De David Markson se tradujeron en los últimos años dos libros memorables, más por el proyecto que por la ejecución. «Esto no es una novela» y «La soledad del lector» – título, este último, envidiable… Él, que escribió durante años novelas de género – detective, cowboy – en las que predomina obviamente la trama y su desenlace, acumuló fragmentos tras fragmentos imposibles de reunir en género alguno: esbozos de situaciones narrativas sin conclusión, afirmaciones, falsas o verdaderas, sobre algunos personajes célebres, frases deliberadamente estúpidas, descalificaciones, ráfagas de circunstancias misteriosas, estremecedoras, menciones a muertes, enfermedades, justicias e injusticias póstumas. Quizá el hilo conductor, nunca demasiado nítido, sea la caída del cuerpo, la edad, el envejecimiento, el hastío de tener que escribir sin solución de continuidad… Confluyendo, al menos en parte, con otro sí verdaderamente grande, me refiero a Arno Schmidt, construye un relato que poco a poco se va desmoronando, en homenaje y rechazo al gran relato del siglo XIX. En el siglo XIX, las novelas por entrega se leían, fervorosamente, en familia; y hasta se dio el caso de una de las novelas de Dickens, que tenía tan en vilo a sus lectores de New York, que acudieron en masa al puerto cuando llegaron las últimas entregas… El título que se le ocurrió a Markson es perfecto: la soledad del lector, la soledad y el silencio de la lectura de todos aquellos – escritores de lo que leen, lectores de lo que escriben – que huyen del ruido y del caos porque los contienen en sus textos, como gemas…
Juan Ritvo: Imprudencias Breves
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