¿Analizar o comprar un discurso?

Hacer de lo equívoco lo unívoco. Ese acto mágico del poder, que transformando ilusoriamente el discurso, logra que el público quede anonado y trague las palabras sin masticar, sin saborear. Un acto casi hipnótico. Así, el poder determina lo que es la piedra preciosa a conservar y proteger, y lo que es la mierda a evacuar. Una misma cosa puede ser en un tiempo algo atractivo y deseable, y en otro tiempo desecho a ser expulsado, y viceversa. Ejemplos encontramos por doquier: la inmigración, la juventud, “este partido político es la peor opción que ustedes pueden votar” y mañana… “vamos a pactar con este partido porque es muy afín a nuestros propósitos”, los judíos o los negros en algún momento de nuestra historia, etc. En general, el poder se las arregla para apelar a nuestros sentimientos, tratando de generar aquél que nos hará conectar con una suerte de razón que paradójicamente se verá fortalecida por su enganche directo a ese sentir. Es toda una rueda entre argumento, más o menos falaz, y sentir, en el que si no hay cortocircuito, uno pierde la capacidad de escuchar y analizar. La propuesta no es analizar sin sentir, es más bien, tener en cuenta que de hecho siempre hay un sentir, y sabiendo algo de él, no caer en la palabrería barata que trata de enredarlo para lograr fines engañosos o perversos.

La lengua es equívoca, se presta a interpretación, cada oración, cada palabra puede apelar a algo distinto en cada receptor. No hay un sentido único. Es la lengua una carretera multidireccional en la que pueden tomarse diferentes desvíos y cada uno lleva a un lugar distinto. Quien habla ni siquiera sabe del todo lo que carga su decir ni que derivas tendrá lo que dice, por más empeño que ponga en ello. Ni el que dice puede pensar que está en total posesión de lo enunciado, ni quien recibe puede creer que capturó un significado completo y único. Esa es precisamente la ilusión del discurso político: que uno dice la verdad, absoluta y unívoca, y otro la recibe o la niega sin más.

La cuestión es cómo lograr que lo que el poder trata de presentarnos como unívoco, sea recibido por nuestros oídos desde el saber de lo equívoco. Saber de lo equívoco consiste en realidad en algo muy sencillo: que no hay una verdad. Saber que ni el decir sobre el oro es siempre cierto, ni el decir sobre la mierda tampoco, consiste precisamente en andar con cierta cautela por los derroteros del lenguaje. Debilitar el “ser” metafísico y absoluto del discurso político, de tal manera que no siendo el ser ya lo que cuenta para nuestra escucha, podamos desentrañar el resto de las palabras del discurso hasta captar al menos aquello que se dice. Porque lo que se dice, en el discurso del poder, no es lo que es, sino lo que se pretende vender al público oyente –a veces el inconsciente se aparece y les traiciona, dando lugar a momentos gravemente paródicos-. Digamos que lo que se entiende por ser, ese es, trata de la ilusión que pretende generar el discurso con la estrategia de la univocidad, mientras que entender lo que se quiere vender con ese discurso, pasa por escuchar desde una asunción de lo equívoco de la lengua.

No hay una escucha limpia que ande siempre despierta a la equivocidad, sería ésta otra ilusión. Pero al menos estár alerta de ello, de que el lenguaje es equívoco, nos permite otro análisis, más crítico, más abierto, más útil.

Escrito por Marta García de Lucio