Gummo

Escrito por: Ricardo Hernández

Hacía tiempo que no veía Gummo. En las primeras escenas los atrapa-gatos sumergen uno en un tambo con agua, la imagen es hermosa. ¿O será acaso que me apasionan esos tratos a los pequeños felinos? Recuerdo rápidamente a la niña de Satantango acorralando y hostigando a un gato. O a Bubby, en Bad boy Bubby, “cobijando” a otro gatito. Es un proyecto pendiente, les he planteado a algunos amigos escribir unos textos sobre la recurrencia, en las películas, de gente molestando gatos. Obviamente incluiría algo de Léolo y, quizás, Cosmos. Esos amigos adoran a los gatos, no producen como Monsivais pero morirán llenos de pelos. El proyecto no se hará.

Regresando a Gummo, me parece muy atractiva la manera en que Harmony Korine muestra a los niños drogándose, esa palabra que utilizo los ubica de inmediato en el lado oscuro, pero en la cinta el acto de inhalar armoniza con la lógica de una comunidad devastada no sólo por el tornado.

La película es provocadora, pero a mí no me dan asco la mayoría de las escenas, ni esa famosa en que Solomon, en una bañera llena de moho, come y mezcla el espagueti, el champú y el chocolate. A mí me alcanza mucho una escena donde una joven se rasura las cejas alegremente.

Gummo es indispensable.

“…conocí a un chico que era disléxico, además era bizco, así que todo salió bien.”

Ricardo Hernández: Sin Oficio