En 1920 publicó Franz Kafka su sexto y último libro publicado en vida: Un médico rural (Ein Landarzt) en el que figura la breve narración “La preocupación del padre de familia”. Transcribo el relato:
“Unos dicen que la palabra Odradek proviene del eslavo e intentan, basándose en ello, documentar su formación. Otros,en cambio, opinan que procede del alemán y solo recibió influencia del eslavo. No obstante, la imprecision de ambas interpretaciones permite deducir con razón que ninguna es cierta, sobre todo porque con ninguna de las dos puede encontrarse un sentido a la palabra.
Claro está que nadie se entregaría a semejantes estudios sino existiera de verdad un ser llamado Odradek. A primera vista se asemeja a un carrete de hilo plano y en forma de estrella, y, de hecho, también parece que estuviera recubierto de hilo; aunque a decir verdad solo podría tratarse de trozos de hilo viejos y rotos, de los más diversos tipos y colores, anudados entre sí, pero también inextricablemente entreverados.
Pero no es tan solo un carrete, sino que del centro de la estrella surge una pequeña varilla transversal a la cual se une otra en angulo recto. Con ayuda de esta última varilla a uno de los lados, y de una de las puntas de la estrella al otro, el conjunto puede mantenerse erguido como sobre dos patas.
Uno sentiría la tentación de creer que este artilugio pudo tener en otro tiempo una forma funcional y ahora está simplemente roto. Mas no parece ser este el caso; por lo menos no hay nada que lo demuestre; en ningún punto se ven añadidos ni fracturas que apunten a algo semejante; el conjunto parece, es verdad, carente de sentido, pero también perfecto en su género. Más detalles no se pueden decir sobre el particular, pues Odradek posee una movilidad extraordinana y no se deja atrapar.
Se instala por turno en el desván, en la caja de la escalera, en los pasillos o en el vestíbulo. A veces no se deja ver durante meses; seguro que se ha trasladado a otras casas; aunque acaba volviendo infaliblemente a la nuestra. Algunas veces, cuando uno va a salir y se lo encuentra abajo, apoyado en la barandilla de la escalera, siente ganas de hablarle. Claro está que no le hace preguntas difíciles, sino que lo trata —sus minúsculas dimensiones invitan a hacerlo— como a un niño.
“¿ Cómo te llamas? , le pregunta uno. “Odradek” , dice.“¿Y dónde vives?” “Domicilio indeterminado ” , dice; y se ríe; pero es sólo una risa como la que puede producir alguien sin pulmones. Suena más o menos como un crujir de hojas caidas. Y asi suele concluir la conversación. Ademas, ni siquiera estas respuestas pueden obtenerse siempre; a menudo permanece mudo largo tiempo, como la madera de la que parece estar hecho.
En vano me pregunto qué sucederá con él. ¿Podrá morir? Todo lo que muere ha tenido antes una especie de objetivo, una especie de actividad que lo ha desgastado; esto no puede aplicarse a Odradek. ¿Seguirá, pues, rodando en un futuro escaleras abajo con su cola de hilos sueltos a los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? Es evidente que no hace daño a nadie; pero la idea de que pueda sobrevivirme me resulta casi dolorosa.”
Es conocida la multiplicación de exégesis suscitadas por el nombre de Odradek.
Slavov Zizek, por ejemplo, señala que “…es la encarnación del goce:’ el goce es lo que no sirve para nada’ como expresa Lacan…”[1] El argumento es perfectamente reversible: como Odradek tiene algo inaccesible, podría representar, sin salir de la órbita de Lacan, al objeto del deseo, opuesto al goce.
Reversibilidad que el mismo Zizek practica con perfecta desenvoltura. En otro lugar[2] asimila a Odradek a la llamada por Lacanlamelle, órgano de la libido, y también al padre de la historia en cuestión, cuyo sinthome viene a designar.
Odradek ha llegado a nombrar, por lo demás, a una colección editorial, a un personaje de novela fantástica, a revistas literarias y hasta a un grupo musical.
Y ni qué hablar de las divagaciones etimológicas que Jordi Llovet, editor de Kafka, intenta interrumpir con una humorada quizá involuntaria: Odradek sería el nombre de una motocicleta que en tiempos de Kafka circulaba por las calles de Praga.[3]
Kafka se divertiría ante tanta proliferación hermenéutica; hay en su obra una ironía fundamental que solicita la simbolización al tiempo que la rechaza.
La prosa de Kafka es indudablemente inagotable, pero el el inventario de sus procedimientos es relativamente sencillo. El vicio teológico de sus comentaristas consiste en bucear en las profundidades a las cuales en apariencia Kafka los convoca, cuando en verdad todo se dirime en la superficie.
Kafka escribe con la misma parsimonia sentenciosa que se emplea habitualmente en el relato amparado por la tradición; sin embargo, todo lo que cuenta socava cualquier idea de tradición.
Ya las dos primeras frases son paródicas: “Unos dicen…” “Otros, en cambio…”
Su recurso fundamental es el salto de género: Odradek es un trozo de madera, sin embargo está vivo, no tiene pulmones, pero ríe y habla como un niño pequeño pero dotado de cierta astucia; es ridículo, insignificante, pero probablemente inmortal. Al describir a Odradek, Kafka describe su procedimiento:
“…podría tratarse de trozos de hilo viejos y rotos, de los más diversos tipos y colores, anudados entre sí, pero también inextricablemente entreverados.”
Kafka crea una apariencia de símbolo, en el sentido romántico de la expresión, mas la interrumpe borroneando todo y entreverando los hilos mediante los saltos constantes de género.
¿Qué sentido tiene precipitar al lector en las profundidades y luego devolverlo a la superficie insatisfecho y desconcertado?
Si todos los símbolos kafkianos son falsos símbolos, falsos pozos de falso infinito, es porque remiten al único y absoluto símbolo que nadie puede pronunciar. Solo él devuelve su dignidad a la literatura, ciencia suprema del rechazo y del silencio.
[1] Zizek, S. Visión de paralaje, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006, pp.170/171.
[2] Zizek, S. Odradek as political category, en Lacanian, Ink, 24.Como lo anuncia el título, el autor pretende hacer de Odradek una categoría política que dé cuenta de la actualidad capitalista. Así se suma esta versión a la ya antigua, que descubría la alienación marxista en el pobre huso.
[3] Kafka, Franz, Narraciones y otros escritos, Obras Completas, tomo III, Galaxia Gutenberg , Barcelona, 2003, p.1032.
Juan Ritvo: Imprudencias Breves
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