Cuando el murmullo en vez de habitarnos retorna desde afuera (I)

A lo largo de la década de los 60’ Deleuze y Foucault intercambian varias reflexiones sobre los procedimientos de escritura marcados por una fractura esquizofrénica. Siendo su interés por el fenómeno de la locura distinto, convergen de manera notable en su acercamiento a Raymond Roussel, Jean-Pierre Brisset y Louis Wolfson. Hablan ambos de tres procedimientos de escritura emparentados en su estructura. En 1962 Foucault escribe una reseña sobre Brisset titulada “El ciclo de las ranas”. En 1964 se publica en Temps Modernes un largo extracto de un libro que hará época, “Le Schizo et les langues”, de Wolfson. Deleuze elaborará sucesivos trabajos inspirados en él y será el invitado a escribir su famoso prefacio para su publicación definitiva, en 1970. Justo después Foucault escribe su prólogo para la edición del libro de Brisset “Gramaire logique” titulado “Siete sentencias sobre el séptimo ángel”, donde retoma el análisis de Deleuze a partir de esta apreciación fundamental: “La psicosis y su lenguaje son inseparables del procedimiento lingüístico, de un procedimiento lingüístico. El problema del procedimiento, en la psicosis, ha reemplazado al problema de la significación y de la represión”.

Este diálogo se enmarca a su vez en el que ambos filósofos mantienen con los planteamientos psicoanalíticos. Hay incluso un paralelismo entre lo que representó en su día la publicación de las Memorias de Schreber, junto con el posterior trabajo de Freud sobre la paranoia, y la publicación de libro de Wolfson, al que Deleuze añade su exquisito estudio. Schreber nos desplegaba su construcción delirante, su exitoso desarrollo de un rico y elaborado sistema de pensamiento por el que Freud llegó a otorgarle, al menos en su aspecto formal, la altura de sistema filosófico. Wolfson, por su parte, nos describe su procedimiento para matar la lengua materna, el inglés. El procedimiento no es artístico, como podemos leer el de Brisset o el de Roussel, que poseen y despliegan un juego interno, evocador, con aquel material primigenio de la lengua, la charca croante, antes de devenir lenguaje estructurado. Wolfson, en cambio, se queda en lo meramente defensivo, tapar la boca que habla. Se trata de descomponer cada palabra y reconstruirla a partir de fragmentos de otras lenguas, se trata de evitar la hemorragia vital provocada por tal o cual consonante que actúa sobre el cuerpo despedazándolo. Y tampoco el procedimiento es científico, pues las reglas fónicas que Wolfson inventa son, como señala Deleuze, ilegítimas. No obstante, es justo ahí, en ese doble simulacro artístico-científico donde radica la importancia del procedimiento de Wolfson, por más que se quede en un “protocolo”, algo que nace de un intento curativo que no termina de ser exitoso.

Tanto Deleuze como Foucault asumen el criterio lacaniano diferenciador de la psicosis, la forclusión, que impide la adquisición del registro de la significación. La quiebra de lo simbólico desata pulsión y cuerpo, y el murmullo indiferenciado es ahora el que comanda. Fueran deudores o no, sus análisis del procedimiento son su certera consecuencia. Resulta hoy llamativo que Deleuze, apartándose del psicoanálisis, según él, fuera más kleiniano que Lacan, y no se pudiera hacer cargo de la parte de mensaje lacaniano que, a su pesar, transmite. En la percepción sobre lo real, –aquí Deleuze diría “una lengua extranjera dentro de la lengua”–, ambos son compañeros de viaje.

Escrito por: Zacarías Marco