Hay una historia de la escritura en cada uno.[1]
Néstor Sánchez
En el año 1989, en Buenos Aires, dos poetas, Néstor Sánchez y Carlos Riccardo, se pusieron a conversar, frente un grabador. Un clásico. Este diálogo es una continuidad de sus encuentros, que arrancaron en 1987. Lo que no es clásico es el libro que salió de estas conversaciones. Mariano Fiszman, en el prólogo, lo dice bien: “Léanlo con atención, es un tesoro que estuvo guardado muchos años”. Carlos Riccardo ya escribió Cuadernos del peyote, uno de esos libros a los que Mandelstam llamaba libro no permitido, libro de desacato al credo de la poesía consensuada, libro del poema. Escuchó los libros de Néstor Sánchez como pocos. Y ya había conquistado un oído que podía cruzarse con Néstor Sánchez, que escribió toda su obra y está por embarcarse en la aventura del silencio, y el silencio también forma parte del lenguaje: “como en el caso de Beckett, que permanece en silencio tantas horas”. Es lo que Riccardo sabe escuchar. Es una conversación de dos clandestinos. Una amistad en el poema. Nunca tan justa la palabra diálogo. Los dos entran al camino de “Preparar pacientemente, amorosamente, un estado de sinceridad irremediable” (Néstor Sánchez). El camino de lo irreductible descarta la palabra “evolución”. Esa herramienta de la comunicación: “Hay algo de lo que no se puede hablar en la novelística de Sánchez: evolución. Los ciclos de sus novelas, cada una única e irreductible experiencia de escritura, marcan un comienzo y un final en sí mismos”. (Carlos Riccardo). Está la intensidad que va de este: “No hay nada que explicarles” de Carlos Riccardo a la réplica de Néstor Sánchez: “Nada que explicar, Carlos, por algo nos encontramos. Si damos una señal, damos una señal. No digo que tenga que ser luminosa, damos una señal.” Basta para encontrarse. En cada uno de los dos está la presencia intensa de que “la actitud es de escritura poemática, no de ficción”. Está toda la discreción de “la adhesión lumpen”, de lo secuaz en acto. Contada a contra-ficción en el pequeño poema de Carlos Riccardo que se llama Toques. Abre El Drama sin atenuantes. Hay que leerlo, no quiero citar ni una línea. En este libro cada entrada es toda la claridad Sánchez más la claridad Riccardo más el movimiento del lenguaje , en el borde del laconismo, con saltos a humor keaton y preguntas acerca de lo sagrado y una vuelta por “la haraganería de sí”, el camino a peyote (Riccardo) o a Gurdjieff (Sánchez). Un estado de pregunta constante. Lo remotísimo porteño se pone a cantar su canto entre la tapas de este libro. Un milagro del lenguaje.
Escrito por: Hugo Savino
[1] Sobre el Drama sin atenuantes, de Néstor Sánchez y Carlos Riccardo, La comarca libros, 2015.
si hay tiempo para leer a Hugo Savino, hay tiempo para leer a Néstor Sánchez.
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Es impresionante cómo tu escritura va dejando caer, casi en retirada, esa señal, allí donde la escucha la cobijó, sin saberlo.
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Muy bueno esto de que el camino de lo irreductible no permite pensar en la evolución.
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