Dulces Derrotas

Escrito por:  Daniel Merro Johnston

Je est un autre

Arthur Rimbaud

Froté la lámpara y le pregunté:

¿Qué haremos para escapar de la frustración, huir de la incertidumbre, conseguir trabajo y triunfar?

—Se equivocarán —me respondió, y se esfumó enseguida, como hacen los genios.

Desocupación, dictadura y hasta una guerra absurda complicaban el comienzo de la carrera. Yo no sabía quiénes se iban a equivocar, si nosotros o ellos, ni tampoco quienes eran ellos.

Esperaba acertar, naturalmente, pero estaba extraviado.

Los profes de la Universidad me confundían con mi hermano, que había sido buenísimo diez años antes.  No les cuadraban las edades, pero me hablaban de gente que yo no conocía y como se negaban al paso del tiempo, me aprobaban con afecto equivocado.

Más tarde hubo tropiezos esperados, pues yo vigilaba oculto aguardando el error. Me presenté a una oposición de profesor, siendo extranjero y sin posibilidades. Pero algo en el jurado se torció, alguien fue al baño en un momento inapropiado, con muchas presiones y más cansancio seguramente me confundieron con otro y aquí estoy yo con mi cargo inexplicable.

En pleno invierno buscaba una pizzería en Malasaña y entré desorientado a un restaurante vegetariano, comí como los dioses, me enamoré de la chef y viví feliz por muchos años, sin revelarle su error. Ella me llamaba Dani, pero si se ponía nerviosa le salía Damián y cuando discutía me soltaba un ¡Danilo! en voz alta, lo que confirmaba mi sospecha.

Me invitaron a un congreso en Chipre y en el mismo aeropuerto ya me llamaban David, Míster Déivid o Doctor Daví. Cuando los alumnos griegos comenzaron a nombrarme a Iatrós Deiv, me resigné y asumí sin problemas la personalidad del otro. Durante varios días  me presentaron unos tipos interesantísimos que me contaban entusiasmados sus proyectos incomprensibles, sin duda conocidos por David, no por mí.

Busqué desesperadamente a David Kane en Google y encontré un pianista, solo me faltaba que me sentaran al piano.

Me inquietaba dar pasos equivocados en la dirección correcta, pero me aburría mucho más seguir sendas muy cuidadas en un camino erróneo. El resultado de la suma de decisiones sensatas en proyectos absurdos resultaba, inevitablemente, un guiso espeso que dejaba un sabor amargo a intolerable desatino final.

Michael Jordan erró más de nueve mil tiros en su carrera y perdió trescientos partidos. En veintiséis ocasiones le confiaron el tiro ganador y los malogró.

He fallado una y otra y otra vez en mi vida, y por eso he tenido éxito —dijo.

Como estos textos que yo disfruto pero que casi nadie sabe que escribo, ni mis compañeros de trabajo, ni alumnos, ni amigos, y que como aporte a la confusión yo se los atribuyo a Kane, esperando ese error irreparable que se producirá en algún momento y los lanzará a otro abismo.

No puedo decidirlo pero lo arriesgo. Si me equivoco, gano. Animarse a fracasar es el desafío. Fracasar más y mejor.

Como la de Charlie Brown, mi vida no tiene propósito, ni dirección, ni finalidad, ni significado, y a pesar de todo soy feliz. No lo puedo comprender. ¿Qué estaré haciendo bien?

Columna: Dérives