Escrito por: Karin Cruz T.
Hay algo de la errancia que va al costado, acompañando al sujeto en la desidentificación y asunción de que el objeto primordial es un objeto perdido.
Un lugar se conquista. Un hijo se adopta. Uno se crea un nombre. Una mujer se hace.
Todas estas premisas psicoanalíticas y de la filosofía constatan el implacable devenir del hombre. Devenir que inquieta, aunque sea precisamente su fundamento. Lo humano es errático en un siempre «estar siendo». De esa condición el hombre intenta huir, creando fijaciones: personajes y nominaciones.
En nombre de la volatilidad subjetiva se han construido diversas herramientas terapéuticas para tratar las sujeciones identitarias que el hombre se crea para combatir el devenir humano. No obstante, como en casi todo, esas herramientas se han ido sofisticando al servicio de otros poderes, ya no sólo el subjetivo.
Reforzar la identidad, adornar al yo, potenciarlo, alimentar que el sujeto opere bajo los dioses e ideales individuales, es la base de todo tratamiento que habitualmente se ofrece frente a la incertidumbre del devenir identitario, propio del ser humano.
Esa oferta es también la base del mandato social del «buenísimo” del yo: ese ideal social que se vende como obligación de ser feliz, exitoso y sano/natural.
En ese sentido, el yo, en su destino implacable, está al servicio de nuestros tiempos: El mundo de la imagen, de la verborrea infinita y vacía, del desfiladero especular: esa es la identificación imaginaria propuesta tempranamente por Lacan.
Por lo tanto, el escenario que se ofrece actualmente podría ser el destino ideal y feliz del yo: múltiples y variadas ofertas de identificación. Pero esto no es así. Algo no funciona. Ese deslizamiento no alcanza a dar una cierta permanencia de seña, marca o signo y el sujeto no se queda tranquilo. Sigue haciendo síntoma, algo sigue molestando. Por suerte!
Es decir, hay una parte del sujeto que se revela frente a la inmensa cantidad de opciones de identificaciones prestadas que deslizan constantemente la posibilidad de sujetarse a algo más propio. Quizás, es ese resto de intuición que le dice al propio sujeto: ahí no hay nada!.
Ahora, no se trata de aniquilar las identificaciones del yo, sino que hacerse con ellas, darle su lugar imaginario, como parte de la vía de emergencia subjetiva. No hay sujeto sin yo.
El yo en sí mismo busca, se construye y se sostiene en una imagen como hecho, intentando ritualizar el tiempo, opacando la lectura del acontecimiento. Pero los tiempos muestran que hay mucho más de acontecimiento que de hecho vivido en cada relato. El hueco de la incertidumbre.
Por lo tanto, si por un lado el yo se apresura en crear una imagen, y por otro buscamos -por ejemplo en un psicoanálisis- deconstruir las identificaciones preestablecidas, estos tiempos invitan a variar y descomponer los espejismos identitarios pero para sumar y adoptar múltiples, fascinantes y diversas identificaciones. Como una fábrica de pseudos yoes.
La oferta está ahí. Se adopta fácilmente, no es extraño por tanto, encontrarnos con pomposas identidades, con matices sublimatorios y de una diversidad ejemplificante, hasta con aires de fin de análisis!. No obstante, cada una de esas identificaciones, se prestan a un intercambio vacío, multiplicando los avatares con los cuales cada sujeto se trasviste.
Es preciso entonces recapitular, ciertamente se es siempre una identidad en pérdida y es por eso que precisamente nos vemos en la necesidad de identificarnos. De buscar identificaciones. Siempre hay una parte de impostura en el sujeto.
Lacan lo explica en el seminario desarrollado en 1961-1962[1], donde su argumento es la imposibilidad de fundar a un sujeto idéntico a sí mismo. Su constitución es justamente estar tachado por una identificación primaria producida por la marca del significante del lenguaje que lo aliena de manera radical al Otro. Al lugar del deseo del Otro.
En este seminario encontramos el término identidad vinculado al objeto que viene a ocupar el lugar del objeto primordialmente perdido. Las identidades, por tanto, están vacías, las identificaciones son múltiples y diversas.
Es en esta disyuntiva donde el fantasma intenta fijar al sujeto alienado en sus identificaciones con el objeto de su identidad perdida. Operación fantasmática de ligazón entre la identidad perdida y las identificaciones alienantes.
El trabajo de análisis trata justamente de aceptar una identidad vacía, en pérdida, atravesar el fantasma en la caída de sus identificaciones y autorizar el propio deseo, único timón al devenir del sujeto.
La función de anudamiento de la singularidad que se alcanza en un análisis es posiblemente el encuentro del sujeto con lo más idéntico a sí mismo. Encuentro que reúne al sujeto: donde se congrega el mito, la historia del sujeto y su deseo. Nexo donde se puede encontrar algún rasgo identitario: ese nudo sintomático que resume, condensa y crea su propio nombre. Eso es lo más propio. Podríamos decir que a través de ese nexo se conquista un lugar.
Lacan en el seminario desarrollado en 1975[2] designa como un objetivo la identificación con el grupo, no obstante, esa identificación refiere a un punto crucial: el más uno. Cada sujeto como un más uno de una experiencia podría constituir uno de los rasgos de identidad de un grupo. Paso desde la salida del yo al sujeto, hacia el sujeto colectivo.
Por tanto, el proceso entonces es pasar por las múltiples identificaciones para bordear una identidad que siempre esta en vacío, en pérdida. Esa identidad condensa en sí misma una marca en su más pura diferencia. Es decir, su marca es la pura diferencia, es la resta. Objeto perdido.
Columna; Psicoanálisis/Clínica
[1] Seminario 9. La Identificación.
[2] Seminario 22. R.S.I. (Clase del 15 de abril de 1975).