Escrito por: Henri Meschonnic
Traducido por: Hugo Savino
Ver la pintura, oír el poema. Tener en la voz lo que hoy reúne la experiencia de pintar, la experiencia del poema. Fuera de cualquier repetición de los juegos de otro tiempo, el intermedio surrealista, bello por la amistad entre poetas y pintores, mezquino cuando se lo imita, con frecuencia mezquino también en sus productos de lujo – esa grosería, la ilustración, o ese abuso, como en algunos poemas de René Char, cuando la pintura vuelve ilegible el poema. A la manera en que la música de Duparc vuelve inaudible La invitación al viaje de Baudelaire. No, no es así como la pintura y el poema se entienden.
La escucha es la amistad del poema, la amistad de la pintura. Donde mis preguntas no son más que la reflexión de los cuadros de Pierre Soulages; lo que él dice, la apertura de las preguntas. Un diálogo de afinidades. Una aventura. Una aventura difícil, porque es difícil mirar la pintura de frente. Es difícil rechazar, nunca se puede rechazar completamente, ese comentario portátil que cubre los ojos. Soulages muestra que aquello que cambia la pintura cambia también el lenguaje.
Entonces ponemos un pie delante del otro en la invención de ver, de entender. El ritmo es lo que no deja de recomenzar, y no es una repetición.
La emoción simplifica el lenguaje. Es por eso que la poetización es un mal signo. Una complacencia de las palabras por las palabras mismas. Una auto-adoración que se hace pasar como la exaltación de la pintura. Para reencontrar un ver, reencontrar un oír, en primer lugar hay que lavarse de lo contemporáneo. El único deber es con lo que se tiene que descubrir. A nadie más se le debe rendir cuentas. Si no, pagaremos mucho por ser sordos como una época, con la boca llena de las palabras de los otros. La relación con el poema, la relación con la pintura enseñan, justamente, que deben sostenerse respectivamente, como una crítica del uno por la otra, una ética del discurso. Sostener la ética por medio de la práctica de un arte.
La de la poética. De lo que Soulages llamó un día la «píctica». La poética no es la sensibilidad respecto al poema, al arte. Tampoco una insensibilidad, desde luego. Solo existe porque los acompaña. Es la prosodia del pensamiento, la prosodia de la mirada.