Miss Once sentada escribe.¹
“la narración de lo raro.”
(Miss Once)
“Lo cuenta Beckett:
Un escritor está en su mesa de trabajo frente a una ventana abierta. Pero de repente, del departamento de la portera, situado abajo, sube una voz atronadora que sale de una radio con el volumen al máximo. Después de un rato largo, no aguantando más, el escritor se precipita a la ventana y grita: ´– Creo que vamos a tener un disgusto.´ Con una voz acongojada y suplicante, la portera responde: `–Pero señor, esta radio, es toda mi vida.´ El escritor: `Entonces, haga de cuenta que no dije nada.´”
(Charles Juliet, Encuentros con Samuel Beckett)
Miss Once rehace la novela por la vía de un recitativo. No se deja comer por el relato. María Pia López escribe su subjetividad en argentino. En créole argentino. En el lenguaje común de nuestras voces. Que va de restos del idish a farfulleo coreano, chino y canto dominicano. Nostálgicos de liga patriótica de algún genio de la lengua purísima argentina, no entren al Once, vayan a otra novela. María Pia López hace entrar la voz y las voces. Desde el interior. Miss Once no es testimonio de nada. No es la arrogancia realista del novelista por encima de sus personajes. Se deja arrastrar por el canto de sus personajes. Los inventa en “la disidencia con los sucesivos presentes que habitaron.” Y habitan. En tiempos de relato exacerbado, de escritura de género, de literatura rioplatense, de conourbano bonaerense y otros clisés que aseguran el mantenimiento del orden, Miss Once hace historias ahí donde casi todos hacen farsa. Pone la voz donde la regresión pone relato: “las voces de los hombres son alivios.” La frase de María Pia López es un canto de palabras y de nombres, relacionados, un canto que le da un lugar al silencio: “Liviano viento que acarrea las ssssssss silabeadas del ande que la escritora provinciana descubre deslumbrada – ella que aspira hasta volverla en jota se deja arrullar en esos sonidos precisos, demorados en el liviano viento que demuestra que Once es silencioso.” Los nombres hacen este Once, es un desflecado de nombres: Jennifer o el amor ingrato. La ingratitud, el odio salen de pensar en esas frases de novela. Repasarlas semanas enteras. Escuchárselas. Las pibas solitarias del trote de la calle. Y Mario y Beto. Y Diótima. Y Elba. Nombres y haceres en implicación recíproca. Miss Once como diría Néstor Sánchez no se puede contar por teléfono. Entre tantas novelas de la certeza realista Miss Once escucha el canto que canta en las calles. María Pia López escribe las voces, no las transcribe, no hay habla popular reproducible, tampoco importa mucho la noción de habla popular, hay voz, hay voces. Cada uno habla hacia, como si hablaran hacia Adonai. Van de la duermevela a la pesadilla. El pastor busca el relato que calme el odio, ese “odio que viene de la juventud perdida en el trabajo sin defensa” (Céline) y de relato que no cierra se pasa a una escucha. Miss Once inventa su escucha. No es un realismo lógico. No se comunica. Hay que ponerle nombre. María Pia López vuelve clandeta lo comunicable. Lo pasa por el oído. Y lo escribe. “La calle tiene sus memorias aunque las mantenga en pudoroso silencio.” Novela de esbozos. Esbozos de los éxodos circulares por el barrio. Miss Once no es una novela realista porque vuelve audible, sonoro, lo que el realismo borra. Borra “que es mejor recostarse en lo efímero, en el escueto accidente que un escalpelo puede resolver, una reparación de lo fallado, pero que no se nombre con ninguna de las palabras que se dirían para aquello en su modo habitual de avance.” María Pia López escucha y da a escuchar, así sale del “modo habitual”, se encomienda a un santo como Mansilla para que le dé ánimo en ese Miserere en el que fabrica su propia cuisine. Pisa un poco la sintaxis, “de refilón”, en ese “Once [donde] nadie es del todo patrio y por lo tanto nadie o acaso nadie puede acusar al otro como apátrida.” Once de telos y ficus. No Historia, historias. Donde se escucha el hormigueo de la calle y una cronología chueca del barrio Once. Una historicidad de los personajes y de la trama de la ciudad, las cosas y sus historias y los nombres que les ponemos. Acá, en Miss Once, se nonima: “Los preciosos nombres: El señuelo, El amor al arte, Los Chiripiti-fláuticos, Los rebeldes.” Los nombres del que habla. Cada nombre es una visión y la visión entera, en el sentido de la humanidad entera, que se pone en movimiento. De World fashion a Bijou World, pasando por lo que nace en la cocina de un conventillo, Idish Folk Teater, siguiendo por la vida discepoliana, hay que leer todas las marcas del lenguaje de Miss Once, leerlas desde el interior, leer el enriedo singular de María Pia López.
1.- María Pia López, Miss Once, Paradiso, 2015.
Escrito por: Hugo Savino
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