De Bob Dylan[1], que no sabía…
Escrito por: José Alberto Raymondi
El honor de la literatura no requiere de un premio Nobel para ser salvado. Su restitución, sin embargo y paradójicamente, reposa en aquellos que no saben realmente lo que hacen. No hay duda que fue una sanción, un reconocimiento inesperado, por parte del Otro que hizo de tribunal de las letras. Ha tenido el carácter de un equívoco que se inscribe en el registro del malentendido. ¿Se trata de otorgar o cuestionar el sentido de un premio? O más bien ¿De hacerse con eso singular que es lo universal de la literatura, su letra? En francés letra se escribe lettre, conviene su uso en esta ocasión para evocar la letra/mensaje de la voz de Dylan. Su voz es su letra, su escritura un litoral.
Me sumo a quiénes la noticia capturó. Quizás más por la perplejidad que despertó y las distintas opiniones que cuestionaron o elogiaron tal reconocimiento. Lo accidentado del premio escapó a lo común de cualquier asignación de este tipo, el traspiés estuvo en la categoría -la nominación- en la que se inscribió al galardonado. Las reacciones de índole habitual hubiesen sido corrientes si el premio dado a Dylan fuese por su música. En ese caso algún otro u otra cantante tendría, ante el sentido común, más o menos méritos. Todo hubiese quedado reducido a una mera cuestión de gustos o preferencias. Pero no, la musa que inspiró el Nobel fue el de las artes literarias. Ocurrió entonces una litura[1]: un efecto de tachadura sobre su ingenio musical para hacer aparecer su genio literario.
Un premio que no le hacía falta, se dijo. Un premio que hizo falta, se dice. Eso es un hecho que se puede constatar y leer en el mensaje, en el discurso, que escribió para su falta -ausencia- en la entrega de tal premio. En su lugar una embajadora, una mensajera leyó en su nombre lo irrepresentable. Ante lo representativo de su extraordinaria música se introdujo el vacío de su voz. El acto de entrega, entonces, no se redujo sólo al Nobel de literatura otorgado a Dylan, hubo algo de aquello que escapa al momento de la nominación. Un instante en el que el no saber dice de la razón del premio recibido. Una respuesta inesperada a la pregunta nunca formulada por Dylan, acerca de si lo que hacia era literatura. “Ni una vez he tenido tiempo para preguntarme a mí mismo, “¿Son estas canciones literatura? Así que agradezco a la Academia Sueca tanto por tomarse el tiempo de considerar esa misma pregunta como para, finalmente, ofrecer tal maravillosa respuesta”[2].
La cláusula “Maravillosa respuesta”, es quizá, el índice de la perplejidad, la incertidumbre de lo indecidible, el signo de un gozo que excede al sentido.
La referencia al tiempo no alude a una agenda de trabajo que no le permitiese, a lo largo de su vida, ocuparse de la pregunta acerca de qué hacia. Siempre hizo música. De eso no hubo la más mínima pregunta porque su ser respondió en la instancia de su letra. Las canciones, su escritura, han sido su existencia. Un tiempo inesperado surgió ante la respuesta ofrecida a quien nunca preguntó. Bob Dylan no sabía y no tenía porqué saber nada de eso que la Academia interpretó. La respuesta de la Academia no fue más que una interpretación, una construcción, diría Freud -que también recibió un premio de literatura en la certeza de estar escribiendo, haciendo, ciencia-. La Academia introdujo un elemento elidido en la obra de Dylan, lo invisible de pronto se hizo visible para todos. Lo in-escuchado se hizo noticia. Un mensaje desplazado ocupó, bajo esa interpretación, el lugar de la voz que hay que leer.
Existe una escisión entre la voz y el oído, así como la hay entre el ojo y la mirada[3]. No se corresponden entre sí las funciones -las actividades- de oír o escuchar y ver. No veo lo que miro, algo escapa a la visión: eso mira. La voz es eso que se pierde, aquello que no se escucha: eso habla, eso dice. Voz que, en tanto que cosa ausente, hace posible la escritura, la palabra, el poema: una canción. La voz no es palabra sonora, no es el canto en su musicalidad. Si se quiere inscribir en el registro de lo sonoro sería un ruido, un murmullo. La voz sin saberse letra perdida se hizo presente en la escritura de Bob Dylan. Siempre ha estado articulada en su decir, en sus composiciones, en sus letras. Hemos oído sin cesar sus canciones y atendido al sentido de sus letras, pero el poema, lo literario, no se encuentra precisamente en el sentido, sino en aquello que escapa a él, al significado de su escritura. Sin embargo, algo conmueve en su decir. Su creación es literaria en la medida que habilita lugares para alojarnos en nuestra subjetividad: sin quererlo, sin saberlo. Esos espacios sin extensión son su voz. Esa voz, su enunciación, se escribe en sus letras, en sus canciones, cuando se escuchan y cuando no también. En eso que se escucha hay algo que no se oye; y en eso que se capta del sentido hay algo que no se lee, que no se deja descifrar. Esa voz, su enunciación, es el objeto literario, un objeto inexistente en tanto tal. ¿Requeríamos de la nominación del Premio Nobel de literatura para saber de su genio literario?
No sabemos. Ni Dylan ni su público sabe. Pero ese no saber que nos habita no corresponde a un juicio de atribución sino de existencia. De ese peculiar objeto -la voz- no sabemos sino por sorpresa. Siempre demasiado pronto, o demasiado tarde, pero nunca a tiempo. De allí que, Bob Dylan, en su discurso de agradecimiento en la entrega de los premios, aluda al tiempo en diversas modalidades. En su texto hace referencia a los grandes de las letras de otros tiempos, a sus predecesores en el galardón que en esa noche le honra, al padre de la lengua inglesa, su lengua: Shakespeare. “Pero, como Shakespeare, estoy a menudo ocupado con la búsqueda de mis esfuerzos creativos y haciéndome cargo de todos los aspectos mundanos de la vida. “¿Quiénes son los mejores músicos para estas canciones?”, ¿”Estoy grabando esto en el estudio apropiado?”, “¿Está esta canción en la nota adecuada?”. Algunas cosas nunca cambian, incluso en 400 años”[4].
Antes, Bob Dylan, había aludido al maestro y a su propia nominación en estos términos: “Estaba fuera de gira cuando recibí esta sorprendente noticia, y me llevó más de unos pocos minutos procesarla adecuadamente. Empecé a pensar en William Shakespeare, la gran figura literaria. Quiero pensar que él mismo se consideraba un dramaturgo. El pensamiento de que estaba escribiendo literatura no podía haber entrado en su cabeza. Sus palabras fueron escritas para un escenario. Pensadas para ser habladas, no leídas. Cuando estaba escribiendo Hamlet, estoy seguro de que estaba pensando en muchas cosas: “¿Quiénes son los actores apropiados para estos papeles?”, “¿Cómo debe ser representado esto?”, “¿Quiero que esto se desarrolle en Dinamarca?”. Su visión creativa y ambiciones estaban por delante de cualquier cosa en su mente, pero también había otras cosas más mundanas que había que considerar y de las que hacerse cargo. “¿Hemos logrado la financiación suficiente?”, “¿Hay suficientes asientos para mis patrocinadores?”, “¿Dónde puedo conseguir un cráneo humano?”. Apostaría que lo más lejano en la cabeza de Shakespeare era la pregunta “¿Es esto literatura?””[5].
Sus referencias al tiempo decían de la dislocación de su arte, de su creación, de lo irrepresentable de cualquier obra. Y más directamente de la ignorancia intrínseca que le habita a los verdaderos artistas. Es la nominación, la palabra, lo que nos da las coordenadas para que aparezca el borde del agujero que constituye el no saber. Él no sabía, ni la Academia lo sabe, ni Shakespeare. Sólo se puede ser un Nobel en literatura cuando realmente no se sabe de eso. En caso contrario, tenemos esa lista de quienes saben lo que hacen y afirman que es literatura, se lo creen. Esos son aquellos que nos hacen poner en duda el honor de la literatura -del arte- cuando se hace espectáculo. “La cuestión es saber si aquello de lo que los manuales parecen hacer alarde, a saber que la literatura sea acomodación de los restos, es asunto de colocación en lo escrito de lo que primero sería canto, mito hablado, procesión dramática”[6].
No se trata de la pertinencia o no de un premio así. Ciertamente, los territorios de la literatura han sido atravesados. En ese litoral, tenemos la letra de Dylan para ser escuchada en eso que se lee o escucha sin saberlo.
[1] Tachadura, en su origen latín.
[2] http://masdecibelios.es/discurso-completo-bob-dylan-agradeciendo-nobel-espanol/
[3] Lacan, J. (2010) El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Buenos Aires. Paidós.
[4] http://masdecibelios.es/discurso-completo-bob-dylan-agradeciendo-nobel-espanol/
[5] Ibid.
[6] Lacan, J. (2012) Otros Escritos. Lituratierra. Buenos Aires. Paidós. p. 20
[1] Se recomienda leer el texto que presentó en la entrega del premio Nobel. Aquí el link en español: http://masdecibelios.es/discurso-completo-bob-dylan-agradeciendo-nobel-espanol/