¿Cuál es el alcance de la operatividad de lo simbólico en un sujeto esquizofrénico como Wolfson? ¿Cómo pensar lo que él nos transmite? ¿Tiene el recurso lingüístico por él empleado el alcance de una suplencia? ¿Consigue hacer un nudo o va simplemente tirando el lazo a aquello que se desamarra cada vez que surge el conflicto? No precipitemos respuestas. Volvamos al detalle de lo que ocurre cuando las palabras se ponen a vibrar desbaratando el cuerpo. Volvamos al horror de Wolfson ante la frase en lengua inglesa que él se esfuerza por todos los medios de evitar y, no pudiendo, la intenta sustituir por sonidos extranjeros. No olvidemos también que lo percibido como una victoria de la madre afecta tanto a la lengua materna como a la ingesta de comida. Ambas constituyen para él indigestiones en extremo culpabilizadoras. Los “alimentos” que la madre le deja (en bolsas o en la nevera) son evitados a veces durante días pero finalmente devorados en una irrefrenable orgía, –así la llama él–, ante la que también despliega, no obstante, su instrumental minimizador. A los procedimientos lingüísticos les suma, en este caso, la ayuda de cálculos matemáticos que exorcicen la cantidad exacta de calorías por él calculada repitiendo, por ejemplo, una frase extranjera un número equivalente de veces según tal o cual fórmula matemática. El fonema inglés y la comida son, en tanto madre-en-él, una continuidad mortífera que estalla en su fragmentada reunión de órganos. Por ello, una separación ha de introducirse. Un hueco, una alteridad, algo extranjero ha de hacer barrera. Recordemos cómo lo consigue. Una palabra extranjera, recuperada fundamentalmente entre las lenguas que la generación de la madre ha olvidado, ha de sustituir a la palabra en lengua materna. Pero no es algo eminentemente simbólico (palabra extranjera por palabra inglesa) lo que aquí se produce. ¿Es algo real? Constatamos, en principio, que trabaja con algo real. La sustitución no trabaja con la palabra como un todo sino con sus fragmentos, con los fonemas específicos que hieren, de ahí que haya que recurrir a injertos de fragmentos cuando la mera sustitución no alcanza.
¿Y este trabajo, podemos calificarlo de simbólico? No cabe duda de que estamos ante un simbólico dislocado: un sonido ha devenido astilla y ha de ser sustituido por otro (extranjero) que ha de coincidir lo más posible, tanto en sonido como en significado. Lo que implica un trabajo y la adquisición de un saber. Esto es esencial. Sólo este afuera, esta compañía constante de lenguas extranjeras, impedirá la invaginación del mundo. ¿Pero podemos otorgarle a este trabajo la categoría de acción de lo simbólico sobre lo real? Parece que no, por estar centrado en la materialidad fónica (real), lo cual no implica que todo el esfuerzo esté en hacer trabajar algo del orden simbólico. Wolfson intenta someter algo de lo real al plano significante pero la lógica que opera está por fuera de los parámetros de aquella que sería la privilegiada, aquella diestra en morder lo real, la lógica fálica. En Wolfson la lógica funciona de otra manera, si las piezas del puzle no entran, ¡se las corta con la tijera! Si el procedimiento no pasa de ser un protocolo es porque el mapa resultante no importa ni científica ni artísticamente. Lo que importa es evitar que la astilla se clave. Y ahí parece que se detiene, no crea nada, sólo sustituye palabra a palabra lo que daña. ¿Conseguirá así tejer una red de tiritas que abarque el conjunto de la lengua?
Antes de intentar responder repasaremos, en la próxima entrega, los pocos hitos de su vida de los que disponemos, empezando por el momento en el que se produce su primer tropiezo en su encuentro con el lenguaje, la imposibilidad de deletrear.
Escrito por : Zacarías Marco.