Palabras del Sabio

Escrito por: Henri Meschonnic

Traducido por: Hugo Savino

Este libro es una voz baja, a veces tensa, a veces vibrante, no la de un profeta, ni la de un contador de cuentos, tampoco la de un predicador, es la de un Sabio, – una voz de viejo pero viril, terrestre y no divina. De ahí la unidad y la fuerza del libro.

       No conservé el antiguo título Eclesiastés. Esconde muchas cosas. Falsea una voz que es del pasado y de hoy, para convertirla solamente en una voz del pasado. A pesar de nuestra costumbre, no me parece expresiva, o si dice algo, solo dice iglesia, y nos engaña con su sotana. Lutero y la King James Version hacen de ella un predicador. Martin Buber la convierte en un Varsammler, un compilador de proverbios. Y están juntos, en el hebreo qohelet un folklorista, y si no un predicador, al menos un viejo maestro de academia. Pero la palabra tiene que seguir siendo enigmática en francés tal como lo es en el texto. El inicio hace de ella un sinónimo apócrifo de Salomón, – el Sabio. Y un comentario antiguo abarca compilador de sentencias, lo que coincide con el final del texto (XII, 11). Un acercamiento con el árabe sugiere la vejez, igualmente incluida en el libro. Aquí no hay sermones, sino una sabiduría muy o demasiado humana, de teología latente. De donde esta traducción, que conduce a casi superponer, salvo por el artificio de la mayúscula, qohelet el Sabio y hakham un sabio.

       Este libro está construido por sus obsesiones. Ejemplos, proverbios, todo está ritmado por la resaca, el machacar de términos cuya mira no es el pesimismo sino la lucidez, no lo abstracto sino lo concreto. Leitmotiv la «vanidad», «vanidad de vanidades», resuelto aquí por lo que es en primer lugar, como vaho, y pasto de viento, que le responde; leitmotiv, bajo el sol, la oposición del sabio y el loco, las palabras esfuerzo y mal, felicidad, beber y comer, triste tarea, el recuento de los días de su vida… Leitmotiv también la negación. La palabra clave es vaho, hevel, y hay que conserva la imagen original, el llamado sentido propio, el aliento que se resuelve en nada en el aire, y que es un eterno punto de partida porque es concreto, mientras que la «vanidad de vanidades» a la que nos ata el acostumbramiento es un abstracto – punto de llegada.

       Lo concreto, la precisión afectiva (que incluye sin contradicción una cierta ambigüedad intelectual) del vocabulario moral imponen un uso no intercambiable de los «sinónimos» y un uso vivo. Ver algo puede significar disfrutar de ese algo. Solo existe la palabra mal para «mal» y «mala suerte» y no hay que decir tanto una como otra, es traicionarla. Hay tiempo (´y) y estación (zman), felicidad (tov, lo que es bueno, un bien que aquí no es moral sino sensual) y abundancia (tova, la materialización visible de la bendición), sabio (hakham) y loco, que es el verdadero contrario de sabio, y no tonto que desequilibra la oposición y debilita el francés – una locura cuyo campo es rico, por repulsión hacia la Tontería : loco (ksil), insensatez (kesel), necio (sakhal), tontería (sikhlout), bobada (sekhel),  demencia (holelout), insensato (veholel, meholal). Como sabio llama a loco, justo llama a injusto, y he traducido así el racha que siempre se traduce como malvado, y no se siente que «sabio» a veces y «malvado» siempre ya solo son buenos para los niños. De semejantes caídas, un texto no se recupera. Es verdad que generalmente el crédito previo a la lectura que se le otorga a un texto bíblico vuelve invisible la pobreza del traductor, como si la teología remplazara el estilo. Para hablar francés y no literatura hay que decir cielo y no cielos, sombra y no tinieblas, vientre y no entrañas, y, pienso, niño nacido-muerto y no engendro (VI, 3) : hemos pasado el lenguaje de Agrippa d´Aubigné.

       La atmósfera del libro es frase y ritmo tanto como palabras y retorno de las palabras. Hay aquí una sintaxis de la densidad que traté de seguir, y que se ciñe a los proverbios. El autor va al proverbio, toma algunos viejos o él mismo los construye. De ahí algunas supresiones del artículo, al precio de un arcaísmo en el giro que se justifica, espero, por el proverbio mismo, en la oposición interna de un dicho («la profusión de estudio      fatiga de la carne» XII, 12) y en las series (VII, 25; II, 12); la no reanudación por un pronombre de un complemento puesto antes del verbo («y todo lo que mis ojos pedían      no se los rehúsaba» II, 10); el y ante una principal («que dos se acuesten juntos      y ellos tienen calor» IV, II); la sintaxis es indisociable de las pausas, de los blancos rítmicos. Se podrán encontrar también algunos saltos de un plural a un singular (XII, 4, 5) : ¿por qué no? Una visión un poco fija del francés pone también límites a los tiempos, como si el futuro solo designara el porvenir : se traduce por un presente o un futuro según una apreciación variable el “futuro» bíblico; pero la indeterminación misma del futuro, continuidad y posibilidad, puede casi toda encontrarse en un cierto uso del futuro francés, y hasta después de los si… Por lo tanto he puesto (salvo en VII, 9 y VIII, 4 donde el francés no podía seguir al hebreo sin contrasentido) el futuro hebreo en el futuro francés.

       Este ritmo de sintaxis es más fácil de tomar que el ritmo y el rigor de las concordancias. El texto mismo (XII, 10, 11) da testimonio de la intención y del efecto artísticos : igualdad del número de las sílabas en palabras o grupos de palabras opuestas, asociaciones, aliteraciones, rimas, esta prosa se va en versos, sin distinción de géneros. No hay partes «versificadas» y partes en «prosa», sino una sola tensión constructiva y sonora, con puntos donde la palabra, eco de sí misma, se convierte en eco de otra realidad, – una paranomasia crónica )«tiempos de trances      tiempo de danzas» III, 4; «Más precioso un nombre que un ungüento precioso» VII, I) que está en el corazón mismo del ejercicio poético y profético.

       Esta traducción es un aspirar hacia una visión. Hay poco que decir de las traducciones de este libro en francés actual. La de Dhorme es de una fidelidad, de una honestidad preciosas, pero sin apuntar al ritmo, al estilo del original, y su lengua no tiene belleza. La de la «Biblia de Jerusalén» es un agravio constante a la belleza y al sentido mismo del texto, cubriendo de contrasentido lo que no corrige, enmascarando las dificultades, y vulgar, la culminación bastante fea de las teorías de Nida sobre la adaptación. Una puntuación del soplo escande estos proverbios, ni prosa ni poesía sino el libro mismo que ellos crean.

Dossier: Henri Meschonnic