¿Por qué a Freud le sorprenden tanto los efectos dolorosos del duelo? Quizá porque su principio de realidad es un tanto cínico cuando se trata de los objetos de amor. Para los lectores de orejas grandes, sordos de literatura, pongámosle a nuestro héroe una etiqueta, aunque nos moleste: Wakefield[1] sufre una ‹‹psiconeurosis narcisista››. Es bajo ese nombre que Freud, en 1923, ubica de paradigma a la melancolía, diferenciándola de las ‹‹psiconeurosis de transferencia››[2]. En ese momento la melancolía es cuestionada por el principio de realidad y se acerca sutilmente a la psicosis. Pero decir que Wakefield es psicótico, decirlo a secas, es demasiado simplista y negaría toda la habilidad y astucia que supuso subrogar el principio de realidad a favor de su locura.
Freud lo dijo y Wakefield lo pone en acto: decir No al objeto de amor es una práctica tan patética como el que se pavonea diciendo que Sí. Wakefield hace de la típica fantasía vanidosa del neurótico su proyecto: se ausentará un día cualquiera, sin previo aviso, se disfrazará y acudirá siendo Otro al duelo de su mujer y conocidos para así poderse mirar como objeto perdido.
La fuente de esa fantasía puesta en escena es para Freud la frustración de un deseo[3], pero con Wakefield, como con los personajes de textos, sólo podemos especular, y ya nos hemos aventurado bastante pretendiendo etiquetarlo.
Su esposa quería misterio, Wakefield le entregó uno envuelto en años, el retirar la envoltura es perder el presente, por eso la deshojada es lenta. ¿Cómo defenderse de ese síntoma que lo llevó fuera de su casa para estar más adentro que nunca? A veces parece que esos años en que el yo guerrea contra tal síntoma se convierten en tiempos de paz, tiempos de repetición, es la maroma del instante lo que puede romper el círculo. ¿Es el roce sorpresivo, la carne que se mueve, la estocada final?
El yo de Wakefield, que Freud pone entre las cuerdas ante el superyó y el mundo exterior, se cae y se levanta, se despierta en otra casa y la defiende como propia. Descubre con el No lo que el ingenuo del Sí se niega a aceptar: la posesión de lo que no se tiene requiere empeño, y eso empeñado es el yo de antes, siempre es el yo de antes, siempre no somos los mismos.
Sólo el bálsamo de saberse muerto, extinto para los demás, le da a Wakefield la fuerza para ceder las riendas al mundo exterior y alejarse así del sueño distendido de la psicosis, o será acaso que el ello divertido dispuso que el superyó jugara esa carta como suya, pues ya sabemos que este superhéroe es un prestanombres de lo más bajo.
Quizás el engaño del amor lo salva; cree encarnar el objeto perdido que su esposa llora, se asume como testigo de los efectos que su ausencia provoca en sus cercanos, y por fin efectúa algo, ejecuta una especie de crimen ferpecto “… siguiendo caminos sobre los que el yo no tiene poder alguno…”[4]. Hay un boleto de melancolía gratuito en cada elección desairada.
¡Ah lo reprimido! Su invisibilidad empuja y gana, deja de ser invisible, deja de ser lo reprimido, el viaje comienza con arrepentimiento y su incremento es tan gozoso que no se suelta fácil: decir No o decir Sí es apostar, desde la sonrisa del cielo, sonrisa astuta, al caballo perdedor.
Escrito por: Jorge Antolín y Ricardo Hernández
Ilustrado por: Ricardo Hernández
[1] Hawthorne, Nathaniel. Wakefield [En línea]. Fecha de consulta: 16 de abril del 2015. Disponible en: ‹http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/hawthor/wakefiel.htm›.
[2] Sigmund, Freud.: Neurosis y psicosis (1924[1923]), Tomo XIX, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2006, p.151.
[3] Ibid., p.157.
[4] Ibid., p.156