Escrito por: Gusen Mör
“Era la guerra, Muchita, era la guerra”
Mi suegra, in memoriam.
La isla de Nantucket, capital de la caza de ballenas hasta casi mediados del siglo XIX cuando, un año después de publicar Moby Dick (1842), la visitó Melville —se dice que el primer turista—, es hoy un exclusivo enclave de vacaciones en la costa este de los Estados Unidos.
Claro que desde aquella visita hasta hoy (ya sin ballenas) ha corrido mucha agua entre la isla y el continente con dos guerras mundiales en medio. Fue justamente en el verano de 1942 —como lo indica el título—, con la segunda en pleno fragor, cuando suceden los hechos que la película relata, Y digo los hechos (de haber sido), porque se dice, están basados en recuerdos personales del guionista Herman Raucher.
Pero vamos a lo nuestro:
Por entonces, por lo que la película muestra a noventa y nueve años de haberla conocido Melville y promocionado como “la mejor isla del mundo”, no parece que el turismo fuera privativo de ricos. Y es ahí, en ese escenario real, donde nos encontramos con tres adolescentes aburridos y con las hormonas en ebullición, intentando sobrellevar el verano entre cuerpos besándose en la arena y espiando como una pareja algo mayor, disfruta del entorno semisalvaje de la isla de entonces y que, ante el jocoso aparecer de la muchacha, el hombre deja de hachar leña para, a hombros, llevársela al interior de la cabaña. A la cama se dicen entre ellos, y seguramente.
Y también abocados a obtener de literatura médica —tal vez El Matrimonio Perfecto—** que, con palabras e imágenes, por lo que dicen, ya que no se muestra el libro desde el mirar de los interesados, y de la que copian —con papel carbón, para tenerlas por duplicado— las instrucciones para el futuro sexual que, prevén, está a llegar.
Es, más o menos, a esta altura del film, donde con peleas, encuentros y desencuentros propios de la inseguridad adolescente, comienzan a perfilarse las maneras de cada uno. Ocsy el más salido, que, fundamentado en su hermano mayor, explica que un preservativo no puedes compartirlo ni con tu mejor amigo; Benjie el menos atrevido, que no puede creer que sus padres hagan las cosas que el libro muestra y Hermie que, sin las certezas de uno ni las dudas del otro, ese verano va a descubrir el amor.
En medio de los avatares de los veraneos familiares —la guerra está en su apogeo— el marido de la pareja en cuestión es llamado a filas (o al aire porque resulta ser piloto) y ya de uniforme, lo miran despedirse efusivamente de su esposa a punto de subir al barco que lo conducirá a su destino (que, suena a literatura kitsch, como antes “descubrir el amor”, pero veremos que al final son cierto).
En la isla, por cierto, hay siempre viento, además de arena gris y el mar crispado que pocos usan y, si no supiéramos —como ya fue dicho— que se trata de un recuerdo en ese lugar, podríamos imaginar que, con la elección, se intentaría simbolizar el clima de desasosiego del país en guerra (Eso sí, como siempre, de ese país, lejos).
Hermie, cada vez más inquieto (aunque ya sin rival, digamos), pero sin recursos para saber cómo acercarse, se consuela mirando la ropa interior de la muchacha tendida al viento.
Pero el azar, siempre el azar, hace que mientras camina enojado consigo mismo por el pueblo, la encuentra a la salida de la tienda con la mitad de la compra por el suelo y (visto ya muchas veces en el cine) tras ofrecer su ayuda y aceptada ésta, terminan en la casa tomando café y él rechazando la propina que ella le ofrece (esto es ya más novedoso).
Pero, como dada la diferencia de edad —la experiencia es un grado—, aunque sus colegas lo interrogan infructuosamente, las cosas son como son y él tampoco es Casanova, la siguiente escena sucede a la puerta del cine tomando los tres helados y semblanteando chicas de sus años. Finalmente, el más tímido huye y mientras Ocsy y Hermie hacen la cola para entrar con las otras, Dorothy, que así se llama la ya evidente protagonista —aunque Hernie nos lo haga saber más tarde, preguntando— no solo lo saluda delante de sus pares, sino que le propone que la visite el jueves para ayudarla (ahora que no tiene quien la ayude, agregamos nosotros) en tareas inhabituales del hogar.
Pasada la secuencia (la película es de Bette Davis), que poco difiere de otras muchas de inexpertos adolescentes intentándolo en el cine, con las posteriores interpretaciones de lo sucedido, el jueves Hermie va a ayudarla y, pese a los temblores que el subir y bajar de ambos alternativamente de una inestable escalera de tijera le producen, esta vez además del café, tras volver a rechazar el pago en metálico, declarando que lo hace porque simpatiza con ella, recibe el resto de las rosquillas y un beso en la frente que deja huella no solo interna, sino también de manifiesto pintalabios.
Cabe aquí una reflexión sobre esta secuencia en que la cámara los enfoca tanto a ella alcanzándole las cajas con la cara a la altura del bajo vientre del muchacho como a él cediéndole el espacio para subir a mirar el desván, deslizándole el cuerpo —y no precisamente en ropa de trabajo— a escasos centímetros de la mirada. Y en la que es evidente que el chico no acusa erección, como parecería lógico, por cuanto, o escándalo de por medio, acabaría la película, o sobrevendría un acelerado final más propio de una porno. Y si los actores, por más adolescentes que sean, filmando puedan inhibirse de tales reacciones, no estamos tan seguros de que, en la realidad, que fue, le haya sido posible controlar tal involuntariedad.
Analizados los hechos del cine y de la visita, Ocsy, el más práctico de los que a esta altura quedan aún en lisa, decide que, el devenir de los acontecimientos, exigirá preservativos —de difícil adquisición por entonces para adolescentes—, pero que, como principal interesado, deberá asumir Hermie. Sigue una larga e incómoda (para el chico) conversación con el farmacéutico que termina con la adquisición de un helado de tres bolas (también se venden en la farmacia) y una caja de tres (hasta donde le da el presupuesto).
Esa noche, en la playa con las chicas del cine, Hermie sigue con la suya junto a la hoguera (enamorado de la otra) mientras Ocsy, con múltiples interrupciones para aclararse con las instrucciones recabadas del libro y la necesidad de condones, se estrena semioculto por la vegetación de las dunas.
Resuelto cinematográficamente el tema Ocsy en el más puro estilo del muchacho, ya visto en otras películas de factura yankee, nos queda aún media hora de ésta, que más parece europea, y vamos a ella.
Hermie, convencido de que no es ese el camino. Que su querer, aunque sea el mismo, es de la otra cabeza, se acerca a la muchacha que escribiendo en la colina se sorprende encantada. Él, dudando, la invita a repetir película (en la isla hay un cine) y ante su negativa admite que tiene razón, que “cuando se sabe el final acaba la trama” y expresa su deseo de visitarla si esa noche va a estar en casa. Tras un: “Ven con confianza” y el alejarse de ella hacia la casa, le pregunta el nombre, y tras el “Dorothy” de su respuesta, nos entera de cómo se llama la sujeto *** de sus desvelos.
Acicalado y con sus mejores galas, esa noche —no tan noche porque estamos muy al norte y en verano—, se apersona en la casa de Dorothy que no contesta. La puerta está abierta y un disco sigue girando, pero como ella no aparece, lo interrumpe y deambula por la casa hasta que ve el telegrama de la Western Union —que no cabe imaginar publicidad dado el tema— anunciando el fallecimiento del marido en el frente. Mudo sigue su recorrer hasta que aparece ella llorosa y arreglándose el cabello. Cruzan algunas palabras. Vuelve a poner la música y siguen varios minutos de silencio hasta que tras un: “Lo siento mucho” se abrazan y casi siguiendo la música, lo conduce llorosa al dormitorio. Se empieza a desnudar. Le ayuda a quitarse la chaqueta Sigue desnudándose. Abre la cama y, siempre en silencio: Hacen el amor (que también suena kitsch pero la escena lo merece) .
Ella, más tarde, se levanta y entra en el baño. Él descubre que está solo en la cama y empieza a vestirse, cuando reaparece en robe solo se dicen: Buenas noches Hermie y tras el Buenas noches de él, terminando de vestirse, abandona la casa.
Cuando ya de mañana, su amigo lo encuentra abrazado a una valla e intenta convencerlo de la necesidad del hablar en tales circunstancias, Hermie, sin palabras, lo deja en busca de recuperar su noche. Pero la casa está cerrada y solo encuentra una carta que poco le aclara, o no le aclara nada. A los chicos, entonces, nos costaba más entender lo que sentíamos, reflexiona.
La película se cierra con la iniciación de Hermie, (antes de Ocsy, no nos olvidemos), objetivo de esta selección, y salvo que, si no fuera porque nos han convencido de que se trata de un recuerdo personal del guionista y durante la guerra, la muerte del pobre marido, nos parece una exageración para justificarla, no tenemos otra objeción a un film sin duda de calidad poco habitual en el cine americano.
Galicia. Abril de 2020
• Película de Robert Mulligan (1971) sobre memorias de Herman Raucher, el guionista, con Jennifer O¨Neil, Gary Grimes y Jerry Houser.
** Libro de T. H. van de Velde publicado en Holanda en 1926 sobre el placer sexual en el matrimonio que en su traducción al inglés pronto alcanzó el medio millón de ejemplares vendidos.
*** Elijo: “La sujeto” porque El sujeto, aunque genérico puede herir sensibilidades de moda y La sujeta, peor, además que de machista me pueden tildar de abusador.