Cuando un paciente llega a la comunidad terapéutica para toxicómanos emergen tres preguntas fundamentales:
– ¿Qué ha intentado tratar ese sujeto auto-medicándose?
– ¿Qué denuncia esa auto-medicación?
– Y ¿Qué busca en esa comunidad?
Lo primero es aclarar que lo común no es lo homogéneo, y lo segundo -a quiénes trabajamos en ello- es garantizarlo en la clínica.
En las comunidades terapéuticas los tratamientos ofrecidos a sujetos con dependencia, pretenden -entre otras cosas- que el paciente encuentre un rasgo de identificación, identificación a un líder o a un grupo de pertenencia. Es una identificación que se parece a una nueva alienación para el sujeto. Es decir, una pertenencia con borramiento del sujeto, más que un pilar o un trampolín para un resurgimiento subjetivo. Ese es el problema. Por lo tanto, la búsqueda de común-idad se transforma en una homogenización subjetiva: Lo Común no es lo Homogéneo[1].
Se apela entonces a una pertenencia que homogeneiza, con la lógica «para todos» se pretende ilusoriamente «hacer a todos igual», para finalmente educar, gobernar y curar, justamente aquello que Freud nos advirtió como imposible.
Esa pertenencia se hace a través del grupo “todos iguales” (lógica para todos) vía mímesis con los semejantes o vía un líder (padre) que dirige al grupo.
El amor por el líder, el amor por el padre, el amor por la pertenencia que nomina y hace de referencia es un amor que aliena y que se crea en la identificación. Ese gran Otro se configura como el lugar del que se espera reconocimiento, en el que uno se atrinchera para darse una identidad, siempre prestada, insignia coartada, ideológica, o espiritual de un sometimiento.
La clínica de la toxicomanía como toda clínica debe tratar la singularidad. Eso que no entra en la cadena lógica “para todos”, eso que llamamos singularidad es justamente el no-todo – que también se ha llamado lógica femenina- ese resto es lo particular, lo singular de cada sujeto y la forma de implicación de cada sujeto en su malestar, ese encuentro con la lengua se trata de un singular común[2].
Ese no-todo, ese resto que es el encuentro particular de cada sujeto con la lengua es lo que hoy se engulle en la maquinaria del discurso actual y cae bajo la nominación de anomalía privada.
La angustia se disfraza de anomalía privada, lo singular se viste de “tratamiento personalizado”, “específico” y “especializado”, pero no es más que un para todo generalizado y homogéneo, con cara de particular.
En esa circularidad, cada quién sigue siendo rehén del campo del Otro, rehén del campo de la promesa del Otro. Es el Otro quién legitima por lo tanto hay que salir de esa “lógica para todos” emergiendo hacia la lógica del no-todo, de lo singular, del uno a uno. No se sale en tropa dice Colette Soler[3], siempre la salida es uno a uno. El grupo fija la identidad del individuo, pero la emergencia subjetiva, es uno a uno.
La identidad de separación está más cerca del núcleo sintomático, que de otra cosa, es una identidad que no viene del Otro sino que viene de lo real de su goce. Eso permite salir de la masa.
Buscar esa singularidad, siempre es un proceso de creación, es transformar lo dicho en decir, o mejor dicho es apuntar sobre el decir, es un acto de escritura y no de escritora (autor) es la escritura lo que se produce, a pesar de la escritora, necesariamente más allá de la escritora. El autor es efecto y de nada importa. Hacerse con el síntoma, es haber tejido sobre él.
El encuentro con la lengua es para cada quién. Y ser dueño del lenguaje, no es lo mismo que ser dueño de la palabra.
Escrito por: Karin Cruz T.
[1] Entrevista a Jorge Alemán. “El nuevo malestar en la cultura. Políticas para un sujeto dividido”.
[2] idem
[3] Soler, Colette. Lo Inconsciente Reinventado. 2013. Amorrortu.