Cimabue (2008)

Escrito por: Pierre Soulages 

Traducido por: Hugo Savino

Lo que encuentro interesante en esta «Virgen en majestad» de Cimabue, es que podemos mirarla con nuestra mentalidad, con lo que somos hoy, olvidando por un momento la historia del arte.

Virgen en majestad (Cenni di Pepo Cimabue)

Y en primer lugar, estoy sorprendido por lo que llamo su presencia. Esta presencia viene de la frontalidad, de la manera que tiene este cuadro de pertenecer a una superficie, a la pared. Es ajeno a lo que apasionó más tarde a generaciones de artistas, la perspectiva. La perspectiva que excava la superficie, excava la pared, el agujero perspectivo. En tanto que ahí, el cuadro está perfectamente en la pared. Mira hacia ella.

El marco grande y pesado no puede ser excluido del conjunto, forma parte de la tela, la aísla y la hace más presente, más «cosa» de lo que ya es realmente.

Es muy importante el ritmo que se crea verticalmente a la izquierda, verticalmente a la derecha, por medio de la alternancia del azul y el rojo. Si miramos con atención las formas, nos daremos cuenta de que aquellas de la parte izquierda son más delgadas, más esbeltas que las de la derecha, que son más anchas, más gruesas. Son estas diferencias mínimas las que le dan vida a una aparente simetría. Esta oblicua aquí, más importante que aquella, estas dos verticales a izquierda y derecha no hacen más que confirmar en el medio del cuadro la presencia de la gran y simple forma azul de la Virgen. Los colores : hay azules, rojos, rosas. Y está el oro. Es un color y también una luz. No es una luz de pintura, sino una luz reflejada. Y cuando miramos este cuadro, está la parte que se encuentra realmente sobre la pared, que se aferra a la superficie de la pared, y está la luz del oro que sale del cuadro. Este reflejo viene hacia nosotros, partiendo de las pequeñas superficies de oro de  abajo y elevándose a las aureolas que rodean las cabezas de los ángeles y del niño – puesto que la aureola del niño crea  una asimetría que lo pone en evidencia – y la mirada que sigue el reflejo se eleva en un movimiento vertical.  Este latido de las formas en el espacio de la tela se amplifica hacia lo alto por un gran fondo liso de oro cuya forma angular acompaña esta idea de verticalidad y de elevación. Imaginemos este cuadro terminado por una horizontal, la mirada se inmovilizaría entonces y el cuadro se quedaría fijo. Pero está este ángulo orientado hacia lo alto. Hay movimientos que coinciden con este ángulo, por ejemplo el pliegue del vestido. Esos movimientos o estos, y el del vestido que no tiene totalmente su simetría. La fascinación de lo casi simétrico…

Desde hace un rato, intento analizar todo lo que me conmueve en esta pintura. La mirada conduce hacia lo alto, y no de derecha a izquierda. El ritmo, asociado con frecuencia a los sonidos, y eso sorprende a veces cuando se lo evoca para la pintura. El ritmo es un recorte del tiempo, un recorte diferente de aquel, regular, de la cadencia. Y en este cuadro, es el recorte de la superficie del cuadro por medio de las formas. Podemos llamar ritmo a eso.

Y quiero hablarle del oro. La luz, natural o no, es reflejada, transformada por el color del oro. Este oro que no es uniformemente liso sino picado según ciertas direcciones, lo que da a los reflejos una variedad, una animación, una suerte de movimiento…

Hablar también de la manera que tiene la luz de ser reflejada por estas superficies de oro. Viene del cuadro hacia nosotros que la miramos : el espacio del cuadro está entonces ante el cuadro. Y nosotros que miramos, estamos en el espacio de este cuadro. Es una manera de pensar el reflejo de la luz que no habría tenido tal vez nunca si no hubiese hecho la pintura que hago ahora. Existen otras Vírgenes con el Niño, con bebés más próximos de lo que conocemos, es algo que no falta en la historia de la pintura. Pero no tiene nada que ver con lo que podemos experimentar aquí. No es que el tema me apasione, pero está ahí, no lo excluyo. Lo que me conmueve en el cuadro lo supera. Es la gravedad, la grandeza, la calma, y, en el fondo, su lado sagrado, no digo religioso, digo sagrado, de una organización de colores y de formas.

Cuando vi este cuadro por primera vez, puedo decir que me conquistó, y nunca me desprendí de él. Algunos días, miro la dulzura de los rostros, la calma, la serenidad, este lado intemporal, en el fondo. Pero ¿qué es la pintura? Es siempre diferente, pero en principio es una cosa que se frecuenta, que crea y cambia las relaciones que tenemos con el mundo y con los otros. Una verdadera obra de arte, para mí, es eso. Y es por eso que pienso y digo a menudo que las elecciones estéticas tienen correspondencias éticas. Una obra de arte compromete muchas cosas, mucho más de lo que uno imagina cuando uno dice  : es bello o, peor aún, es lindo. Es por eso que me siento incómodo y torpe para comentar este cuadro. Lo que siento ante él no pasa por un análisis, estoy ante una cosa que vive y lo vivo no se deja disecar por los análisis.

 (En Les Arpenteurs de l´Europe [Los Agrimensores de Europa], dir. R. Herbouze, Actes Sud, Arles, 2008)

 Otros Ritmos: Traducción

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s