El fantasma de D.T. Max

«(…) levantando la cabeza en medio de alguna tarea afanosa,

cruce la mirada con lo que ve como mis ojos y pregunte

¿Y entonces,chico, cuál es tu historia?»

La broma infinita. Foster Wallace.

 

D. T. Max no conoció a Foster Wallace. Tuvo una oportunidad, la rechazó. D.T. Max escribe, desde las primeras líneas y aprovechando la naturalidad con la que que Foster Wallace se suicidó hace unos años, las razones menos románticas de su escritura. Previene a los curiosos, a los depravados siempre bienvenidos que esperan en la morgue de curiosidades de las grandes librerías: no hay cuerpo ni drama.
La historia que el Foster Wallace de D.T. Max protagoniza es otra: Historia de amor, como toda historia que vergonzosa balbucea su no poder ser historia , historia de amor como el amor que obliga a los vencidos a enjuagarse la boca todas la mañanas y a escupir a tiempo: D.T. Max nombra Foster Wallace a su fantasma y lo exorciza en la ficción de una biografía. Se acabó la cuerda, escribe Foster Wallace. D.T.Max lo sabe y se aventura, ofreciéndole a su fantasma, obsesionado con la gramática y la escritura, su propia gramática y escritura, sin muchos atisbos, si los hay, de obsesión.
walllaceA D.T. Max también se le acabó la cuerda: avanza palpando paredes, con la suficiente intimidad y cercanía de quien debe encontrar de día la luz no encendida, o de quien imagina, a pesar de los nervios de estudiante novato, que ha encontrado la vena y que esta listo para inyectar a la naranja o bien, quien necesita creer que soy una naranja para buscar la vena e imaginar que me inyecta.
Al Foster Wallace de D.T. Max le marea la vida, le obsesiona hasta la incomprensión -comprendido sólo acaso por aquellos expertos en diagnósticos- el lenguaje. Es un lector de lo que él llama clásicos, es admirador de sus amigos, los escritores de moda y de uno que otro libro de auto-ayuda, es lector también de Derrida -por si acaso alguno no lo incluye en la moda o los libros de auto-ayuda- y de Montainge. Pero se niega a sustituir la gasolina de su coche por un diagnóstico lingüístico. Es un Foster Wallace niñato, inmaduro, balbuceante, adicto al cine, enamorado de David Lynch porque le salvó la vida, porque le dio, digamos, unos metros de cuerda.
El gran efecto de D.T. Max: al caminar sin saber nada del camino ni del final, fue construyendo un fantasma compartido, un fantasma también para el lector fantasma. El Fantasma existe y cambia de dueño.
Detesto al Foster Wallace que se hace profesor, que tiene manuales para mejorar a sus personajes. Destesto a D.T. Max que no supo ver en qué consistía la solución que Foster Wallace creía indispensable para sus lectores. Sin embargo, admiro a los personajes que cada uno por su lado ha creado.
Lo que hace Foster Wallace, lo hace D.T. Max: traicionarse a sí mismo.
Yo tampoco conocí a Foster Wallace. Dejaré que el fantasma se instale a placer, que me obligue a escribir o me esconda la escritura, incluso cancelaré algunos cafés de los miércoles para revisar las notas de sus clases donde enseña cómo funcionar «dentro de un espacio estructurado, limitado y definido de forma enérgica (…)abordarse como un texto, o lo que es lo mismo, una narración, o lo que es lo mismo, un proyecto» Y quizá logre algún día, como Foster Wallaces y D.T, Max, decir que se acabó «el cálido efluvio de los tréboles (…), las historias como símbolos, los colosos. Se acabó el hombre, el apoyar la frente en el puño, el llevarse la mano al escote (…) Se acabaron las cualidades. Se acabaron las metáforas» Y nombrarse a sí mismo «Esteta de lo frío». Y no buscar más cuerda. No volverse a traicionar una vez traicionado.

Escrito por: Jorge Antolin

.