Las palabras nos introducen en el sistema simbólico de la presencia y de la ausencia. Hablar es hacer la operación.
Ahora, la diferencia entre una palabra que convoca a alguien y una palabra que no hace un llamado al Otro es muy determinante: no es lo mismo la respuesta a una pregunta que la respuesta a un llamado.
Por lo tanto, la experiencia analítica no tiene otro fundamento que la palabra como función y el lenguaje como lugar.
El hecho de que la palabra y el lenguaje sean la materia prima tiene otra consecuencia importante para la práctica clínica: las emociones y los afectos son efectos de la palabra y no al revés. No hay manera de hacer un cambio duradero en el análisis sino es operando en aquello que genuinamente sustenta el síntoma: la palabra.
En el Seminario I, Lacan hace referencia a un interesante caso para justamente pensar en esa diferencia que mencioné más arriba. Cuando analiza el caso Dick de Melanie Klein, refiere: “… este niño es dueño del lenguaje pero no de la palabra… es dueño del lenguaje pero no habla… el lenguaje no se ha enlazado con su sistema imaginario…”.
Dick, como dice el psicoanalista Jorge Baños Orellana[1], tiene algo del código pero no habla con los demás, no escucha el llamado y tampoco llama: cuando habla no se dirige a nadie.
Ser dueño del campo del lenguaje no es lo mismo que adquirir la función de la palabra. Para eso hace falta que el Otro se distinga, no en un sentido óptico, sino en un sentido libidinal. Es hacer el recorte libidinalmente. Y esto es anterior a la adquisición del lenguaje. En el estadio del espejo se organiza una gestalt pero también hay una devuelta libidinal del Otro que dice “ese eres tú”.
En la medida en que está libidinizado ese Otro, entonces, el niño puede ver y recortar, apropiarse de la función de la palabra, invocar a ese Otro, dirigirse a él, tener su atención, insistir, saber que es escuchado.
Antes de empezar a hablar el niño es capaz de establecer cierto intercambio, de hacer ciertas distinciones: espejarse en la mirada del Otro, seguirle la mirada, sabe jugar por turnos, etc. Todas estas cuestiones simbólicas se comienzan a establecer antes de ser dueño del lenguaje, por lo tanto, no hay discurso posible sino se pasa primero por todo el proceso de identificación, del reconocimiento imaginario del Otro.
En un niño ocurre lo contrario a lo que pasó con Dick; primero el niño hace toda esta construcción imaginaria y luego empieza a utilizar las palabras. Lo imaginario esta entrelazado con lo simbólico y lo real, no hay manera de obviarlo, es el vehículo de lo que vemos, es la condición de posibilidad y ese sorteo es también el que practicamos en la clínica…
Lacan, enuncia algo de esto de manera compleja casi al final de Acerca de la causalidad psíquica: “cuando el hombre, en busca del vacío del pensamiento, avanza por el fulgor sin sombra del espacio imaginario, absteniéndose hasta de aguardar lo que en él va a surgir, un espejo sin brillo le muestra una superficie en la que no se refleja nada” (E1, 178).
Escrito por: Karin Cruz T.
[1] Baños Orellana, Jorge. En múltiples artículos y conferencias cita este caso y para profundizar sobre su investigación la lectura de su último libro “La novela de Lacan”,