar cuenta de su imposibilidad. Habla de la obligatoriedad de llevar a cabo un análisis estructural de la lectura que no deje de lado el problema del placer, y escribe Placer con mayúscula. Señala primero que la lectura no desborda la estructura aunque sí la pervierte. La razón es clara, se lee con el cuerpo, la lectura es, como dice, un gesto del cuerpo. Y, pese a esta dificultad, se muestra optimista, cree que ya se tienen medios para abordarlo. Señala un déficit de este más que es el placer implicado y el reto de no seguir evitándolo. Parece estar ante la tierra prometida de una segunda vuelta de tuerca estructuralista, y allí va, hacia allí se lanza dejando, como veremos, que su avance lo contamine a él.

Después del placer Barthes apunta al deseo. La lectura, nos dice, es buena conductora del Deseo de escribir, y escribe también Deseo con mayúscula. Recoge a continuación las palabras de Roger Laporte, quien reconocía que la lectura de autores como Proust, Blanchot, Kafka, Artaud, le había provocado, no ganas de escribir sobre ellos –o como ellos, añade Barthes– sino de escribir. Deseo de escribir. No pudiendo sustraer el latido del deseo del análisis, el autor se ve conducido a plantear el problema del sujeto, esa herida que se abre, inevitablemente, cada vez que se lee. Tenemos el empuje estructural, por tanto, como impulso primero de su voluntad, pero con la valentía de no evitar que su mirada se termine posando en lo que encuentra justo en mitad del camino, la piedra que lo hará tropezar. Y no se aparta, no la esquiva, y vuelve a golpear con su pie en ella. Es este movimiento lo más interesante del texto de Barthes, lo que provocará el par de joyas que nos deja.

Observemos qué sucede. Arrojado de lleno a la imposibilidad Barthes vierte su propia sangre. El efecto no se hace esperar, la poesía ha penetrado su texto. No esperemos más y vayamos con él directos a las dos formidables torsiones que lo coronan. La última, con la que el escrito acaba: La lectura sería precisamente el lugar en el que la estructura se trastorna. Pese a su título, Writing Conference, de lo que habló ese día en el sur de Francia es de la lectura, más concretamente, como decíamos, de la escritura que produce una verdadera lectura. Barthes trataba de investigar qué se produce en el acto de leer cuando, impresionados por lo que leemos, levantamos la vista, –otro gesto del cuerpo. Antes de esta conclusión, apenas unas líneas más arriba de este final, Barthes nos ofrecía otra magnífica imagen de lo que quería transmitir. La lectura, en suma, sería la hemorragia permanente por la que la estructura se escurriría. Hay que entender que dicha hemorragia, que él destaca en cursiva en el texto, conduce al fracaso aquello que el autor tendería a hacer, esto es, el análisis estructural, si no se percatara de los límites que se le imponen a su deseo y actuara en consecuencia. Este reconocimiento otorga al texto su indudable mérito. Más todavía, su magia.

Retornemos ahora desde el poético final de este escrito al lugar del tajo, justo en el momento en el que Barthes aspira a producir allí un nudo, un anudamiento estructural. Una cuchilla llamada Deseo ha rasgado la posibilidad del análisis al introducir el problema de la inasible subjetividad. Y allí todo tropieza. Barthes empezó cerniendo primero las causas de un fracaso en el pensamiento, que él localiza en la actividad lectora, un camino que le llevará a ese sujeto falto de plaquetas, que inevitablemente invadirá todo análisis. La contención es imposible. ¿Qué provoca su fracaso? Un doble desconocimiento. Partimos de una idea de sujeto perdido de entrada, privado de su unidad, de aquella unidad del sujeto pensante de toda la filosofía idealista. Un sujeto que no puede pensar en reflexivo, que no puede pensarse, debido al doble ocultamiento al que tanto su inconsciente como la ideología lo someten. Son sus fugas. El reflexivo se vuelve impracticable, la tirita no vale. Y sangra. La emergencia de las emociones en su actividad lectora no puede sino manifestar el descentramiento que lo afecta. Es inevitable. Si un primer descentramiento “ideológico” permitía la posibilidad del análisis estructural, este segundo descentramiento lo impide. No puede efectuarse siguiendo la perspectiva inicial, no puede, puesto que la falta de engaño sobre las limitaciones nos abre a un panorama diferente, nos enfrenta a algo todavía por hacer. Una poética del pensamiento por venir.

Más allá del reconocimiento a las aportaciones del psicoanálisis, conmueve la posición desde la que Barthes interviene, dejándose atravesar por la imposibilidad, desnudando el límite de su propio discurso –o de una ambición, diríamos, de la época– con vistas a organizar conceptualmente la experiencia de la lectura. Pero no nos quedemos aquí. La apertura con la que lo resuelve bien merece una réplica, un diálogo. No se trata tampoco de apuntarnos a un movimiento lineal, historicista, o pensar que podemos hacer aportaciones novedosas, superadoras de Dios sabe qué. Obviamente no. ¿Qué entonces? Probemos a levantar la vista. Pienso en leer y no sé qué es leer. Este no saber es mi punto de partida. Por eso trataría de acompañar el acierto de esta bella conferencia con algo, con una reflexión sobre otra manera de ver la lectura. Cómo ser fiel al efecto de la lectura, al lugar donde ésta es siempre otra para el sujeto que lee. Bajo entonces la vista.

Barthes habla de la lectura como escritura en el sentido de formar parte del proceso que lleva a la escritura, la lectura como estimulante de la escritura, lectura que desencadena la escritura. Pero todavía se podría empujar un poco más. No intentemos echarle el lazo a ese deseo. O sí, pero desde el otro lado. Él será quien nos alcance. Sólo entonces, una vez que el lazo nos ha apresado, podemos levantar la vista. ¿Qué tenemos? No deseo de escribir sino escribir como deseo. Y llamamos a eso hacer una lectura. Hay un leer que es escribir. Más todavía. Leer es escribir, es producir una escritura en sí mismo. Levanto la vista porque el lazo de la escritura me prende, me ha agarrado. Escribir está ahí, en la lectura cuando se ejerce de manera activa. Por eso la lectura que no adormece es escritura. Y la que adormece, en el fondo, también, pues no hace sino tejer en el telar de nuestros sueños. La una intenta acomodarnos a una escritura; la otra la provoca, debido a la irrupción inevitable de la subjetividad, como dice Barthes. Esa subjetividad que trastorna la estructura es escritura cuando la lectura la lee. Dar cuenta es otra cosa. Podemos, perfectamente, no hacer acuse de recibo y evitar la sacudida. Es la salida corriente. Entonces nos pasa por completo desapercibido lo que depende de nosotros, lo que depende de cada uno, de la utilización que cada uno haga de la lectura. Y así, puedo leer de una manera totalmente restrictiva, sin contacto con la actividad de la escritura, evitando su lazo; o bien, participar, levantando la vista, de lo que la escritura implica. Entonces, leyendo, escribo.

Columna: Tejidos de escritura