VENEZIA

Ezra

 

Durante mucho tiempo tuve a la “Letanía nocturna” (Night Litany) de Pound  como un tributo excepcional a la belleza de Venecia, envuelta en su sombra,  flotando sobre su reflejo, fundida con el Dios del silencio y el Dios de las aguas:

                   Purifiez nos coeurs

            oh Dios del silencio

                  Purifiez nos coeurs

            oh Dios de las aguas.

Mi entusiasmo empezó a menguar cuando leí unas líneas incidentales de Brodsky:

“Los Cantos – dice – también me dejaban frío; el error principal era muy antiguo: la búsqueda de la  belleza. Para alguien con tan largo trayecto de residencia en Italia, resultaba raro que no se hubiera dado cuenta de que la belleza no puede tomarse como blanco, de que siempre es un subproducto de otros empeños, a menudo completamente vulgares”.

La mejor versión poundiana de Venecia está en los Cantos, esa obra que a Brodsky lo dejaba frío, y que sin embargo, creo, conmueve por lo errático de las referencias, por momentos triviales.

En el Canto III, por ejemplo, empieza de esta forma:

“Estaba sentado en las gradas de la Dogana

Porque las góndolas costaban demasiado, ese año,

Y no estaban “esas muchachas”, había una sola cara,

Y el Bucentauro, a veinte varas de distancia, gritando

‘Stretti’

Y las vigas laterales iluminadas, ese año, en el Morosini,

Y pavos reales en casa de Koré, o pudieron haber estado.

Flotan dioses en el aire azur,

Dioses brillantes y toscanos, antes de que cayera el rocío.

Luz: y la luz primera antes de que jamás cayera el rocío”.

Terrell escribió un minucioso Companion de los Cantos, para iluminar las oscuras referencias laterales de Pound. Aquí no importa.  Importa más la deriva que, a partir de la última de las líneas citadas, lo lleva imprevistamente por las nubes que se comban sobre la laguna y, una vez más, la evocación de dioses con seguridad paganos. Finalmente, Pound recala en el Poema del Mío Cid.

¿Adónde conduce esa luz primera si apenas la nombramos ya estamos fuera de ella, en la más profunda oscuridad?

(Es el sonido del contrabajo que interrumpe un canto sutil, recordándonos que el fluir incesante alguna vez se interrumpirá del todo…)

Fichte, quien con seguridad no conoció al Bucentauro, sea la nave dorada del Dux, hundida hace tanto tiempo, sea el nombre ridiculo de un club nocturno, a pocos pasos de donde Pound se había sentado, había  hecho de la luz la metáfora primordial de su filosofía.

Recorría incesantemente el círculo – lo hizo toda su vida, hasta que murió en Berlín durante una epidemia de tifus, entre fiebre y vómitos, en 1814 – ese círculo que va  desde la luz que se pierde al nombrarla, hasta la inevitable repetición del nombre, que lleva, inmediatamente, a donde la inmediatez huye, sin que ninguna lluvia de oro venga a fecundarla.

De él, de su Doctrina de la Ciencia, de la primera mitad de 1804, extraigo esta afirmación:

“Construyo, pues, lo que es absolutamente inconstructible, teniendo perfecta conciencia de que no se puede construir.”

¿Qué no se puede construir?  La luz – sólo podemos oponerle la tiniebla.

Juan Ritvo: Imprudencias Breves

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