Los amores perdidos de Jack Duluoz

A Pete Carini

2.-Tristessa

«Todo hombre inventa su lengua y la inventa toda su vida. Y todos los hombres inventan su propia lengua ante la instancia y cada uno de una manera distinta, y cada vez de una manera nueva. Decir buen día todos los días de su vida a alguien, es cada vez una reinvención.” Émile Benveniste

Amo a Tristessa” – “Podría haberle dicho a todas las caseras que amo a Tristessa – No puedo decirles que está enferma – Necesita ayuda – Puede venir a dormir a mi habitación esta noche” – Jack Duluoz

Empecemos por el final, con ese desafío al hipócrita lector: “Escribiré largas y tristes historias sobre las personas en la leyenda de mi vida–Esta es mi parte de la película, oigamos la de ustedes.”

Responder los libros de Jack Kerouac.

Tristessa es la historia ensoñada de una Madona. Perdida. Y una historia de voces a la espera de alguien dispuesto a oír. En ese sentido Jack Kerouac escribió libros botellas al mar.

Y tan “descalabrada como las verdaderas penas de amor”, y tan cifrada como las tristezas de un amor perdido. Aceptar las derrotas. O no. Jack Kerouac las escribe. “La intuición de lo que es necesario escribir vendrá. Y luego lo escribiré.” (Jack Kerouac, carta a Malcolm Cowley, 19 de julio de 1955). Esa confianza en la intuición. En que la escritura le hará escuchar las voces del pasado irrepara-blemente imposible. La voz de Tristessa le hablará en el silencio de su voz. De “nuestra voz.” Se la hará resonar en su interior de sintaxero radical. Y la cifrará para los que se animen a leer. Y que entienda el que pueda.

Horacio Salgán:

“Mi estilo nace y cobra forma por un proceso exactamente inverso al de Piazzolla. El plasma el suyo por la necesidad de salirse del tango. Y yo el mío, por la fijación excluyente de querer meterme dentro de él”. (Citado por Federico Monjeau). Dos veredas del lenguaje.

“Y esto suficiente para hacer un libro que “cambie la lengua”, lleno de anamorfosis extravagantes, frases inacabadas, palabras retorcidas, remendadas, inventadas, imposibles. Una novela mística y des-calabrada como las verdaderas penas de amor. Deseo o delirio, droga o Nirvana, amor o fantasma, noche blanca o eternidad…” (Catherine David, traductora de Tristessa al francés.)

Jack Kerouac estuvo toda su vida metiéndose en la literatura. Y con cada libro fue expulsado. Con cada libro, la burocracia de la literatura le anunciaba una nueva expulsión. Ellos: querían ser predicadores. Él: escribir las voces que van de un cuerpo a otro cuerpo. Se puede leer a Jack Kerouac desde esas expulsiones. ¿Expulsado por ser hijo de franco-canadienses¿ ¿O por reaccionario? ¿O por escri-bir novelas desordenadas? ¿O porque supo leer a Baudelaire y nunca se dio un proyecto de narración? Solo se dio una leyenda. ¿O porque siguió la vía de su historicidad radical, sin obedecer a la burocracia crítica de su época?

Balzac le enseñó que la mierda y el dinero están apenas separadas por una pared tan delgada como un papel de cigarrillo.

Proust a diferenciar la creencia de la actividad.

Céline a escuchar dos cosas: que “el amor es el infinito puesto al alcance de los caniches, ¡y yo tengo mi dignidad!» Pero que eso no impide caer en el melodrama de la mujer perdida. Que Kerouac escribió infinitamente.

Y que: “El verdadero odio, es algo que viene del fondo, viene de la juventud, perdida en el trabajo sin defensa.”

Céline citado en Maggie Cassidy:

“Ah, la vida, Dios–¡no volveremos a encontrarlas, las Nova Scotias de flores! ¡No más tardes de salvación! Las sombras, los antepasados, todos han caminado entre el polvo de 1900 en busca de los juguetes nuevos del siglo XX como dice Céline –pero sigue siendo el amor el que nos descubre, y en los patios de butacas no había nada, ojos de lobos borrachos, eso es todo. Pregúntaselo a los tipos que fueron a la guerra.”

Kerouac se dejó desbordar inconmensurablemente, aprendió a no saber, a dejar que sus intenciones fueran desbordadas por su poética. Ninguna nostalgia de un orden narrativo. No hay orden. No hay tema. Hay motivos para improvisar. Gamas de colores, citas, pintores o escritores que indican una composición de paisaje pro-pio, en movimiento: Arshile Gorky, o un pis que “es todo puro azul como el azul Sir Joshua Reynolds.”, o “Borracho, vaciamos grandes copas de jugos de cactus y hay un viejo cantante con guitarra con su joven discípulo muchacho joven con gruesos labios sensibles y una gorda enorme anfitriona salida directamente de la Edad Me-dia de Rabelais y Rembrandt que canta–.” La cosa misma. Sin explicaciones. Se puede empezar a leer La leyenda de Duluoz sin las referencias biográficas. Se las puede archivar en algún Museo Beat, y leer sin red. Y seguir las citas de Kerouac. Los nombres que pone. No es un realista. Sus citas son cifra. Para seguir leyendo cada vez que abrimos sus libros. Jack Kerouac no predica. Salmodia. Ya podemos dejar de buscar a la verdadera Maggie, esa supuesta chica de barrio archivada en Lowell, o a Tristessa, aquella mexicana drogueta, o a Mardou, esa que oculta su verdadero nombre en Greenwich Village. Eso es la biografía. Y Jack Kerouac nunca cayó en las manos de Sainte-Beuve. Las biografías son sublimes, a veces, pero los libros las desbordan. Infinitamente.

Tristessa es fugacidad de un beso y Duluoz persigue fugacidades, no es el tipo de hombre que muestra el camino, que lidera, “El Hombre Capaz de Dirigir”, es socialmente incapaz y, en esta leyenda balzaciana, todo lo que ama, lo ama desde esa incapacidad, y lee desde esa incapacidad, escribe la cosa misma, sin explicaciones predicadas para conquistar la conciencia crítica de su época: “el beso más suave de los labios más pálidos y rosados, eso conseguí, en la calle, otro más de esos y estoy listo–”, de una mujer mexicana que camina como “las mujeres franco-canadienses, van a la iglesia, por la mañana.”

¿A quién ama Jack Duluoz?: “a la inamable Tristessa.” Esa que lo odia, ¿lo odia?: “Y ella me odia –¿Por qué me odia? Porque soy inteligente.”

Tristessa es una católica que se cuela en la leyenda de un católico franco-canadiense. Así que también es un amor con la Virgen en el medio: Virgin Madonna. La primera parte se llama “temblorosa y casta”. Más Virgen, imposible. Más Kierkegaard, imposible. Temor y castidad. Más ensoñada: ¿dónde? Más visionada, tal vez Molly Bloom. O alguna de las mujeres de William De Kooning: “Las formas deben presentar la emoción de una experiencia concreta.” (Willem De Kooning). Así se juntan Jack Kerouac y Willem de Kooning, en rehacer lo que se hizo antes mil veces, pero de otra manera, o sea, inventarlo otra vez, a su manera: “Se volvió una obsesión para mí, […], porque no llegaba a dominar la cosa. Y también era algo cómico, encontrarse arrinconado a causa, por ejemplo, de las rodillas de una mujer.” (Willem De Kooning). Un detalle puede provocar un cuadro o una novela. La cosa misma, escribirla o pintarla en su movimiento, no en su lógica. No son realistas. No hay modelo imaginario o real. Es más que eso, es el intento de dejar escrita la emoción al ver las piernas de Tristessa cuando se pone las medias. Kerouac y De Kooning, dos artistas que no reniegan de “sentir su propio milagro en la naturaleza/El sentimiento de estar del otro lado de la naturaleza” (Willem De Kooning). Jack Kerouac no escribe referencias biográficas, no hace anécdota, escribe sus mujeres. Una por una. Las nombra. Son la humanidad entera.

“Como Goethe a los 80, ahora sabes de la futilidad del amor y te encoges de hombros—” escribe Jack Duluoz, esa futilidad goetheana se melodramatiza, ya existe Ava Gardner, en “La Tristíssima Noche Española de su hondo pozo de amor”, y hay que volver a escribirla con lo que no se sabe.

Jack Duluoz: “Estuvo viajando en círculos por Norteamérica en muchas tragedias grises.”

Kerouac escribió siempre lo que todavía no existía, lo que todavía no había leído. Lo que tenía atrás lo usó leyéndolo en un presente continuo. Se tuvo que inventar una manera de leer. Cada libro que se escribe una manera nueva de leer.

Jack Kerouac escribe salmos. Para la Virgen María de México, para una madona llamada Tristessa. Salmodia en los días domingo. O se pone a dibujar en su libreta una Virgen Madona.

Escrito por: Hugo Savino