Atadito 20: Retrato de Pablo Chacón

Escrito por: Laura Estrin

Un retrato no es una identificación (…)
Sino la curva de una emoción. (Ph.Sollers)

Sensible escucha. Cano, muy flaco, escucha. Pocas veces lo vi, mil veces nos escribimos, cartas enormes las suyas, locas, inteligentes, para siempre geniales. Cruzábamos frases, de Ánimas escribió: “A veces no soporto que me despierten.” También, antes: “Es hermoso. Parece que abrieras la mano y volara algo, un bicho, un bicho lindo.”

A Pablo Chacón siempre se le iba la cabeza, Pablo lo sabía, escribía: “¿Por qué tanta debilidad? Porque no estamos, del todo, a la intemperie.” Porque Pablo bien hubiera podido decir lo de Baudelaire: “(…) cultivé mi histeria con goce y terror. Ahora siempre tengo vértigo y hoy 23 de enero de 1862 sentí una singular advertencia, sentí pasar por mí el viento del ala de la imbecilidad.”

Muchos años lo pasa mal, antes y después, muy mal, hombre al que le tocan el corazón -quise llamarlo. De eso fue su increíble relato La insuficiencia. Pocos como él, allí, dicen, por eso pocos hoy en Argentina escriben. Nudo de piedra fue su otra gran novela. Creo que ya no se soportan esos relatos, el mundo quiere levedad, Pablo Chacón caía como una piedra, iba abajo, veía. Era un ser brillante, corredizo. La tristeza de su muerte, una muerte aparte, me hace recordarlo así, citándolo y citándome, porque como Shklovski puso en su Maiakovski: aquí hablo mucho de mí porque esto pasó por mí.

Ya en 2013 me escribió clarito: “Laura, te publicaría (…) sin nombrar nada de lo que hablamos, por supuesto, porque quiero cuidarte. Pero debo decirte algo: estoy harto del periodismo cultural, de la megalomanía delirante de sus actores (y me incluyo, con la diferencia que también me harté de mí), de las guerras de egos y de las prosas horribles. ¿Por qué te odian? ¿Por qué me odian? Por envidia, por celos, porque sos talentosa, porque cuando me pongo en serio, también lo soy. Perdí el tiempo que vos no perdiste: en lugar de escribir, intentando buscar reconocimiento en un lugar donde así como festejan a Gelman lo hacen con Galeano y ni a vos ni a mí nos interesa esa basura. Yo no puedo dejar el trabajo por razones obvias, y creo que vos tampoco, pero sí hacer lo mínimo indispensable y que se vayan a tomar por culo. La verdad, es todo demasiado mezquino, todo es producto del miedo: miedo a volver de donde nunca tendrían que haber salido: de un chiringuito donde vender artículos de limpieza (con el respeto que se merecen los empleados de esos chiringuitos). ¿Creés que alguien lee a Libertella, a Lamborghini, a Negri? Nadie lee nada, ni los diarios. Pero las prerrogativas son disparatadas. Y los prejuicios y las agresiones anónimas de mediocres de todo pelaje… Bueno, basta. Ese texto tuyo me dio mucho qué pensar y que escribir y me abrió los ojos tal vez porque iba a pasar y porque llegaba del cardiólogo que me dijo que estaba mucho mejor, que no me descuidara y que no viva pendiente de la pantalla… no sé decime algo. Sí, pensé que te habías rayado y descubrí que no te había escuchado bien y eso por egoísmo y por saturación y tomé esta decisión. Escuchar, a quien vale la pena. Y trabajar de oficio. Hasta los psicoanalistas me tienen harto con sus camarillas y su deseo de figuración. Por ahora, ni pienso volver a tirarme en un diván. Bueno (…)”.

 Pablo era fiel. Si le gustaba, le gustaba; sus notas y sus entrevistas eran inteligentes, sus maneras difíciles. A veces se enloquecía porque entendía mal algo y había que ir suave y empezar otra vez. Y Pablo entendía, se entendía, se sabía como nadie, descarnado, solo. Él mismo era su horrible enemigo. Pablo apuñalaba al país directo: “éste es un país racista, católico y ofendido“.

 Pablo había vuelto a Mar del Plata hace menos de 10 años, la ciudad se le enrarecía, una vez me escribió: “Estuve filmando con amigos una ciudad totalmente cubierta por la niebla”. Todos los lugares le eran difíciles. Se enojaba con ellos, se enojaba también con el tiempo que nos toca, con los editores inclementes pero siempre era justo y extremadamente sensible a la literatura. De uno de mis retratos sobre Héctor Libertella, escribió: “es demasiado hermoso lo que escribiste, difícil de digerir, hay algo inclaudicable, algo insoportable para la cortesía del consenso y el amiguismo ambiente, hay algo que da miedo y no es la intemperie, es una suerte de soledad de muchos, de mudos, mudos a la fuerza contra la prepotencia del deber ser, deber decir, decir bien con puntos y comas y que nadie ponga la cara para que te paguen esto que no tiene precio”.

Pablo se enloquecía, era un ser muy solo, y podía escribirme intempestivo como a los gritos: “El loco perdió el nudo, nació sin nudo y eso puede tardar años en manifestarse. A mí me metieron ahí por error. Al día, cuando me di cuenta donde estaba, el terror no me paralizó, tampoco hice el cuerdo. Simplemente le pregunté a un enfermero cómo había llegado ahí. La policía te trajo, pibe. Corrías fantasmas. ¿No vino nadie a buscarme? Una delegación. Entonces, esperé. La primera trompada de mi viejo la esquivé, la segunda no. La primera mía no la esquivó. Se fue al suelo. Sangraba. Demasiado patético, hacerle pasar eso a mis viejos.” Pablo no explicaba, escribía.

Me iba mandando unos relatos durísimos que reescribía aunque debía saberlos certeros. Podía contar horrores y nunca perdía su altísima gracia de escritura, un correo suyo cerraba así. “De lo único que tengo ganas es de irme. Yo sé que me vas a perdonar. Estás invitada a venir cuando quieras y podemos seguir conversando todos los días. Ahora, me caí en serio. Prefiero evitar culpar a los idiotas que me rodean. Ya se cocinarán en el caldero. Te mando un beso grande y te quiero mucho.”

También nos hablábamos por teléfono, podían ser horas, a veces yo le escapaba un poco, era torrencial. La comunicación se cortaba y él volvía a llamar incrédulo. Pero la luz de su brillante cabeza barría todo y yo copiaba sus correos en mi Diario: “Los premios traen mala suerte. Premios académicos, premios a la virtud, condecoraciones, todas esas invenciones del diablo dan alas a la hipocresía y hielan los impulsos espontáneos de un corazón libre. Cuando veo a un hombre solicitar la cruz, me parece que le estoy oyendo cómo dice al soberano: he cumplido con mi deber, es cierto; pero si no lo pregonás, no volveré a hacerlo.

 ¿Quién impide que se puedan unir dos sinverguenzas para ganar el premio Montyon? Uno simulará la miseria, el otro la caridad. Hay en un premio oficial algo que hiere al hombre y a la humanidad, que ofusca el pudor de la virtud. En lo que a mí se refiere, no me haría amigo de un hombre que hubiera recibido un premio a la virtud: tendría miedo de encontrarme frente a frente con un tirano implacable.”

 Otra vez me confió esta carta, un cruel poética propia, vitalísima: “Un nuevo fantasma (me) recorre (…): mi supuesta inutilidad para las cosas prácticas (o «concretas»). Es un error: no es un supuesto. Literalmente soy un inútil para las cosas prácticas (o «concretas»). Y no me siento orgulloso ni es una jactancia de intelectual. Si estoy flaco, es porque no sé cocinar. Nunca cociné en mi vida, y no me interesa aprender, pero no es por no comer que estoy flaco sino porque cargo una enfermedad endémica que me obliga a tomar muchos remedios, algunos de los cuales me sacan el hambre. Es lamentable, pero es así. Y por el estrés del trabajo. Porque seré un inútil pero trabajé siempre, y trabajo mucho, y además escribo. Escribir no escribe cualquiera. Y para mí, además, representa una compensación (elegida) a una vida reventada, «bohemia», lejana a las estructuras elementales de la cortesía. No hay en eso ningún amor a las computadoras: no tengo facebook, twitter, ninguna de esas pelotudeces. Pero por esa razón, con toda probabilidad, vaya a morirme antes de lo que supongo: remedios, trabajo, hartazgo. Decidí, con quienes quise, no armar una familia. Pero no es estar fuera de la «realidad» no saber qué es el buraco. ¿Qué es la «realidad»? ¿Ando preguntando yo si alguien sabe quién es Jake Arnott? No, y eso no quiere decir que no los quiera, que no les pida cosas y que no agradezca su preocupación. No existe ninguna cantidad de personas que tanto me haya ayudado. Existen algunas personas con quienes fui más feliz. Simplemente, espero que eso vuelva a pasar,

                                                    Pablo, con amor“

Prefiero los hombres así a los débiles. Prefiero remar con los desafueros potentes, la literatura es cosa dura, es huevo duro y no huevo poché –dice el polaco-argentino. Prefiero a los locos brillantes: dicen que lo que Kierkegaard no perdonaba a Schopenhauer y a Hegel era que no vivieran de acuerdo a su filosofía, Pablo era un solo palo. Y los relatos que Pablo me fue enviando son geniales: los leía una y otra vez, amanecía con ellos, recuerdo estos fragmentos: “Pero la verdad no cuenta con amigos, la verdad es como la droga, se paga al contado y se termina. Los amigos aborrecen la verdad, preferirían encerrarla. Pero la verdad conoce la cifra de la materia. La verdad nos regala verdad: en un ascenso de la libertad a la esclavitud, invoca la noción de víctima.” Uno de esos relatos se llamaba: “A mis mejores amigos no los he visto nunca”.

Pablo era perfecto en la comprensión, no bajaba nunca a explicaciones tontas, escribió: “En dos, tres ocasiones, con un intervalo de cuatro años, piensa, la cabeza se había ido, en la medida en que cada equis tiempo la cabeza se va, debe irse de su estar en el mundo, la existencia convertirse en un páramo, una estepa, paja seca y rocas.” O “Allitof dice nunca sucedió, la percepción engaña, estar relajado engaña, estar angustiado no engaña, prosperar a través de la organización diaria no engaña… La naturaleza es una brutal correctora… ¿Ese viejo? ¿Por qué tirita? Acá estoy, sin pretensiones. En las noches escucha la tierra cuartearse.” O “Amantes dados de baja, curados, incluso, por la palabra. Impecables en su menguar.” Y “Parece cierto eso de que hay que conceder poca importancia a la opinión de aquellos que condenan algo pero no hacen lo imprescindible para acabar con eso o para mostrarse tan ajenos como todavía sea realmente posible.”

 Y tomada por esos libros únicos, inesperados, le respondía lo imposible: “Pablo: los paisajes terribles de tu libro son buenísimos, terribles, sin vuelta, inmejorables. Ni cortos ni nada. Justos. Nada sobra ni falta como el que singularmente termina en ´El piano, las manos´. Así deben ir a imprenta. Después de tantos mequetrefes y epígonos siento que en ellos hacés cosas enormes. Tenés enormes lecturas, como pocos, y lo digo mal, seguro, y repito lo que ya te dije otras veces”. De Pablo puede decirse el drama sin atenuantes de Néstor Sánchez.

 ¡En la escritura Pablo se sabía y lo podía poner como pocos!: “Lo que supongo voy a hacer es dedicarme más a mi salud, a estudiar y a esperar. Y a escribir una suerte de segunda parte de ese libro. Ese cansancio. Y tratar de armar una vida. Lo que me cuesta, creo te das una idea. Descubrí que nada -o poco- tiene que ver con la juventud.

 Porque la impresión de haber tenido una juventud es una piedra en el camino. Y es o puede ser un manantial para resentidos. Creo que hay que salirse de eso: o tenés algún talento y suerte, o no tenés suerte y sí talento; o sos un hijo de la burguesía asalariada, con talento o sin talento, la suerte, en ese caso, no cuenta, creo.”

 Algunas veces me mandaba a hacer trámites con libros en Buenos Aires, los editores se olvidaban de mandárselos, la gente se cansa de los fuertes, de los difíciles con sentido. Pablo podía preguntar claro lo que se le veía a la cabeza, sin metáfora golpeaba con un: “Laura, me podrás contar, aunque seas breve, cómo está el mercado editorial? No sólo llegan pocos libros sino que están carísimos, al contrario que Chile, donde hay un gobierno tan liberal (o neoliberal, como prefieras) como el argentino; ¿por qué en los noventa se importaba más que ahora? Internet volvió a «la gente» más ignorante, o ¿qué cosa? no logro entenderlo.” Pablo hablaba, sin remilgos, clamaba en el desierto, digamos.

 “El 1 de enero del 2018 murió Pablo Chacón -anoto en mi Diario-. ¿Qué hacer con una muerte? Los muertos no se van. Y su muerte apenas cercana es una tristeza grande. Murió Pablo Chacón.”