Desritualizar la clínica como acto analítico

Escrito por: Karin Cruz T.

Los psicoanalistas sabemos que hablar es, inexorablemente, prestarnos al acto fallido, al lapsus, al malentendido. Sin embargo, ante eso, no invitamos a retroceder, sino que a admitir y asumir que así son las posibilidades que tenemos, y por eso nos lanzamos a la práctica de la  palabra, sabiendo que siempre tenemos una nueva oportunidad.

Eso que Freud denominó Nachtraglichkait, en francés es el après-coup, y en castellano podríamos nombrarlo como el a posteriori.

Quiere decir que mientras seguimos estando en este delicioso mundo existe una nueva oportunidad, oportunidad de volver a tomar la palabra para explicitar el malentendido que nos precedió. Es decir, que la oportunidad es avanzar de un malentendido a otro malentendido, lo cual no quiere decir que giremos en redondo. Algunas veces sí; otras, algún progreso puede darse.

La palabra ubicada en ese lugar, tramitada de esa manera, pertenece al mundo psicoanalítico. Y lo que se reconoce como psicoanálisis a diferencia de otras propuestas «psi» es que sitúa en el centro de su eficacia, la transferencia. Por tanto, esa palabra fallida, de la que hablábamos,  además está atravesada por la transferencia. Para los que hacemos clínica este es un asunto indispensable.

La transferencia como un fenómeno inevitable que, como decía Freud, no sólo se produce con los psicoanalistas, se produce aún en la relación con cualquier médico u otro en posición de referente, la única diferencia es que el psicoanálisis, primero, la reconoce como un fenómeno que se da y, además hace de ese fenómeno el motor de su incidencia, el eje de una eficacia posible.

Hay una diferencia en la forma en que Lacan nos propone pensar la teoría del psicoanálisis y también los modos en que el analista interviene bajo el velo de la transferencia. La transferencia es un acto. Y no sólo en lo que se conoce como la sesión corta o interrumpida, que es lo que mas se ha divulgado de la práctica lacaniana. Lacan propone algo mas… respecto a la dirección de la cura.

La palabra «cura» es de Lacan, no de Freud. Podemos plantear que el neurótico cuando acude a nosotros en su demanda de análisis, es porque viene identificado a una especie de objeto a, aunque él no lo sepa. En el hombre de los lobos el objeto a es la mirada y ahí queda fijado, de eso sufre, de eso goza. Es también lo que lo aparta de su deseo. Y produce efectos, inhibiciones, síntomas, angustias, tres clásicos freudianos.

Cuando alguien llama podemos suponer que hay algo por lo cual sufre. Y por lo general busca alivio a ese sufrimiento. Sufrimiento que podría homologarse a un dolor.

Un síntoma (psicoanalítico) sería entonces, cuando se le aparece al sujeto bajo modo de algo que él encuentra en su conducta, en su cuerpo, y de lo cual él no puede dar razón. Es decir, el síntoma le invalida su saber consciente, el síntoma le hace descubrir que su pensamiento consciente le es insuficiente. Por tanto, cuestiona al sujeto.

Entonces, un sujeto acude y solicita ayuda cuando su pensamiento consciente no le sirve para dar cuenta de eso que le causa dolor, bajo el modo de un síntoma, bajo la forma de una repetición, bajo el modo de una inhibición. No obstante, en ciertos momentos alguien llama y no tiene una disposición a reconocer que hay algo que le habita cuyo saber se le escapa. Esta es una de las funciones esenciales de lo que Lacan llamó las entrevistas preliminares.

Con Lacan los recursos para pensar la clínica se abren, se flexibilizan, las intervenciones pueden operar a diferentes niveles, distintos momentos y direcciones, siempre bajo el manto de la transferencia. No obstante es preciso insistir: no hay manera de dirigir la cura sino se extrae del ritual. Es preciso desritualizar, desburocratizar las sesiones cuando se tornan acciones de un manual: 3 o 5 sesiones de análisis a la semana de 45/ 50 minutos, como norma.

Ejerciendo el manual no damos espacio a que el sujeto autorice su deseo en su singularidad. Las salidas no son en grupo. Es siempre una invención individual.

Todo análisis es un acto analítico, nos dice Lacan. El acto analítico como eje de la clínica sostiene por tanto, la noción de corte, a diferencia de la dimensión de continuidad y de proceso. El inicio de un análisis es un acto analítico.

En cierto momento el analista es invocado y convocado en su presencia. En un análisis esto es así. Los que trabajamos en clínica podemos testificar sobre esto.

Y si el analista no se deja implicar en su presencia, no hay análisis. Pero, ¿qué significa esto? a veces la transferencia negativa, cierta transferencia negativa, sirve para interrogar al otro. Un analista que busca ser amado-admirado por sus pacientes no va a sostener ese lugar, lugar que hace posible un análisis. Ahora bien, si el odio se transforma en una pasión imparable, tampoco sirve.

Por tanto, el analista tiene que, por un lado, sostener esta estructura, y por otro, ofrecerse para sostener la presencia, pero bajo el modo de objeto a. Sostener la estructura no significa intentar objetivar/homologar y generalizar un tratamiento, sino sostener el encuentro.

Cuando se ama a alguien y se sitúa ahí el lugar del deseo y del goce, algo que me pertenece está en el cuerpo del Otro.

Por tanto, el analista sostiene la posición de objeto a hasta el tiempo de su caída.

Una intervención ampliamente divulgada en el lacanismo es el corte de sesión. Una de las finalidades es propiciar un avance de la regresión. Sirve para ir conmoviendo el mundo que el sujeto habita.

Ese mundo narcisista del discurso, que se gusta a sí mismo, discurso que aburre. Cuando ese discurso entra en interrogación, se abren las preguntas.

¡Tanto rechazo que tenemos al síntoma siendo que éste habla más que el yo!

El síntoma es una inmixión de lo simbólico en lo real, por una inmixión de lo simbólico algo empieza a andar mal en lo real.

Cuando la intervención es en la línea de la interpretación del síntoma, debemos tener en cuenta que ésta tiene una estructura poética: es decir, al mismo tiempo que desactiva el síntoma, tiene, como la buena poesía, una relación a la verdad.

Es también una articulación que tiene más de un sentido, quiere decir que deshace la unicidad del sentido. Por tanto, opera como corte ante esa fijeza del sentido allí donde el sujeto identificado al objeto a sostiene la ficción del goce del Otro.

Un corte que puede operar en cualquiera de los tres registros: dirección de la cura. Es decir, las intervenciones del analista no terminan con lo que se hace desde lo imaginario cuando interviene el sentido. Lacan avanza desde las interpretaciones hacia las intervenciones en lo real. Y esto no es una “formulita”, es una producción o un producto del discurso, secundaria a lo que el paciente dice.

Llega un momento en cualquier análisis que el analista se ve obligado a ese tipo de intervenciones que son de lo más variadas. Es decir, se pasa de eso que no alcanzo a entender de lo que me pasa, a no ser eso que yo pensé que era.

Por lo tanto el acto analítico apunta hacia la posibilidad del sujeto de librarse del lugar donde sufre una fijación a un goce que lo aparta de su deseo.

Por esta razón Lacan siempre mantuvo su ética: “no ceder en su deseo”, un sujeto no debe renunciar a su deseo, sino dar paso a él. Teniendo en cuenta que el deseo no es arbitrario, no es la arbitrariedad del capricho del deseo del Otro, porque si llegamos a creer que el deseo es la pura arbitrariedad sería imposible el lazo social.

El deseo implica también una restricción de goce que es la que hace posible el lazo social.

En el corte simbólico hay un pacto. Restricción de goce que permite el encuentro con Otro goce. Es una restricción doble, pero esa restricción doble es un pacto finalmente.

Todo este recorrido mantiene vigente algo que Lacan nos propone, casi desde el comienzo de su enseñanza como la ética del psicoanálisis, tenemos una pluralidad de intervenciones en la medida que tenemos claro adónde apuntan. La dirección de la cura no es sin saber, sin una estructura, sin un recorrido.

Por lo tanto, se trata de desritualizar pero no en el sentido de la moda de la deconstrucción sin estructura. Cuando el analista tiene desarrollados y desplegados los articuladores teóricos que sustentan su práctica y un recorrido analítico, gana libertad. Cuando no sabe o “cree” saber mucho ritualiza su práctica para no perder su rumbo, habla mucho o no habla nada. Freud y Lacan sabían que sus intervenciones apuntaban al acto. Acto analítico.

Columna: Psicoanálisis/Clínica

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