Escrito por: Ricardo Hernández
Los hermanos Quay nos comparten el paso de Jakob Von Gunten, novela de Robert Walser, por el Instituto Benjamenta, peculiar colegio que tiene como objetivo preparar a próximos sirvientes.
“La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito”.
Si bien el libro de Walser es provocador, Stephen y Timothy Quay llevan el relato decididamente al terreno de los sueños y retoman figuras de otros textos de Walser para aderezar esta historia. De hecho la entrada de Jakob al instituto coincide con una pesadilla de la hermosa profesora Fräulein Lisa Benjamenta.
Lisa Benjamenta es la hermana del director, mujer de una poderosa seducción que recibe a Jakob rozando la mejilla del joven con una pata de ciervo, varita que utiliza para acercarse a los otros desde la distancia de la naturaleza muerta.
Además de la pata de venado también aparecen las piñas, esas ofrendas fractal que las coníferas ebanistas lanzan al suelo para cortejar a quien se deje. Cuando en esta película, y en El afinador de pianos sobretodo, las piñas son tocadas o viceversa, ruge la vida de madera, los conos portan sueños que necesitan agua, como el agua que todos los días vierten los estudiantes para tallar el suelo de la escuela.
Las lecciones son suaves coreografías que ejecutan los estudiantes una y otra vez, y nosotros como espectadores nos entrometemos en esos bailes lentos donde ocurre la magia, allí donde el tenedor y la servilleta adquieren su decoro olvidado.
Ese camino que al parecer le resulta burdo al estudiante de nuevo ingreso se convierte, sorpresivamente, en una experiencia cargada de lubricidad contenida.