Una parte del alivio que se obtiene en un análisis es porque el analizante experimenta que las palabras que enuncia pierden su peso, se desvanecen en un decir incompleto, dejando un espacio abierto para relanzar al sujeto a otra cosa.
En algunos momentos esas palabras no significan lo que quieren significar, sorpresivamente significan otra cosa, o de manera imprevista aparece alguna que hace serie, encaja en algo que antes no encajaba y entonces emerge una palabra plena y surge un nuevo decir. El arte del analista debe ser suspender las certidumbres del sujeto hasta que se consuman sus últimos espejismos, y es en el discurso donde debe escandirse su resolución.
Todo individuo recibió por herencia un cierto relato mitológico sobre la tradición legendaria de su grupo, contenido en una red de significantes que nos precede antes del nacimiento y nos arroja -y también- nos ubica en un lugar en esa historia mítica. Sí! historia y mítica, porque nos introduce en un acontecer pero bajo un discurso que nos precede y que funciona en un tiempo cíclico. Ese es el primer registro que tenemos y por donde nos movemos.
En un principio el mito brinda una posición de saber universal. Ese saber del origen permite una doble operación: por un lado, la transmisión de un saber enigmático, y por otro, la negación de la historia para así eliminar el dato de un acontecer que nos precipite a una posición de incertidumbre y de no medida de nuestro tiempo. Ese saber mitológico opera en un tiempo cíclico, que no acontece, sino que permanece. Elimina en sí mismo el acontecimiento para quedarse en una repetición que embriaga.
Ese es el saber mitológico con el que llegan los pacientes, un saber pegado al espejismo imaginario que le otorga una identidad, pero es una identidad de desconocimiento. Un sujeto no es algo dado de entrada. Un sujeto adviene.
En un análisis, precisamente, puede advenir en su dialéctica a través de todos los espejismos imaginarios de la transferencia, pero es ahí donde se teje, como si de un telar se tratara. Primero, se organiza una estructura del lado del analizante y del lado del analista, el telar no aparece hasta que se teje entre esa estructura, esa es la manera de articular la lengua materna con la invención de la propia lengua y el advenimiento como sujeto.
El análisis es el motor del proceso de escritura llevado a cabo por el analizante. Partimos de restos textuales para construir un relato, relato que transforma la posición del sujeto.
El sujeto necesita del trabajo textual dado que él es el producto de la palabra y su lugar es el campo del lenguaje. Orientados en función de la palabra, el sujeto se realiza.
El amor en gracia es reconociendo el deseo del sujeto, la verdad de su palabra. La experiencia del análisis nos muestra que con el reconocimiento de esa verdad el sujeto se alivia de manera permanente. La palabra plena es palabra en acto. Es inaugural y es realización del sujeto.
En palabras de Nicanor Parra “¿Porqué el lenguaje literario tiene que ser diferente al lenguaje corriente? Llegué a la conclusión de que no… la antipoesía es síntesis de los contrarios…”.[1]
Escrito por: Karin Cruz T.
[1] Parra, Nicanor: Poemas y Antipoemas, Ed. Nascimento, 1954, Santiago de Chile.