“¡Ay, entre nosotros la historia es algo terrible!…”
(M. Lérmontov)
Hace falta. Hace falta decir que Chagall pintó lo que vio.
Pintó judíos a los que se les vuela la cabeza, techos habitados, animales de granja tristes, parejas ensoñadas, colores. Pero sobre todo Vitebsk que era él mismo. “Vitebsk es por sí misma un mundo; una única, infeliz y aburrida ciudad”.
Cuentos de Odessa en pintura se dice Chagall. Los pintores son los mejores autores. Transponen, hacen lo que dicen. Las cartas de Pisarró, los trajes de Goncharova de la que Tsvietáieva dice: “El ícono, el campesinado, el más allá del mar -Rusia, Rusia y Rusia” y dice que “Su patria es aquel primer sur seco, aquellos ´tipos hebreos´, aquellos tan distintos de nosotros…” Goncharova y Chagall no salieron de Oriente.
Chagall pintó en un cuadro dos revoluciones: la de la uniformidad y la desigual. A Chagall lo censuró Malevich y los franceses no lograron tenerlo. Su padre como el de Herzen resumieron su enigma: esa tristeza vieja, acantonada en Kafka, crucificada en todos esos judíos que en Chagall abrazan la Torá o se cubren en la cruz con un talid mientras Los doce de Blok marchan claros.
En la obra de Chagall no hay símbolos: él pinta lo que es: judío errante, saltimbanqui melancólico, ángel sin poder.
Chagall hizo variaciones, repitió obras perdidas. La repetición como cita de sí mismo. Como afirmación: «Yo tengo mi calle».
Chagall marchó como otros rusos en el 22 a Berlín, a París, a Nueva York. Volvió a Francia. Si afuera era imposible y adentro inútil, Chagall solo fue y vino en sus imágenes de Rusia y sus judíos. Como sus colores que a lo largo de sus pinturas cambian con algo de vaivén. Lo oscuro ruso, las formas definidas en la Francia del 20 vanguardista. Colores contrastivos, concretos y también exagerados rojos y azules.
Chagall nombró: «Yo y la aldea», «A Rusia, los asnos y los demás». Nombrar es lo más difícil, lo más riesgoso.
Será exotismo, provincianía. Fue tristeza. «Sabe que he empezado a volverme loco?» -dice un personaje de Lérmontov. Los rusos pelean para siempre con el romanticismo. Son extremos y desesperados. Aguantan.
Su tragedia es la carta sin destino del pequeño Vania de Chejov. Es la lluvia de «Tini» de Eduardo Wilde. Es el horror, monstruoso, la niebla imposible de Boedo.
Chagall pinta detalles-recuerdos, el amor de los objetos que están ahí. Como impresiones.
Sólo se retrató a sí mismo y a sus dos mujeres. Desoyó algunas medidas. Gallos y caballos detrás de la ventana en el campo como en “El médico rural” de Kafka.
Chagall supo: “El pintor; a la luna”.
El violinista y las letras hebreas como conjuro.
Chagall pintó iglesias, hospitales, templos, galerías. Pintó Almas muertas y la Biblia. Confiaba en la imagen, en la naturaleza, cuando luego de la guerra volvió a París, habitó la casa llena de chinerías en que había vivido Lenin alguna vez.
Laura Estrin: Ataditos