Decimoquinto aforismo: La letra dibuja el borde del agujero en el saber

Escrito por: Zacarías Marco

Confieso mi sorpresa al toparme con este aforismo. No estaba previstoBrilló al pasar y me hizo volver la vista. Tratábamos de entender en el aforismo anterior la diferencia entre el territorio de lalengua y el del lenguaje, una diferencia de naturaleza que obligaba a desechar tanto la metáfora de la frontera entre ambos como el calificativo de territorio para la primeraSi el territorio podía vestir bien al lenguaje, debido a su confección ordenada, su gramática, para lalengua se nos imponía una imagen líquida, marina, el lugar donde la cría humana tomó su primer bañoEste mundo fónico madre-hijo, surgido en una inicial indiferenciación que cosía la pulsión a la palabratiene un carácter mítico. Pertenece a un tiempo sin relato, un tiempo cero previo a toda articulación social. Para llegar al estadio siguiente el ser hablante ha de salir primero de las aguas. Podemos imaginarlo secándose a medida que se adentra en tierra firmeen lo que será propiamente un territorio, con su cartografía, su mundo de metáforas y metonimias. Y una vez hablante, eparlêtre abandonará la lengua en madre para adoptar la lengua con los otros. Se vestirá de lenguaje, se mirará en ese espejo y se reconocerá en élSin duda perderá algo gozoso por el camino, pero se resarcirá abriéndose camino en el saber. Con gran satisfacción roturará sus campos y se abonará al sentido, a los frutos del lenguaje herramienta. Es posible que este olvido de sus orígenes sea su única manera de entrar en lo común, en la comunicación, pero se engañará si piensa haber dejado atrás, definitivamente, su origen marinoSí, pobre sabelotodo, inconsciente de su escisión: las aguas le acompañarán tierra adentro, solo que de otra manera. Aquellos significantes que llevaban impreso el lazo pulsional con el Otro pasarán a ser sus marcas de goce, las letras que configurasu inconsciente. éste hará con ellas su propia lectura, una interpretación que Lacan distinguió del saber consciente honorándola como un saber-hacerDel lado de la conciencia, un saber que oculta el agujero que tiene en su centro. Del lado inconsciente, un saber-hacer con él. Y a esta primera oposición se le añade después una diferencia surgida en el segundo, porque el inconsciente que interpreta no es ya el mismo que aqueen el que se inscribieron las marcas originarias. El segundo, el inconsciente transferencialvendría a interpretar al primero, el inconsciente real. ¿Cómo lo hace? Escribiendo con sus letras sin sentido el síntoma. Porque el síntoma, cuando deja de ser visto como forma de expresión para ser pensado a partir de su funcionamiento, no es otra cosa que el modo en que el sujeto articula los registros real, simbólico e imaginario, tejiendo el nudo que organizará su vida. 

Tras dibujar este recorrido que viene del aforismo anterior, pero que también lanza sus arpones hacia los siguientes, reducimos de nuevo nuestras redes. Del espesor de su zurcido depende que obtengamos unos peces u otros. Hay que procurar mantenerse a cierta distancia de la metodología, mirarla siempre con recelo antes de dar el paso siguiente. Porque una vez entendida la diferencia entre el lenguaje y lalengua, que es lo que todo análisis promueve, lo que nos interesa es volver a la zona donde las aguas se mezclan, esa estructura de borde que lo hace posible. Ya utilizamos aquella preciosa palabra, litoral, que apareció en un texto de principios de los años 70Lituratierra, ahora nos pasearemos por esta zona incierta donde el oleaje sacude la costa, un lugar mutante, salpicado de palabras juguetonas.  

Lacan se inspira en la caligrafía japonesa y en la huella que deja la lluvia en el paisaje para transmitirnos una noción que atenta contra el sentido común: lmarca que deja la palabra en el ser hablante, la letra, no es primera, surge como efecto de su propia tachadura. Lacan nos dice que la tachadura nlo es de ninguna huella previa. ¡Qué locura! ¡Cómo es posible! La letra que forma la arena del litoral se define retroactivamente a partir de una tachaduraIntentemos superar nuestra perplejidad reconociendo una estructura que a estas alturas ya nos resulta familiar. Es la misma que tiene el objeto perdido, que se instala como perdido sin haber ocupado jamás ese lugar. O la que tiene el trauma, que se produce tras dotar de sentido (actual y traumático) a una vivencia pasada, hasta entonces enigmáticaEn realidad, Lacan nos ofrece aquí una nueva escritura de lo que había detectado muchos años atrás, que toda repetición sintomática procede, precisamente, de lo que no fueUna estructura impresa en el lenguaje que contrapone en este texto a la que por entonces sostenía DerridaContrariamente a éste, Lacan sostiene que la letra no es primera, surgió de la partición entre el significante y el significado al colarse entre medias, en el encuentro con el Otro, la pulsiónPrimero, pues, no lo simbólico sino lo real. Una partición y un encuentro que conforman en après coup la escritura de goce del sujeto. Como vemos, una lógica contra intuitiva que busca no enredarse en el sentido para pensar lo que lo excede, lalengua. Dejamos pues el territorio y regresamos al litoral. Dejamos las leyes del significante, el mundo simbólico que sentenció la muerte de la cosa, y volvemos a la mixtura con lo real. Allí, en el litoral, la letra dibuja el borde del agujero en el saber. 

¿No se entiende? Tiro la toalla. Aunque quizás no se entienda ¡con razón! ¿Otra vuelta? Empecemos ahora por el final. Ese saber construido en el territorio del lenguaje se caracteriza, como lo simbólico mismo, por estar agujereado, por tener en su centro un vacío, un no saber. Podemos darle un nombre a la falta de respuesta para las preguntas fundamentales de la existencia, pero nos interesa primero destacar su estructuraNos asaltará su evidencia. Que el saber sea siempre una construcción nos indica, precisamente, que en su centro no lo hay. Todas nuestras teorías se erigen sobre esta falta originaria de saber, lo que vendría a ser el instinto animal, un saber que nos otorgaría de entrada una posición sobre nuestros deseos y nuestras metas, sobre nuestra orientación sexual, sobre la relación con los otros, sobre nuestro lugar en el mundoAhíun agujero. ¿Y qué viene a dibujarse en su borde? ¿Teorías? Bueno, teorías también, pero éstas se decantan en un movimiento segundo, el que viene a representar la posición, ya consciente, del sujetoPero ésta depende de su respuesta sintomática a esos enigmas que surgieron en el intercambio primero con el Otro, donde se imprimieron las huellas de la pulsión. 

Basta. Cambiaré de estrategiaExplicar, explicarse, dejemos esos absurdos. Para hablar del litoral hay que hablar litoral, lanzarse al encuentro con la ola. Antes de entrar en la escritura del síntoma, que veremos en el siguiente aforismo, conviene tratar primero el problema de la letra en la escritura de vanguardia, que es la que recupera el borramiento (litura) como su acto inauguralUna lituratierra que muestre el vacío perdido de la literatura. 

Bienvenidos, pues, al litoralal lugar donde se deposita la basura que el mar devuelve a la costa. la letra vuelta basura, a la letter vuelta litterBienvenidos a las palabras valija de Duchamp, a las palabras que han perdido las cadenas del sentido para atraer otros nexos. Bienvenidos a las palabras sin arrugas de las que hablaba Breton al inicio de los años 20, las palabras que hacen el amor tras haberse emancipado de su etimología. Bienvenidos a una literatura que retorna al kilómetro cero de la escritura de la que hablaba Barthes en los años 50, una escritura desnuda del saber formal y estilístico que la había llevado a su agotamiento decimonónico.  

El arte habla litoral con las adherencias todavía húmedas de la letra y Lacan no esperó a los años 70 para descubrirlo. El encuentro con el grupo surrealista en los años 30 había cambiado su vida, lo autorizó a desprenderse de su pasado burgués y provocó incluso su ruptura matrimonial. No es sorprendente entonces que encontremos en el Seminario de La carta robada, escrito a mediados de los años 50, una primera alusión a la letra-litter de JoyceLacan analizaba el cuento de Poe para ilustrar la determinación del sujeto por el significante. Abro paréntesis, ciertas conexiones nos interesan. Por ejemplo, que nada se sepa del contenido de la carta, que sea su ocultamiento (tachadura) lo que le confiere todo su valor. Un valor significante que colocará a la cartaletter como personaje central, para dirigir después al resto de personajes a ocupar los lugares intercambiables de la estructura. Es el hecho mismo de que esté en espera, en souffrancelo que la transforma en batuta de la danza de posicioneslo que desencadena y dirige la acción. Por eso, una carta llega siempre a su destinoCierro paréntesis, dejamos aquí la estructura y volvemos a los efectos de lo real en la letra, a la letra-litter de Joyce.  

El homenaje a la escritura de vanguardia cristalizará dos décadas después en el texto de Lituratierrapero con una sorpresa, añadiendo a la lista a otro escritor irlandés, Beckett, por aquel entonces condenado a la fama. A él le reserva el mayor elogio posible, nada menos que haber salvado el honor de la literatura por haber elevado el desecho a la condición de único objeto del arteY nhay que forzar mucho su lectura para deducir que con tales hermanamientos literarios Lacan se nos presenta, él mismo, como el salvador del psicoanálisis. ¿Exagerado? Tal vez no tanto. Hay que reconocer que tras haber aportado su pequeño invento, el objeto a, Lacan había llevado al psicoanálisis a ese mismo encuentro con lo imposibleEl paralelismo es estricto. Y tiene similares consecuenciasIgual que el bello producto literario es para el escritor modernista el principal enemigo de la literaturala inmundicia con la que el psicoanálisis trabaja no puede dejar de provocar, como denunció Lacan, una fuerte resistencia, ¡empezando por la de los propios psicoanalistas! …Por lo que eforzoso admitir que, después de Freud, nadie hizo tanto para devolver a esa inmundicia sobre la que circulan nuestros deseos su dignidad 

Prometí lengua litoral, ni rastro todavía. Probemos con Joyce, Beckett, Lacan. Un trío a orillas del Sena. 

Joyce trabajó siempre en la desarticulación de la palabra. La vivió en sus carnes como un objeto extraño al que el lazo del sentido no conseguía atrapar. Una verdad a la que fue fiel, consciente de que su vida pendía de ello. Porque su vida, cada una de sus emociones y experiencias no eran nada si no conseguía fecundar con ellas cada palabra. Joyce estaba en esa traslación imposibleen la lengua litoralSon las palabras espuma de las olas, lalengua Joyce. Desde sus tempranas epifanías a la lengua nocturna de su última obra todo fue un Work in Progress, un camino hacia las entrañas de la extrañeza. Creyendo en el croar donde se crea la lengua universal. En el batir de las palabras. En la rima de su canto. En la risa de sus aguas. En los ríos de la lengua. En los rizos de sus cabellos. En el mareo de sus mareas. En su turbio parloteo. En su efecto engendrador. En sus cauces infinitos. Porque sJoyce multiplicó exponencialmente las estrategias simbólicas fue para hacer que cada palabra, y con el tiempo cada fonema, sonara como algo único. Todos los ecos de una nota musical. La más vulgar de las piedras brillando en mitad del pentagrama.  

El arte no traduce, trae a la gramática lo que le es ajeno, todo lo sucio que desechó¡y la obliga a reaccionar! El arte es esa reacción, el resultado de ese trayecto. Un trayecto que dice sí a su singularidad, a la humedad perdidaJoyce consiguió sostenerse en ese saber-hacer con su imposible. Trabajó en la precariedad de su síntoma, zurciendo una a una sus deshilachadas hebras hasta conseguir un sinthome. Lacan inventa esta litter de la letra del síntoma expresamente para él. Después, el sinthome deviene un hacer posible con el síntoma de cada cual. Lo que era suyo nos abre lo nuestro, un poco al modo en que Joyce penetró desde su singularidad los secretos de la lengua desvelándonos lo común de su intimidad. No importa que no podamos seguirle en todos sus pasos, nos ha mostrado que en lo más propio está escrita la naturaleza perdida del lenguajeaunque su luz pueda resultarnos cegadora. Es lo que tiene que el sentido no nos sirva ya de armadura, que las palabras se descomponen y se nos clavan sus astillas.  

Beckett definió la salpicadura fónica de Finnegans Wake a sus 22 años con una precisión que todavía hoy nos deja boquiabiertosLacan conocía bien este pasaje, mil veces citado, que parafraseó hablando de sus Escritos. No importa, una más: “Aquí la forma es contenido y el contenido es forma. Se quejan ustedes de que esto no está escrito en inglés. Ni siquiera escrito. No es para leer, o más bien no sólo para leer. Es para mirarlo y escucharlo. Su texto no versa sobre algo, es ese algo mismo. Cuando el significado es dormir, las palabras se echan a dormir. Cuando el significado es bailar, las palabras bailan”. Impresionante. Después de leerlo necesitamos una pausa, un silencio… Beckett describe el arte reventando la dualidad, reventando la estrategia aprehensiva que fomenta el lenguaje analítico. Podríamos leer aquí el contenido como el enlace simbólico que promueve el sentido, y la forma como lo que es estrictamente significante, pero creo que Beckett nos autorizaría a ir un poco más lejos. Podemos forzarlo hasta ver en ese algo mismo la cosa en sí. Al menos, lo de ella irrumpe en la escritura. Veinte años después Beckett resumiría el problema del arte como el necesario enfrentamiento con la imposibilidad de acceder al objeto, teniendo a mano sólo la representación. En el momento presente el artista no podía seguir engañándose por más tiempo con la bella factura de su producto, so pena de emprender el camino de la subsistencia. ¿Qué le quedaba? Atreverse con ese fracaso, mostrar las condiciones de su imposibilidad.  

Se entiende lo que dice, pero al arrojarse a tramar el vacío del objeto Beckett hizo algo más. Sus geometrías de la palabra colonizan el silencio de una manera totalmente nueva, insólita. Se repite con él que sus palabras no añaden, restan, pero esta resta se vuelve también objetoIntentamos describir esta constante, inimitable, que sorprende al lector en cada fraseSe ha hablado de la despalabra, del lugar inaudito desde donde ésta surge, un lugar que él identificaba como todavía no nacido. Vemos cómo Beckett le pone nombre a la tachadura de la que hablamosestá en ella, en el borde mismo de la pérdida imposible. Y no se separa de ahí. Su increíble fidelidad a la ausencia del objeto implica rehacer sin descansel encuentro como imposible. Resultado, Beckett no nos trae el objeto (no se puede), nos trae su vacíoLa mano Beckett borra hasta dejar ese resto, ese resto en souffrancePero eso no es todo, porque articulando de mil maneras su espera, el inexistente encuentro, Beckett hace del vacío su objeto. Un objeto convertido en la obra abierta que vemos, que leemos. El objeto letra dirigiendo el baile inacabable de las palabras. Beckett, la letra. 

Veíamos cómo Joyce dijo sí a su singularidad volviendo la palabra al litoral de lalenguaTambién Beckett hará posible su escritura diciendo sí a su singularidad, pero por un camino inverso. Descubrió que su inicial alarde de saber ocultaba una verdad incómoda, un agujero. Y aguantó enfrentarlo. No seguir engañando lo propio de él, lo que llamaba su locura, su no poderY el día que por fin lo aceptó dijo adiós, a un tiempo, al maestro Joyce y a la lengua maternaAdiós, adiós. Lo suyo era salir de ella, volverla otra. Joyce hacía su saber-hacer con la lengua materna. Mostró que la verdad del lenguaje era lalenguaAbrió sus compuertas e inundó con ella los campos del lenguaje. Beckett, en cambio, hacía su no saber, drenaba sus campos y ponía a secar en ellos la letraUn caso límite de exilio de lalenguaEscribiendo en francés, Beckett desmaternizó la lengua, se deshizo de ella para hacerla objeto perdido. Y una vez purgado el exceso, pudo volver al inglés, años despuésvolver su antigua lengua materna siendo otra, nunca más lalengua materna 

¿Pero se entiende? No quiere decir que marcando el objeto como perdido entrara, como un neurótico más, en los engaños imaginarios del deseo. Nada de eso. Beckett los señala desde una herida que no puede cerrarse, y es esta herida el objeto a cartografiar, su purgatorio. ¡Qué destierro el suyo! ¡Qué dimensión de la espera! ¡Qué presencia de la ausenciaRecordemos que fue Joyce quien describió la ausencia como el grado más elevado de la presencia porque en su exilio no había pérdida, todo estaba en todo (en París, Dublín; en Dublín, todas las ciudades)En esa circularidad y equivalencia de contrarios Joyce encontraba la expansión. En Beckett, en cambio, la mezcla no existe, todo se disocia, el espejo se rompe y hasta sus restos exigen su propia concreciónUna diferente cada vez. En cada texto una nueva danza de posiciones, una nueva estructura promovida por la letra Beckett. En definitiva, en Beckett leemos la imposibilidad que no cesa de escribirse.  

Debido a su continua enseñanza, ambos escritores se han convertido en referencias obligadas para el psicoanálisis. Si Joyce nos ilustra la posibilidad del sinthomecomo un éxito posible, de Beckett aprendemos el fracaso como necesario, la pérdida inevitable que nos ilustra la naturaleza del objeto ajusto en el vértice entre el deseo y la melancolía. Enseñanzas beckettianas para la posición del analista y también para la posición del analizanteSus textos ponen letra donde no la había. Desvelan la vacuidad del semblante ante la caída del discurso. Nos enfrentan a la fractura del yo de la que todos venimos. Porque cuando Beckett se escribe, nos escribe. Escribe nuestro No yo, nuestro Sin, nuestro Impromptunuestros Pasosnuestro Rumbo a peor 

Pido disculpas, me dejé llevar por la contraposición Joyce-BeckettDa juego, pero tiene un punto engañoso. Qué fácilmente sucumbimos al atractivo de la dualidadla lengua afín al saber. Mejor retornar a la escrituraa esa costa donde las aguas se mezclan. Lacan hizo con Joyce y con Beckett un curioso trío leyendo la clínica como poema y hablando al psicoanálisis en lengua litoral. Recordándonos que cada uno crea la lengua que habla, dándole así vida al lenguaje, Lacan llevó al psicoanálisis al lugar de la creación. Por eso nuestro reto es escribirlo, no transcribirlo, porque cuando se copia al maestro uno se acerca al saber y se aleja del litoral. La escritura se produce en el litoral y para ir al propio hay que decir varios adioses, al menos doscomo hizo BeckettEntonces, escribir. No quién escribe sino qué se escribe, aguantar el lugar de la escucha. Porque la mano que sujeta el pincel no crea la caligrafía sin ese gesto previosin ese adiós, sin haber aceptado ese borramientoEs preciso ir hacia el agujero. Aguantar que la escucha vaya apartando la maleza. Vaya tachando el relato que calma. Vaya abriéndose al encuentro con lo que allí surge. Esos signos que la mano entonces, sólo entonces escribeeso, mientras pueda hacerlo. Escribir la palabra que viene a manchar el silencio. Lo que dure esa palabra en esperaSu pequeña eternidad. Escribir la letra que dibuja el borde del agujero en 

[Fragmento inaudible. Cae el telón] 

Zacarías Marco: Tejidos de escritura

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